CÓRDOBA / La Coronación de Julio García Vico en Córdoba
Córdoba. Gran Teatro. 21-III-2024. Isabella Gaudí, soprano; Mar Campo, mezzo; Xavier Moreno, tenor; Javier Povedano, bajo. Coro de Ópera de Córdoba. Orquesta de Córdoba. Julio García Vico, dirección. Obras de Beethoven, Villa-Lobos y Mozart.
En esta temporada de interregno de la Orquesta de Córdoba, los buenos conciertos como los ofrecidos por el iraní Hossein Pishkar, los españoles Álvaro Albiach y Pablo Ruz o del uruguayo Nicolás Pasquet, artistas de ley, ha dado pie a fantasear legítimamente sobre la posibilidad de que alguno de ellos acabara como nuevo titular de la formación cordobesa. Con la elección reciente de Salvador Vázquez, y Roberto Palmer como próximo gerente, ya nada hay en juego y el morbo, si se me permite expresarlo así, desaparece. Despejada la incógnita, aguardamos con interés las primeras señales artísticas de la dupla Vázquez-Palmer para el futuro inmediato de la orquesta. Mientras, a esta lista de gratos descubrimientos tenemos que sumar al gaditano Julio García Vico, jovencísimo director de talento desbordante que, tras la obligada travesía de concursos que todo joven músico de hoy en día se ve obligado a emprender, y en los que ha cosechado premios importantes, como el Concurso de Dirección de Orquesta de Alemania en 2019 o el concurso Donatella Flick de la London Symphony en 2021, entre otros, ha acabado recalando como director asistente de la mismísima London Symphony o en el Teatro Real de Madrid como ayudante del maestro Luisotti. No es mala tarjeta de presentación.
Si algo caracteriza a nuestro artista es, como hemos disfrutado, el torrente de entusiasmo que despliega sobre el podio, con una gestualidad expresiva y ondulante que nace del batir aéreo de los brazos y que, prolongándose a todo el cuerpo, espolea y arrastra a la orquesta. Es un gusto visual verle dirigir. Ese derroche energético, combinado con una evidente preocupación por el moldeado expresivo del sonido y la atención a los detalles, despertaba el recuerdo de aquellas añoradas veladas con Domínguez Nieto que, poco a poco, se van arrumbando en el oscuro desván de nuestra memoria reciente. Una nueva trayectoria a seguir la de García Vico.
Para el octavo concierto de abono se contaba además con la participación del Coro de Ópera de Córdoba, preparado por Alejandro Muñoz, también músico de la Orquesta, en un programa sinfónico-coral que se abría con la miniatura Mar en calma y viaje feliz op.112 de Beethoven y se cerraba con la Misa de la Coronación en do mayor K 317 de Mozart. De Beethoven podemos decir que, instalado en eso que comúnmente se llama su tercer periodo, cualquier música, por breve o poco pretenciosa que sea, está impregnada totalmente de esa imaginación sonora abstracta y metafísica que es campo minado para cualquier ejecutante. La escritura vocal beethoveniana siempre fue inclemente con la voz humana, pero esta obra, inspirada en dos poemas de Goethe, apunta ya a las grandes moles en ciernes, la Missa Solemnis y la Novena. Ya en el forte donde culmina el primer crescendo, el coro, aún frío, caló como lo hace una barcaza cuando se le abre una vía de agua. La travesía se hizo ardua, con unos extremos, sopranos y bajos, poco diferenciados. La orquesta cumplió, bella fue la textura lograda en el «viaje feliz», y la obra pasó aquejada de su condición de bagatela inadecuada para la apertura de un concierto.
Mejoraron las cosas notablemente en la Misa de la Coronación mozartiana. El coro liberado de las extremas tensiones beethovenianas respondió con mayor flexibilidad, entonación y potencia a la dirección teatral, atenta, de García Vico, que propuso una lectura contrastada, con unos tempi vivos que hicieron que la interpretación pasara como una exhalación. Discreto cuarteto vocal, donde por instantes pudimos disfrutar del hermoso timbre de baritenor de Xavier Moreno, sin mucho contraste con el más baritonal del bajo Javier Povedano. El lunar lo puso la voz seca, tremolante y corta arriba de Isabella Gaudí en la crucial particella que Mozart reserva siempre a la voz de soprano. Con esos mimbres, el Agnus Dei no terminó de funcionar a nivel vocal y no se logró esa flotante atmósfera de magia sonora que Mozart hilvanó para los instantes postreros de la misa.
Orquesta y director se reservaron la obra central del concierto, la primera Sinfonietta de Heitor Villa-Lobos, para demostrar simbiosis entre el buen estado de la formación cordobesa y las capacidades interpretativas del maestro gaditano. Escrita en el año 1916 como homenaje a Mozart, se trata de una obra de cámara en tres movimientos construida por el compositor brasileiro a partir de dos temas, uno de carácter galante y otro más solemne y serio. No se trata del mayúsculo ejercicio de técnica compositiva de Prokofiev en su Sinfonía Clásica o la pantomima arcaizante del Pulcinella de Stravinsky. Se trata de otra cosa más seria y recia. García Vico y la Orquesta de Córdoba, a solas, armaron una interpretación solidísima, muy atenta a la base rítmica en los bajos y con detalles de fraseo de buen gusto coherentes con el espíritu de la música. El Andante non troppo, por ejemplo, alcanzó picos de dolorosa intensidad. A la vista de estos resultados confiamos que Julio García Vico no tarde mucho en retornar al podio de la Orquesta de Córdoba, pero esta vez esperamos que le acompañe un programa que permita medir mejor la magnitud de su manifiesto talento.
C. Crespo García
(foto: Rafael Alcaide)