CATANIA / Encomiable apuesta belliniana

Catania. Teatro Massimo Bellini. 26-IX-2023. Bellini: I Puritani. Caterina Sala, soprano (Elvira Valton), Dmitri Korchak, tenor (Lord Arturo Talbo), Christian Federici, barítono (Sir Riccardo Forth), Dario Russo, bajo (Sir Giorgio Valton), Andrea Tabili, bajo (Lord Gualtiero Valton), Marco Puggioni, tenor (Sir Bruno Robertson), Laura Verrecchia, mezzo (Enrichetta di Francia). Orquesta y Coro del Teatro Massimo Bellini. Director musical: Fabrizio Maria Carminati. Directora de escena: Chiara Muti.
Messina. E.A.R. Teatro. 27-IX-2023. Bellini: Norma. Stefano Secco, tenor (Pollione), Gabriele Sagona, bajo (Oroveso), Klara Kolonits, soprano (Norma), Alessia Nadin, mezzo (Adalgisa), Oleksandra Chaikovska, soprano (Clotilde), Davide Scigliano, tenor (Flavio). Orquesta del Teatro E.A.R. de Messina. Coro lírico Francesco Cilea. Director: Giuseppe Ratti. Director de escena: Francesco Torrigiani.
Sicilia en general, y Catania en particular, aman sin duda con fervor a su compositor favorito, Vincenzo Bellini, nacido en esta ciudad y, como otros nombres ilustres de aquella época (poco después del propio Bellini, quien tanto le admiraba, Chopin), desgraciadamente muerto en plena juventud, con apenas 34 años. Uno no puede sino envidiar a los italianos, porque cuando se trata de este tipo de cosas, echan la casa por la ventana y lanzan apuestas decididas por lo suyo. El Bellini International Context es una iniciativa realizada en colaboración con la Región Sicilia y la Consejería de Turismo, Deporte y Espectáculos, en la que se busca contextualizar el legado del compositor a través de más de treinta eventos, que incluyen dos óperas (las dos que se comentan en esta crónica, con dos funciones de cada una), completamente gratuitos. Es evidente, y más tras escuchar el nivel de lo ofrecido, que la inversión económica es más que importante, pero también prueba (obras son amores) de hasta qué punto la música, la ópera y su patrimonio en estos campos están metidos en las venas de los italianos.
La primera de las óperas, I Puritani, se representó en el Teatro Massimo Bellini de Catania, un edificio inaugurado en 1890, muy clásico, que conserva todo su encanto y notable acústica, con un aforo de 1200 localidades. I Puritani, como señala el escueto díptico que hace las veces de programa de mano, y que resalta aún más la responsable de la producción, Chiara Muti (Florencia, 1973), es ópera realmente difícil de poner en escena. Elegir el elenco ya es una tarea de abrigo, porque la exigencia vocal hace temblar a cualquiera. Pero la puesta en escena tiene también su dolor de cabeza, porque la trama, esencialmente amorosa, en un contexto bélico-revolucionario, se decanta evidentemente en lo musical hacia lo primero, por lo que el responsable de la escena no se encuentra, comprensiblemente, cómodo sacando solo a relucir a guerreros à la Cromwell.
La propia Muti lo especifica con elocuencia: “Hay muy poco de las brumas inglesas y de la intransigencia puritana del siglo XVII en estas armonías felizmente itálicas. ¿Qué tienen que ver Cromwell y sus compinches, censores del placer, del presbiterianismo, del bautismo y del congregacionalismo, con nuestro Bellini, sensual y orgulloso, tierno y apasionado?… No es de historia de lo que Bellini quiere hablarnos, ni de la Revolución Inglesa y la capitulación de Carlos I. El centro del drama es el amor desgarrador, vibrante, lacerante, y Elvira, como tantas otras de sus protagonistas, es expresiva, emotiva, atormentada y eternamente viva por amor. ¿Cómo pueden coexistir puritanismo y romanticismo?”
Por ello, Muti diseña lo que ella misma denomina un “espacio onírico, atemporal, tal vez los vestigios de un museo, a la espera de una historia que contar. Mientras vibran las notas del Risorgimento, personajes de los siglos XIX y XX avanzan por la escena, vestidos de negro, ¿de luto? Por turnos, otean el horizonte en busca de recuerdos lejanos. Ven los fantasmas de la época de Carlos I y Enriqueta de Francia, sus siluetas como cuadros de Van Dyck, en marcos vacíos, cobran vida en composiciones de oraciones, batallas y amoríos. La trama de un cuento del siglo XVII se encuentra con la mirada del siglo XIX, vestida con su música. El sujeto se convierte en objeto y viceversa, metáfora de una materia que sólo el arte puede hacer indemne al tiempo. Como única referencia al mundo humeante y sarcástico de Shakespeare, se nos presentan los cuadros de Füssli, pintor por excelencia del teatro inglés, visionario, explorador del alma humana, turnándose en el escenario como telones desplegados desde la altura, entre los personajes del siglo XVII. Vemos sus lienzos titulados ‘El pecado intercede entre Satán y la muerte’, ‘La loca Kate’, ‘El sueño del pastor’, y finalmente, el último, “La pesadilla”. En la última escena, los puritanos, queman los lienzos, intentando disipar con el fuego el recuerdo de un pasado que se considera inconveniente. La nueva paz es, pues, ¡el advenimiento de un pensamiento único dominante! Desde arriba, otro lienzo, ahora con el retrato de machina de Bellini, cae para apagar el fuego.”
Y ¿qué tal funciona esta idea de la hija del gran director napolitano? Uno diría que, dado el contexto (en Román paladino, teniendo en cuenta los bodrios que uno ve sobre la escena un día tras otro), razonablemente bien, aunque, como tantas veces, sin la exégesis que la propia escenógrafa proporciona, no es fácil adivinar el fondo real, aunque sí la idea general, de su planteamiento. El decorado, como tantos de estos días, es de una austeridad salvaje. Fondo azul, con los armazones de los focos bien visibles, marcos enormes (la alusión de Muti a los cuadros) en los que se enmarcan en diferentes momentos los personajes, podios con escaleras que se ponen y quitan a voluntad… y los telones (lienzos) de gran tamaño, antes mencionados, que descienden en momentos puntuales de las alturas.
El vestuario resalta ese contraste de los personajes enlutados con vestimenta de fin del siglo XIX junto a la de “época” de los protagonistas. Hay que agradecer (Muti es imaginativa pero, como su padre en lo musical, poco amiga de veleidades) que los guerreros no parecen nazis ni llevan Kalashnikovs. Se juega, y muy bien con las luces, y se trata, en este sentido, con especial brillantez a Elvira, a la que en muchos momentos se otorga una luminosidad especial. Muy teatral, pero hace patria, el descenso final, dominándolo todo, del retrato de Bellini, no como un lienzo más, sino como el lienzo.
El apartado musical alcanzó resultados más que notables, especialmente por parte de la protagonista femenina, la gran triunfadora de la noche: la jovencísima (en los veintipocos años) Caterina Sala. Esta soprano, perteneciente a una familia de músicos (con los que tiene un grupo vocal profesional) sorprendió a propios y extraños con una interpretación excelente de Elvira, en todos los sentidos. La voz, de muy atractivo timbre, generosa en la tesitura, no es especialmente poderosa en cuanto a volumen, pero tiene presencia sobrada, y está muy bien manejada, con excelente fiato, muy buena facilidad para la coloratura y agudos y sobreagudo colocados con envidiable seguridad. Muy convincente también en su faceta de actriz, la Sala ya dio muestras de su excelente hacer en el primer duo con Giorgio, pero luego lo confirmó en cuantas intervenciones tuvo. A destacar su estupenda interpretación de Ah! son virgin vezzosa, todo el final del primer acto, O toglietemi la vita, o rendetemi il mio amor! en el segundo y Vien, diletto, è in ciel, la luna en el tercero. Muy notable también el Arturo del ruso Dmitri Korchak. Voz bien timbrada, con emisión segura y buena presencia, siempre bien matizado. Bastante seguro en la zona alta, solo evidenció llegar más justo a los límites superiores en el último de sus compromisos, Credeasi, misera, tal vez el más inclemente, que no obstante quedó resuelto de manera más que notable. Excelente también, y quizá el más premiado por el público tras los dos protagonistas, el bajo Dario Russo, de noble y bien timbrada voz, siempre también muy bien matizada. Encarnó un excelente Giorgio Valton, luciendo especialmente bien en el comienzo del segundo acto. Algo apurado en la zona alta, pero con bonita voz, correctamente presentada, se mostró Federici en su interpretación de Ricardo. Discreto Tabili, con demasiado vibrato Verrecchia, y apenas audible Puggioni.
La orquesta titular del teatro se mostró como una formación de estimables corrección y empaste, con algunos momentos individuales de gran altura (el trompa, estupendo, en el inicio del aria de Giorgio Il rival salvar tu dêi). Algo parecido se puede decir del muy apreciable coro. Carminati mostró en el podio una acusada tendencia a correr, en algún momento (primer aria de Arturo) oportunamente refrenada por el cantante de turno. Más ocupado de concertar que de extraer especiales refinamientos, su dirección no pasó de una aseada corrección. Con todo, la noche era del tándem Sala-Korchak, y el público respondió con calor y entusiasmo a la excelente interpretación que ambos ofrecieron de esta bellísima y endiablada partitura. Escuchar algo de este nivel, y gratis, no es ninguna broma.
El miércoles 27 tocaba el gran título belliniano por excelencia: Norma, esta vez en el Teatro Vittorio Emanuele II de Messina, algo más pequeño (no llega a las 1000 localidades) y que, pese a ser anterior (1852) tuvo que ser reconstruido en su práctica totalidad tras ser arrasado por el terremoto de 1908. Aunque la fachada conserva la estética original, el interior es completamente moderno. La propuesta escénica para la ocasión era de Francesco Torrigiani. El director ofrece en la web del festival un largo razonamiento para justificar lo que probablemente… no necesita justificar: la decisión (en contra de lo que muchos de sus colegas, debidamente inmersos en la moda reinante) de no actualizar la escena. De forma que los druidas son druidas, y el romano es romano. Con todo lo paradójicamente sorprendente que ello pueda resultar. Cierto es que, pese a lo más que plausible de su idea, la cosa queda algo corta porque ni los austeros decorados ni el movimiento escénico (bien es cierto, todo hay que decirlo, que la obra tiene una acción más emocional y psicológica que de especial dinamismo) contribuyen a su especial atractivo. Un fondo azul, con el recurso, tan de moda en estos tiempos, de proyección sobre el fondo del escenario, unas veces de la luna, otras de un río, otras de un árbol, y unos paneles corredizos sobre ese fondo, son la base. Un somero altar en el primer acto, y una habitación atemporal (de Norma) en la segunda escena, junto a un árbol de diseño modernista que desciende de la altura, son otros ingredientes esenciales de la idea. No hace daño, desde luego, pero tampoco deslumbra.
En lo musical las cosas discurrieron en una atmósfera de digna corrección. Probablemente tampoco puede aspirarse a mucho más teniendo en cuenta el nivel del teatro de la localidad. La orquesta se reveló como una formación esforzada, de mejor rendimiento en el viento madera que en la cuerda, a menudo de entonación desigual y no conseguido empaste (sobre todo la grave). Ratti tampoco pareció buscar nada más allá de un plausible empaste, pero su dirección no escapó en ningún momento a un acercamiento rutinario. El coro, generalmente correcto, mostró algún que otro desajuste con el foso pero en general gestionó su parte con solvencia. El elenco vocal se defendió dignamente en este miura belliniano, pero tampoco alcanzó lo escuchado la noche anterior en Catania. La de la húngara Kolonits es una voz de plausible, que no deslumbrante, atractivo color, correcta presencia, buenos matices y tesitura en general suficiente. Manejó con más solvencia que brillantez (y en algún caso, acomodando un poco el tempo, como en Ah, bello a me ritorna) las agilidades, y salvó la zona alta con generalmente plausible corrección. Bastante correcta, aunque con un vibrato que se agradecería más limitado, la Adalgisa dibujada por Alessia Nadin. El tenor milanés Secco compuso un Pollione también correcto, pero nada deslumbrante, con algún que otro apuro en la zona alta. Discreto el Oroveso de Sagona y suficientemente cumplidores Scigliano y Chaikovska en sus papeles secundarios.
Los sicilianos bien pueden sentir legítimo orgullo de lo que hacen por acercar a su compositor fetiche al público. Aquí, el que no disfrute de la música de Bellini es, lisa y llanamente, porque no quiere. Y lo escuchado se movió, como poco, en un nivel de digna corrección, y como máximo, en uno más que notable, que más de un teatro de campanillas, con buen marketing y entradas caras, bien habría firmado, sobre todo en cuanto a la pareja protagonista. Muy buena apuesta belliniana la que desarrolla este certamen, organizado con encomiable entusiasmo.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Giacomo Orlando)