CAMPO DE CRIPTANA / Un aniversario de lujo con Perianes
Campo de Criptana. Ateneo Musical-Teatro Cervantes. 1-VII-2023. Javier Perianes, piano. Obras de Falla, Debussy, Albéniz y Granados.
El Ateneo Musical de Campo de Criptana está inmerso en las celebraciones de su 50º aniversario con toda una serie de eventos musicales que festejan la idea de un grupo de personas que tomaron la iniciativa de organizar una sociedad de conciertos y que hasta hoy no han parado de trabajar. Bien es cierto que la tradición musical de esta localidad manchega merecía un esfuerzo a la altura (su conocida Banda de Música Filarmónica Beethoven, de un nivel excepcional, se fundó nada menos que en 1850 y quienes nos dedicamos a la música sabemos cuántos excelentes profesionales nacionales proceden de la zona) y visitando su página web https://ateneomusicalcriptana.wordpress.com/ se puede comprobar que muchos de los nombres más destacados de la música de este último medio siglo han actuado para el Ateneo, desde reconocidos solistas hasta todo tipo de agrupaciones: Esteban Sánchez, Regino Sainz de la Maza, Jordi Savall o el Cuarteto Gerhard, por citar a unos pocos.
Con ocasión de estos fastos, el pianista Javier Perianes ofreció un recital el pasado 1 de julio ante un público entregado y respetuoso y en una sala en la que no hay mucho margen para el error, debido a una acústica no seca pero sí extremadamente clara, el Teatro Cervantes de Campo de Criptana, cuyo escenario se adornó muy apropiadamente con un aspa de molino, un toque entre tradicional y contemporáneo. Presentó Perianes un programa de gran belleza y exigencia y de sabor completamente español, cuya primera parte tenía un centro geográfico bien preciso: Granada, donde podrán disfrutar también de este programa en el marco del Festival. Comenzó el onubense con Le Tombeau de Claude Debussy de Manuel de Falla. Para homenajear a un francés que tanto entendió de las esencias españolas sin haber puesto nunca el pie en nuestro país, Falla no podía sino escoger un ritmo de habanera, que el propio Debussy utilizó para caracterizar nuestra música en sus partituras. No me resisto aquí a apuntar que en un emotivo texto sobre Ravel de 1939 para la Revue musicale, Falla decía que la habanera fue dada a conocer en los salones por Pauline Viardot-García y que eso explicaba que hubiera continuado viviendo en la música francesa como elemento característico de la española, aunque en España se hubiera olvidado hacía tiempo. Y efectivamente, la España francesa (perdónenme esta herejía), la romántica y también la impresionista, no se entienden sin este ritmo sensual al que tanto Ravel como Debussy extrajeron todo el jugo, volviéndolo incluso morboso y casi letal. Y así es ese Homenaje, una habanera un tanto siniestra que recoge el espíritu casi expresionista del Debussy de los últimos años y de La Puerta del Vino en concreto, aunque la única cita literal proviene de la mucho más puramente impresionista Soirée dans Grénade (Debussy se debe estar revolviendo en su tumba por esto de “puramente impresionista”, porque no le gustaría ni lo uno ni lo otro) de 1903, cuya autenticidad “española” fascinaba a Falla. Perianes se mueve maravillosamente en la españolidad francesa y penetra plenamente en ese sabor amargo, apasionado y seductor. Consigue en esta obra una mezcla entre sensualidad y austeridad, gracias a un ritmo que juega con el rubato dentro de la pulsación, un uso medidísimo del pedal (tónica general del recital, por cierto) que va desde la sequedad hasta la práctica bruma sonora y una atención total a las articulaciones y la respiración de los silencios. Inmejorable preludio al conjunto de las tres obras españolas para piano de Debussy –exceptuando la bellísima Lindaraja para dos pianos, otra habanera, por cierto– que se abrió precisamente con la citada Soirée dans Grénade. Maravilloso color de principio a fin con esos pedales tan justos, disfrute en los diferentes planos sonoros y estupenda gestión en esos diferentes pequeños clímax que van apareciendo a lo largo de la obra. Mención especial a esos bajos en pianissimo pero siempre resonantes y a esa flexibilidad de fraseo que permitió dibujar esos contrastes y esas yuxtaposiciones tan típicas del francés, siguiendo la indicación del autor: “en un ritmo lánguidamente gracioso”.
Siguió La Puerta del Vino, obra mucho más áspera y expresionista (“con bruscas oposiciones de extrema violencia y de apasionada dulzura” indica Debussy), donde Perianes tomó el partido de mantener el ritmo de habanera casi a modo de ostinato y dejar la “languidez” para todos esos melismas de la mano derecha, de forma que esos contrastes que pide el compositor casi estructuran la versión del onubense. El apartado debussysta se cerró con la siempre sorprendente Sérénade interrompue, el noveno de sus Préudes del primer cuaderno, donde esa manera de componer de Debussy en que se va rompiendo el discurso una y otra vez para incrustar otro que nada tiene que ver, ir y volver y recordar se convierte en una máxima desde el título, todo ello para representar, como decía Falla, a dos hombres que se disputan los favores de una bella muchacha a golpe de serenata. Fantástica la evocación de la guitarra, soberbia esa manera de fundirse el acompañamiento de quintas alternadas para sostener ese canto lleno de seducción, sobrecogedores los contrastes y esos cortes en silencio casi ante el abismo. Cruzamos el Darro para visitar El Albaicín con Albéniz en una versión muy rítmica, con una guitarra también muy presente y de contrastes dinámicos menos marcados que en Falla o Debussy al comienzo para ir conduciendo la tensión progresivamente por las distintas secciones hacia la explosión final. Culminó este bloque con una soberbia Fantasía Bética, que comenzó de forma arrolladora, sin dejarnos respiro. Transitó Perianes por cada sección con un señorío auténtico, dibujando caracteres muy diferentes, marcando mucho la diferencia entre esas ráfagas iniciales, la parte de copla declamada o el Andantino central tan lírico y destacando cada articulación siempre dentro de la frase, acentuando sin durezas, imprimiendo ese carácter un tanto salvaje de zapateado rabioso pero sin perder nunca su proverbial elegancia.
La segunda parte estuvo consagrada a las Goyescas de Granados, obra de una exigencia inconmensurable tanto a nivel técnico como formal, con una complejidad enorme en el manejo de la voces y en el contrapunto y con una gama casi inabarcable de matices, caracteres y emociones traducida mediante un número infinito de indicaciones por parte del autor. A estas dificultades musicales se unió otra de una índole distinta, zoológica diríamos. No me suele gustar elevar a categoría estructural algo que constituye una mera anécdota, pero creo que en este caso, es justo reseñar la pelea de Javier Perianes contra las moscas criptanenses durante toda la segunda parte, porque las Goyescas requieren una concentración plena para dotarlas de coherencia y de un hilo conductor y traducirlas adecuadamente al público, al que también se le exige una atención muy grande para entender este monumental conjunto. El caso es que el ataque fue continuo, en caída en picado o rodeando y posándose sobre las manos o cara del pianista, haciendo honor a ese sintagma tan conocido y explícito para designar a quien da mucho la lata y que no repetiremos por respeto al lector. Cómo sería la cosa, que Perianes tuvo casi que escupir a una de las voladoras para quitársela de la boca, por no hablar de más de un manotazo o gestos con los brazos para alejarlas, con el consiguiente peligro para la interpretación. Ni al ruiseñor de la maja respetaron. Todo fue en vano. Y en vano también el ataque de las moscas, porque las Goyescas que disfrutamos en Campo de Criptana fueron absolutamente excepcionales. He tenido la suerte de escuchar dos veces en directo su versión y no creo equivocarme si afirmo que es referencial. Hay algo que me fascina en la expresión musical de Perianes y es su capacidad para pasar de la introspección a la extraversión sin caer en la frialdad o la distancia en el primer caso y sin perder la elegancia en el segundo. Esta cualidad es especialmente adecuada para las Goyescas, donde la alegría desbordante de Los Requiebros va transformándose en sentimientos más dolorosos y oscuros, pero no deja de asomar hasta prácticamente el final con dejes de ese alborozo amoroso. Aunque no hace falta loar a estas alturas el dominio técnico de este pianista ni su control pasmoso de las dinámicas o la belleza de su sonido, siempre sorprende que todas esas virtudes concurran con tanta naturalidad. Perianes nos guía a través de esta historia de amor trágico clarificándonos ese discurso no siempre fácil de seguir, con momentos realmente abstractos y avanzados, que logran unir el pianismo lisztiano con las vanguardias del XX.
Siempre he pensado que una de las mejores cualidades que puede tener un músico es hacer que el oyente entienda lo que está sucediendo, que lo “explique” mientras toca, y realmente Perianes es un maestro en este cometido. Qué elegancia en el canto de los temas en esos Requiebros llenos de pasión en los que se cuelan Tristán e Isolda en mitad de la diabólica maraña de notas; qué profundidad en el sonido, qué sabia traducción de las inflexiones y qué contención del desbordamiento de la pasión por la melancolía y a la inversa en El coloquio en la reja, donde ya se adivina que la vida no es un camino de rosas y las cosas pueden cambiar de un segundo a otro. Fascinante el Fandango del candil, donde plasmó el gracejo del ritmo con una expresión de autoridad solemne mezclada con una insinuación apasionada. La delicadeza imperó en Quejas o La maja y el ruiseñor, tanto en la expresión como en esa pulsación tan magníficamente adaptada al carácter de pasión entristecida. Delicioso el canto del pájaro, que aporta la nota optimista para salir volando inmediatamente. El amor y la muerte fue simplemente estremecedor. Los recuerdos wagnerianos asaltan de nuevo, pero de forma más austera y más dolorosa, sin regodeo en el tánatos sino con mucho dolor por la pérdida de la felicidad y la vida. Y Perianes tradujo inmejorablemente esa lucha terrible que sabemos desigual desde el comienzo, representada en ese discurso que va extremando los registros y alejando cada vez más los planos sonoros. Impresionante la unidad que confiere a esta pieza sorprendente, donde se combinan evocaciones bachianas con progresiones y armonías schumannianas pero que nos llevan hasta bien entrado el XX en un cortejo fúnebre, todo ello utilizando todos los leitmotivs del conjunto goyesco. Una vez más, destacar la perfecta adecuación de la pulsación y de la utilización del peso de los brazos para conseguir toda la paleta de gradaciones dinámicas y el magistral uso del pedal. El Epilogo: Serenata del espectro fue realmente sobrecogedor, sin ahorrarnos esa sequedad irónica del triunfo de la muerte; y maravillosa y fantasmagórica sin duda la aparición del espectro representado por esas octavas quebradas, de nuevo merced a esa pedalización suya y a esa pulsación ligerísima. Una última explosión de pasión, como un último estertor, se desvaneció en el saludo final del espectro, que despareció como en un rápido punteo de guitarra, dejándonos sobrecogidos y emocionados.
La catarata de aplausos provocó la interpretación de un perfecto bis, no sin que antes Perianes, soltara un sonoro “Vaya tela el concierto con las moscas”. Y sin más dilación, atacó las primeras notas de la Danza ritual del fuego del Amor brujo de Manuel de Falla, en la interpretación más contrastada y apasionada que he tenido la ocasión de escuchar. Un lujo de concierto para un aniversario muy especial.
Ana García Urcola
(fotos: José Ángel Albacete)