Chick Corea, la búsqueda como forma de vida
Últimamente estoy empezando a familiarizarme —con una frecuencia cada vez mayor— con una sensación a la que no estaba acostumbrado. Por un lado, vivimos en la creencia de que los referentes a los que te has anclado en tu formación, en tu desarrollo como artista y como persona, siempre van a estar ahí, creando música y dando conciertos como si el tiempo no avanzara. Es algo que das por hecho porque has crecido con ello y con ellos. Pero, evidentemente, el reloj avanza inexorable, y todo llega. Cuando, de repente, aparece la noticia de una muerte o el final de la carrera de alguien importante para ti, no puedes evitar sentir el impacto de que algo se muere dentro de ti mismo también, de que una parte de tu existencia se extingue con la persona que se va.
Por otro lado, te recorre el cuerpo —al menos en mi caso— una energía interior de agradecimiento, de conexión a tierra y de consciencia que te ancla al momento presente y te invita a disfrutar del proceso, a comprometerte desde lo más profundo de tu ser con el mensaje al que te sientes ligado, con el que identificas y que, a la vez, tanto representaba o simbolizaba en tu interior el referente en cuestión.
Hablar de lo que ha supuesto para ti mismo y para el mundo un músico tan excepcional como Chick Corea puede parecer fácil en un principio a ojos del lector, pero no es hasta que intentas poner en palabras el lugar que ha ocupado en tu vida, en tu formación espiritual y académica, cuando te das cuenta de que esas palabras difícilmente llegan a alcanzar con la intensidad adecuada la repercusión e impacto que la obra, la vida y, en consecuencia, la muerte de esa persona tienen en ti.
El primer recuerdo que tengo de su música es un disco que trajo mi padre a casa cuando los lectores de CD se empezaban a imponer en nuestros hogares, allá por 1986. El disco en cuestión es uno bastante desconocido de la discografía tan inmensa que nos ha dejado Chick Corea: Septet. Se editó en el sello ECM en 1985. Yo, por aquel entonces, todos los días tomaba clases de piano en casa con mi padre, y una referencia absoluta para estudiar y avanzar en mi conocimiento musical era el Microkosmos de Béla Bartók, músico al que tanto le debo y al que he dedicado tantas y tantas horas de mi vida.
Un día cualquiera, estaba sonando ese disco en casa y le pregunté a mi padre: “¿Qué obra es esta de Béla Bartók?”. A lo que él me respondió: “No es Bartók, es Chick Corea, un pianista de jazz”. Todavía hoy recuerdo aquel momento con claridad, y el impacto que me produjo esa respuesta. Con tan solo seis o siete años, era un niño que tenía todo por descubrir, y que asociaba al jazz un ‘sonido determinado’ y pensaba que la música clásica tenía otro sonido. Así de sencillo.
No entraba en los esquemas limitantes tan peligrosos con los que uno se enfrenta en la educación y en la formación desde pequeño —sobre todo, si no tienes gente alrededor que te prevenga sobre tal asunto— que un músico al que se le catalogaba generalmente como ‘jazzero’ pudiera escribir esa música que sonaba tan elaborada, con instrumentación normalmente asociada a un mundo que no le pertenece (cuarteto de cuerda, flauta y trompa). Especial mención al solo de trompa en el último track del disco. Aún hoy me parece increíble que un trompista pueda articular un solo así.
Para mí fue un punto de inflexión, porque, de repente, se me había abierto una puerta enorme que cuadraba perfectamente con mis inquietudes, con lo que yo necesitaba que fueran la música y el arte. Siempre he pensado que la música es música, y que toda ella puede convivir sin prejuicios ni etiquetas mientras que la honestidad, la sinceridad y la búsqueda de un mensaje bello y que nos haga crecer como seres vivientes sean el motor que la impulsa. Y Chick Corea encarna como nadie ese espíritu de integración, de libertad y de búsqueda hacia nuevas formas, sonidos y mestizajes, abrazando la alegría, la pasión por aprender, y el respeto hacia todos los demás músicos que le rodeaban, viendo en sus diferencias un motivo de acercamiento y de oportunidad para continuar creciendo como artista y como persona, no como elemento diferenciador y excluyente. Cuando crecí un poco y comprendí la misión que él mismo se había impuesto (no hay más que echar un vistazo a varias de sus declaraciones, en las que su compromiso con ello es más que evidente) empecé a darme cuenta realmente de la importancia que supone que existan personas como él en este mundo. Por eso, su marcha me llena de tristeza, al igual que el retiro de Jarrett, la muerte de McCoy Tyner o la del propio Lyle Mays, todo en tan solo unos meses.
Su pasión y su compromiso por el aprendizaje continuo y las ganas de empaparse de todo lo que los demás podrían ofrecerle han sido factores que, para mí, han representado su paso por este mundo. Desde sus comienzos con Miles a sus escarceos con el jazz rock (con su grupo Return to Forever o con la mítica Elektric Band) o al sonido más jazzero (con discos como Time Warp o sus increíbles Trilogy 1 y 2 de reciente creación junto a Christian McBride y Brian Blade)… Desde sus acercamientos a la música contemporánea (como el mencionado Septet o Sextet con Gary Burton) a sus maravillosos discos a piano solo (su versión de Lush Life en el disco Expresions dedicado a Art Tatum sigue retumbando en mi cabeza casi 30 años después)…
Para los españoles, nos es muy conocido sus acercamientos al flamenco por sus colaboraciones con Paco de Lucía, Jorge Pardo 0 Carlos Benavent. Cómo me alegro de que haya habido gente en este país que haya podido convivir con él, compartir música y vida, y conocerlo de cerca. Pocos artistas de talla tan inmensa se han prestado a ello. Desde luego, lo vamos a echar mucho de menos.
Ojalá el paso por este mundo de genios tan increíbles como Chick Corea nos sirvan para reflexionar y evolucionar como seres humanos y como creadores, para reforzar nuestro compromiso con el respeto, el conocimiento y la búsqueda en nuestra carrera de un mensaje bello que merezca la pena compartir con los demás y nos haga mejores.
La misión de Chick entonces estará cumplida y honrada con ello.
(Moisés P. Sánchez es pianista, arreglista y compositor)
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