Con cuernos y sin cuernos

Solemos asociar los pecados con la juventud. La vejez parece una época más propensa a la reflexión serena, a veces melancólica, de lo mucho que hemos vivido y de lo poco que nos queda por vivir. Sin embargo un músico como Rossini, que a los doce años componía como un ángel, reservó sus pecados para la edad madura. Hablamos de pecados musicales, por supuesto, que los otros son materia de confesonario. Rossini fue un admirador de Jacques Offenbach (“el Mozart de los Campos Elíseos”, le definió una vez) hasta que éste parodió en su opereta La Belle Hélène un número del Guillermo Tell. Rossini, picado, contestó en la intimidad con una venenosa piececita que pasó a enriquecer sus Pecados de vejez, la variopinta colección de páginas con la que amenizó sus últimos años de vida (1857-1868).
Petit caprice (style Offenbach) es, en apariencia, una divertida imitación del estilo de Offenbach, pero la partitura esconde un detalle de diabólica malevolencia. Es preciso para ello fijarse en la excéntrica digitación de la pieza. Rossini prescribe tocar ciertos pasajes solamente con el índice y el meñique, lo que resulta bastante incómodo para el intérprete. ¿Y por qué el autor obligaría al pianista a un esfuerzo baldío cuando hay digitaciones más sencillas? Para entenderlo, cierren el puño, levanten índice y meñique, y verán el resultado: el gesto de los cuernos.
¿Qué pretendía sugerir Rossini con ello? Una correcta comprensión de la gestualidad italiana nos puede dar la solución. Los cuernos hacia abajo son un gesto que los supersticiosos utilizan en presencia de algo o alguien que trae mala suerte para liberarse de sus influjos perniciosos. A esto aludía Rossini en su Petit caprice: que Offenbach era un gafe y por lo tanto, al evocar su nombre, había que tomar todo tipo de precauciones, musicales inclusive. La reputación de Offenbach como cenizo era muy extendida en los ambientes parisinos, y de ello queda constancia incluso en el Diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert. Si bien Rossini nunca planeó que el Petit caprice saliera de las paredes de su casa y compartió la pieza exclusivamente con un restringido grupo de amigos, el detalle no es por eso menos pérfido.
A continuación pongo dos versiones de Petit caprice, una con cuernos y otra sin ellos. La primera respeta la digitación original del compositor y es del pianista Alessandro Marangoni. Precisamente él me descubrió hace unos años el trasfondo maligno del Petit caprice. Alessandro es un entusiasta y enciclopédico embajador del Rossini pianístico así como de otros repertorios poco transitados (ha defendido la obra para piano de Victor de Sabata, el Gradus ad Parnassum de Muzio Clementi y diversos títulos de Mario Castelnuovo-Tedesco). En Naxos, ha grabado la integral de los Pecados de vejez, incluidas las piezas camerísticas y vocales, por un total de trece discos.
Luego viene la versión de Oleksandr Poliykov. Impecable en el aspecto musical, utiliza una digitación más natural y más lógica, pero algo se pierde en el apartado visual. Se pierden los cuernos, por supuesto, pero también otros detalles que son consecuencia directa de éstos, como la danza mecánica de los dedos cuando sólo tocan índice y meñique: una especie de cancán bailado por una marioneta. A veces no hay que retrotraerse tanto en el tiempo para apreciar los beneficios de una aproximación “filológica” a la partitura.