Callas en pantalla grande
Callas – París, 1958. Director y Productor: Tom Volf. Producción y restauración: Samuel Francois-Steininger. Distribución nacional: Versión Digital. Duración: 90 minutos.
Numerosos espacios de diversa índole (sobre todo teatrales, los más representativos de su carrera) han recordado el centenario del nacimiento de Maria Callas en Nueva York, el 2 de diciembre de 1923. En España la soprano jamás cantó una ópera al completo, pero sí ofreció recitales en Barcelona (Liceu), Madrid (Monumental, Zarzuela) y Bilbao (Coliseo Albia). No estaría mal que los respectivos centros recordasen su presencia al menos con una placa.
La mejor cantante-actriz de su época apenas dejó testimonios en imágenes de su trabajo, algo que, para el público actual, visualmente adictivo, resulta una carencia casi insoportable. Se ha intentado llenar el vacío con hologramas, algo tan discutible como ineficaz (al menos, para quien redacta), y ahora con la proyección en cines de su recital parisino de 1958. Esta velada fue difundida en primer lugar en soporte audio; luego en vídeo, DVD y Blu-Ray por EMI-WARNER, a partir del material facilitado por el INA (Instituto Audiovisual Nacional) francés.
El metraje que ahora llega a la gran pantalla es el original, descubierto recientemente y restaurado por el fotógrafo y cineasta Tom Volf, hoy por hoy el mejor paladín de su memoria (el hecho de que Volf haya nacido cuando la Callas ya llevaba unos años muerta, es un signo más de la inmensa estela dejada por la cantante). El filme está coloreado por inteligencia artificial y presenta un muy buen sonido (Dolby) en consonancia con la técnica actual. El resultado es, en ambos casos, impactante y digno de la estrella homenajeada.
Callas, pues, llega a la gran pantalla como cantante de ópera y también como la actriz fascinante que era, tal como demostró en la bien concebida y muy elaborada pero algo tediosa Medea de Pasolini. Rodada en 1969, la cinta del controvertido cineasta y poeta italiano no consiguió interesar a un público heterogéneo. Ella está magnífica, pero la experiencia detuvo las posibles expectativas de la soprano de dedicarse, si surgían las oportunidades, a otros cometidos cinematográficos.
El año 1958 comenzó muy mal para la Diva, que se vio obligada a suspender in extremis una Norma en la Ópera de Roma, el 2 de enero, desatando con ello un escándalo mayúsculo que la alejaría durante dos años de los escenarios operísticos italianos (únicamente cantaría en la Scala y en Nápoles, cumpliendo inevitables contratos y centrando su actividad, ya algo más reducida, en Nueva York, Chicago y Londres, con unas funciones en Lisboa donde se encontró por primera y única vez con Alfredo Kraus en una memorable Traviata).
Año complicado, sí, pero clausurado con su esperadísima presentación en París. De hecho, el recital parisino no era únicamente el homenaje a una diva; era también una autopromoción, ya que ¿cómo era posible que la ciudad que antaño había sido centro universal de la ópera no hubiera disfrutado de la cantante de mayor prestigio internacional?
El recital fue un acontecimiento musical pero también social, ya que asistió la crème de la crème de la sociedad gala entre políticos, artistas cinematográficos e intelectuales. La velada se presentó como una Gala de la Legión de Honor, organizada por la revista Marie Claire y contó con la presencia del presidente de la República, René Coty. Pueden imaginarse los nervios previos de la Divina ante la hipótesis de otra cancelación, después de la de Roma, a la que asistía otro presidente de la República, Giovanni Gronchi. La velada fue retransmitida por televisión a la mayor parte de Europa, salvo, claro está, España.
Callas ofreció en su generoso programa parisino un variado testimonio de su arte como cantante. De su repertorio para soprano dramática de agilidad se deslizó al más cómico y ligero, y del romanticismo verdiano al verismo de Puccini.
La mujer bella, estilizada, elegante, majestuosa, solemne, vestida de rojo y arropada en un chal del mismo color con el que jugará a menudo, brillantemente enjoyada pero de discreta ostentación, hace su aparición bajando una escalera como lo haría una reina, la reina indiscutible de la ópera. He ahí la figura de una auténtica diva de la ópera.
La cantante inicia el programa con la entrada de Norma en la homónima ópera belliniana, uno de sus papeles más significativos. La voz suena algo fría, a veces entre metálica o endurecida. El fiato parece un poco justo, pero perfectamente controlado. Sin embargo, en el canto y la interpretación se reconoce el personaje que ella ha restaurado en toda su dimensión. No le hacen falta decorados, ni vestuario. Como Oroveso, le da una réplica Jacques Mars, quien hace todo lo posible por imponer su presencia. El coro de la Ópera parisina puede que haya disfrutado de noches mejores. Pero ¿hay quien repare en ello ante la magnética presencia de la cantante?
El rostro, los gestos (con esos ojos que ‘hablan’), la actitud corporal de la Callas… todo confluye con música y canto. Gestualidad que irá cambiando, adaptándose a cada obra y a la expresividad propia de cada personaje. La actriz trasciende los límites impuestos por el desnudo espacio escénico parisino.
En la gran escena de Leonora en el cuarto acto de Il Trovatore, si bien en el adagio la voz sigue un tanto rebelde, el Miserere es de otro mundo. El talento dramático se dispara en esas frases entrecortadas, angustiosas, como gritos de dolor que tan bien entendió Verdi. En medio se escucha un coro masculino descontrolado, como si de camino al teatro hubieran degustado algún que otro pastis, pero la fuerza de la cantante consigue que esa torpeza no destruya la intensa atmósfera que construye. Manrico está presente en la voz de Albert Lance (fue el único encuentro profesional entre la soprano y el tenor australiano, habitual de Garnier).
El siguiente fragmento introduce un ostentoso contraste canoro: la cavatina de Rosina del Barbero rossiniano. Juventud, gracia, picardía, vitalidad emanan de esa voz fresca y segura, controlada, con esas notas picadas que sólo ella sabía emitir de tan encantadora manera y con esos ‘ma’ a los que supo conferir un valor inigualable. La evidente satisfacción final de la intérprete informa de que los resultados eran los pretendidos.
No obstante, la guinda de la exhibición llega con el segundo acto de Tosca. Un montaje como corresponde en el que colaboraron los propios artistas, la Callas y ‘su’ Scarpia, el inmenso Tito Gobbi. El duelo entre ambos es sencillamente inigualable, o tal vez sólo igualado (o superado) por el documento desde el Covent Garden londinense captado seis años después, en el montaje de Franco Zeffirelli. En París reaparece Lance como un funcional Cavaradossi, pasando tras el Vittoria, vittoria del idioma italiano al francés bruscamente (¿?). Este acto central de la ópera de Puccini puede dar buen testimonio de lo que era la Tosca de Callas. Y del Scarpia de Gobbi, otro actor soberano pero con algún tic del pasado: lleva una nariz postiza, aguileña, tipo de apéndice nasal asociado a la maldad.
A través de estas imágenes de Tosca no asistimos a una representación de la obra, sino que nos metemos de lleno en ella. Callas domina la pantalla, no sólo por la labor de las cámaras que la siguen con atención, sino porque se adueña de la imagen, la actriz superando a la cantante. La diva transmite toda la desesperación, la incertidumbre y la repulsa de la protagonista mediante gestos tan naturales que son capaces de reflejar que la soprano, algo insólito en una actriz de un medio teatral, sabía moverse perfectamente en un medio cinematográfico que en teoría le resultaba ajeno. Es tal la fuerza de su presencia, que se impone incluso cuando no está en pantalla, reflejándose en los demás actores, sobre todo en Gobbi, que está asimismo soberbio, insuperable, en su imponente presencia. Llama la atención la excelente toma en imágenes, en una época en que la técnica no disponía de los recursos actuales.
De este acto siguen perdidos, en imágenes, varios compases (tres frases a cargo de Tosca y Scarpia) tras el Vissi d’arte. A partir de Vedi, le man giunte… que se escuchan al final con los títulos de crédito. Con respecto a anteriores publicaciones, el filme se amplía con momentos de la llegada de la cantante a París y luego de su partida del aeropuerto de Orly.
Trece salas en la Comunidad de Madrid han dado cabida a esta joya, entre el 2 y el 5 de diciembre. El cine Embajadores Río presentaba un lleno absoluto en su sala grande. Cincuenta años después de su muerte, parece que la Divina atrae más público que Carreras, Domingo y Pavarotti en sus aventuras cinematográficas.
No sería arriesgado pensar que semejante experiencia cinematográfica de la Callas se extenderá a la recordada Tosca londinense de 1964, sin tener que esperar a otro centenario.
Fernando Fraga
(fotos: Fonds de Dotation Maria Callas)