Cara y cruz de la ‘Segunda’ de Rachmaninov

RACHMANINOV:
Sinfonía n. 2; Preludio en Do sostenido menor (orquestación de Leopold Stokowski) / Sinfonia of London. Dir.: John Wilson / CHANDOS
RACHMANINOV:
Sinfonía n. 2, op.27; Vocalise op.34, n.4 / Saint Louis Symphony Orchestra. Dir.: Leonard Slatkin /VOX
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Quien piense que la Segunda sinfonía de Rachmaninov es fácil de tocar, debería haber escuchado la interpretación que de ella hizo recientemente una de las mejores orquestas de Londres bajo la batuta de un famoso director que lleva interpretándola toda su vida. En esta sinfonía, una delgada línea separa el sentimentalismo de la pasión, la energía de la grandilocuencia, lo evidente de lo alusivo.
Dos grabaciones recién aterrizadas en mi escritorio ejemplifican estos contrastes. John Wilson, al frente de la mejor sección de cuerda londinense, saca adelante los pasajes más asertivos con bastante brillantez, aunque no tanto las ambigüedades subyacentes. Rachmaninov, que tenía 33 años en 1906-7, cuando escribió la sinfonía, estaba rehaciendo su carrera como director de orquesta en Alemania al tiempo que hacía giras por todo el mundo como pianista. La sinfonía era a la vez un experimento con texturas a gran escala y una expresión de su propia incertidumbre y agitación interior. El éxito inmediato de la obra, basado en gran medida en una gran melodía en tiempo lento que sedujo por completo a los alemanes, le devolvió el ánimo sin llegar a consolidar su estatus como gran compositor de música sinfónica. En la interpretación de Wilson con la Sinfonia of London, se oyen más dudas que certezas. La excelsa melodía se impone, pero sin que produzca el impacto abrumador de directores anteriores como Stokowski, Ormandy, Previn, Rozhdestvensky o Maazel. A veces me ha recordado a Valeri Gergiev por su conspicua falta de colorido.
En contraste ejemplar, la grabación remasterizada de 1979 de Leonard Slatkin al frente de la Sinfónica de San Luis satisface todas las expectativas. En aquella época, la Sinfónica de San Luis estaba considerada como una de las mejores de América y el joven Slatkin, criado en el Hollywood de los años 30 en el que vivió Rachmaninov, establece una atmósfera que consigue evocar esa época y ese lugar tanto en sus amorosos afanes como en su ominoso trasfondo. He de confesar que nunca había escuchado el Largo inicial tan diestramente desgranado, insinuante y gesticulante de dolor por el sufrimiento que no tardará en llegar. El Adagio, por su parte, es un irrefrenable cúmulo de emociones. Así es como se solía interpretar a Rachmaninov en los viejos tiempos en los que los hombres llevaban sombrero y las mujeres guantes de seda. Nos vemos en St. Louis, Louis*.
Norman Lebrecht
*[Alusión a la película de Vincente Minnelli, Meet me in St. Louis]