CÓRDOBA / Orquesta de Córdoba: memorial de la España abierta
Córdoba. Gran Teatro. 13-V-2021. Naroa Intxausti, soprano. Pascual Martínez-Forteza, clarinete. Orquesta de Córdoba. Director: Carlos Domínguez-Nieto. Obras de Palomo, Bautista y Falla
Prosigue la Orquesta de Córdoba esa agradable costumbre para la melomanía de invitar a grandes músicos españoles a hacer música juntos. Pero por grandes no nos referimos a los nombres luminosos que saltan inmediatamente al pensamiento, sino a ese ‘grupo salvaje’ de músicos jóvenes, serios y profesionales, que, en virtud de su calidad y de unas bien dirigidas trayectorias, han llegado a instalarse y triunfar en puestos donde cualquiera no puede llegar. Nos pasó hace poco con la jovencísima madrileña Sara Ferrández, viola que toca asiduamente con la Filarmónica de Berlín (¡por favor, no le pierdan la pista!), y nos ha pasado ahora con el mallorquín Pascual Martínez-Forteza (1972), segundo atril de clarinete de la Filarmónica de Nueva York, la orquesta que fuera de Bruno Walter, la de Bernstein, Boulez o Zubin Mehta. ¡Ahí es nada!
Martínez-Forteza demostró un dominio técnico y expresivo apabullante, capaz de regular el sonido hasta lo inaudible, de sortear las escalas y trinos más endiablados o de hacer bailar el sonido en los momentos más rítmicos de la música. Se entregó en cuerpo y alma en esa especie de concert trouvé surgido de la interpretación de corrido de las tres obras del programa que requerían del concurso de su instrumento, a saber y por este orden, Cantos del Alma y Rumbalina de Lorenzo Palomo (1938), y la Fantasía Española de Julián Bautista (1901-1961).
En Cantos del Alma, orquesta, director y solistas acertaron a otorgar a cada canción su propio universo expresivo dentro de la unidad melancólica, nocturna y ominosa impuesta por el compositor a las cinco canciones. Así, destacó el color sombrío y evocativo del clarinete en ¡Pájaro del agua!, la sutil ironía de Tientos de alborada o el carácter íntimo logrado en Los palacios blancos. La soprano bilbaína Naroa Intxausti (1981), de voz bonita y segura, cantó acertadamente los versos de Juan Ramón. El uso de la tímbrica y ciertos efectos orquestales empleados por Palomo hicieron desfilar por nuestras mentes ecos de las referencias manejadas por el compositor: Bartók, Richard Strauss, Prokofiev o incluso Puccini.
Estreno mundial de la adaptación para clarinete y orquesta de Rumbalina, una suerte de Rapsody in Blue caribeña, donde Domínguez-Nieto y Martínez-Forteza nos dieron la interpretación moderadamente cachonda que una obra así pide. El compositor, entre el público, saludó ambas interpretaciones y agradeció al público su cariño.
Interpretación meritoria de la Fantasía Española de Julián Bautista, obra de exilio, compuesta en Argentina entre 1944 y 1945, donde se evoca la patria abandonada a través de sus músicas populares, ritmos y danzas. Los músicos se entregaron desde el principio por brío, ritmo e intensidad a una obra de vanguardia, interesante pero desigual, cuestión que se hizo palmaria en cuanto sonaron los primeros acordes de la Suite n°1 de El sombrero de tres picos de Falla con la que se cerraba el programa.
Hay músicas que, en cuanto suenan, parecen un acontecimiento atmosférico: son y suceden, como la lluvia o el trueno, y no cabe conjeturar si les sobra o les falta algo. Falla consiguió en sus obras maestras este raro nivel de depuración cuasi minimalista. La interpretación fue un derroche de encanto, ligereza y picardía, con un gran trabajo del director moldeando expresivamente voces, planos y contrapuntos. Gran ovación final. El público salió satisfecho. Sería oportuno que director y orquesta no tarden en programar alguna de las grandes obras del gaditano.
A la salida del concierto, al hilo de lo visto y escuchado, pensábamos que, en estos tiempos de turbación, conforta encontrar a través de la música un relato posible de lo español como excelencia, cultura, imaginación y apertura al mundo. Posible porque fue. Y porque está siendo.
(Foto: Paco Casado)
C. Crespo García