CÓRDOBA / Lucas Macías con la Orquesta de Córdoba: carácter impreso
Córdoba. Gran Teatro. 04-V-2023. Orquesta de Córdoba. Director: Lucas Macías. Obras de Schubert y Prokofiev.
Mi primer recuerdo de Lucas Macías está asociado a aquellos conciertos estivales de Abbado con la Orquesta del Festival de Lucerna. Abbado, tras superar el cáncer que lo tuvo apartado de la vida musical un par de años, optó en 2002 por abandonar la titularidad de la Filarmónica de Berlín y las servidumbres que conllevaba, para procurarse un particular indian summer en el marco del festival de verano de la villa lacustre suiza de Lucerna con una formación conformada ad-hoc por los mejores atriles solistas procedentes de las principales orquestas del mundo. En realidad nada nuevo, porque Toscanini ya había hecho lo mismo en el mismo sitio en los años 30. Y otros festivales, como Bayreuth, emplean esa fórmula para componer sus excelentes conjuntos estables: músicos contratados para la ocasión. Lo diferencial en este caso tuvo que ver con la eclosión paralela de los contenidos audiovisuales en internet, con miles de conciertos retransmitidos en vivo por streaming o almacenados en plataformas para su reproducción en diferido, para goce sin fin del melómano que, por fin, tenía acceso a disfrutar estos grandes acontecimientos de los que antes solo tenía noticia por la prensa especializada o por las grabaciones radiofónicas, en su caso. En el caso de la Orquesta de Lucerna, esto se tradujo en que el director comenzara a compartir protagonismo con aquellos instrumentistas excepcionales convocados año a año, una suerte de dream team, once ideal, la «mejor orquesta del mundo» se decía. Allí estaban los Pahud, Blacher, Gutman, Mayer, Meyer, Friedrich, Baborak… y también el onubense Lucas Macías, entonces oboe de la Concertgebouw, uno más entregado al acto de ofrenda musical que Abbado oficiaba y elevaba a niveles que podíamos calificar de religiosos.
Estos recuerdos vienen al hilo del noveno concierto de la Orquesta de Córdoba, con Macías a la batuta. Macías, que ha transitado, como tantos, del instrumento a la batuta, es actualmente titular de la Orquesta de Granada, por lo que esta visita tenía de entrada algo de cortesía entre vecinas. Un problema inflamatorio dispuso un cambio de última hora en el programa, que preveía su participación como oboe solista en dos obras concertísticas. En su lugar se propuso un delicioso programa articulado en torno al concepto de clasicismo, con dos composiciones de Schubert, la Obertura en estilo italiano D.590 y la Sinfonía nº 2 en si bemol mayor D.125, escoltando esa delicia que es la Sinfonía Clásica de Prokofiev.
Tocar con Abbado tuvo por fuerza que imprimir carácter. La gestualidad y las maneras de conducir con el cuerpo del onubense recordaban a las del milanés por la suavidad y la redondez de las formas, que evitan el dictado impositivo de la batuta. También la preocupación por lograr la máxima transparencia, el equilibrio de voces, el control del volumen o el tratamiento aéreo y diferenciado de la sección de viento madera. Bajo estas coordenadas, la Obertura en estilo italiano de Schubert sonó ideal en estilo, acentos y proporciones, con unos crescendi rossinianos llenos de intención guiados por mano maestra. Funcionó muy bien a modo de pórtico de la velada.
La Sinfonía Clásica de Prokofiev que vino a continuación participó de estos mismos presupuestos, dejando a las claras la excelente labor preparatoria de Macías con la orquesta. Sobre unos tempi ágiles mas no asfixiantes, y flexibles, las familias instrumentales emergían diferenciadas añadiendo capas de detalles expresivos y efectos tímbricos y de color al conjunto general, que se percibía abigarrado y lleno de contenido. Burbujeante, me decía un compañero de butaca. Y así fue. Macías buscó y logró otorgar ese carácter burlón que anida en la partitura y la anima en todo su discurrir. La orquesta puso todo el empeño, especialmente una sección cuerda, para la que la obrita de Prokofiev es un campo minado, y salió airosa.
Todo iba como la seda, impresionados por lo conseguido en una introducción de la Sinfonía schubertiana, muy atinada y medida en su justa grandiosidad, hasta que la entrada del tema lírico del Allegro vivace hizo evidente algo que estaba siendo la tónica subterránea del concierto pero que no acertábamos a identificar hasta llegado ese momento. El fraseo del tema fue irreprochable, sí, pero no percibimos en él esa efusividad melódica tan característica de Schubert que hace su música, tan clásica en la forma, fronteriza con el espíritu del romanticismo. Ahí detectamos que estas fenomenales interpretaciones que estábamos disfrutando estaban siendo presididas por una cierta distancia expresiva y una concentración mayor en el aspecto técnico de la ejecución, opción plausible y muy válida para unas músicas que piden la precisión del mecanismo de un relojero, pero que, en el caso de Schubert, no termina de dar la poliédrica dimensión expresiva que encierran sus notas. Por lo demás, la interpretación dejó una Sinfonía nada risueña, tonante y robusta por momentos (manes de Harnoncourt). Destacó del Andante el carácter diferenciado otorgado a cada variación y del Presto final la perfecta planificación. Éxito incuestionable refrendado por el público de una de las batutas más destacadas de lo que llevamos de una temporada que se encamina hacia su tramo final.
C. Crespo García
(foto: Rafa Alcaide)