BURGOS / Orozco-Estrada y Encuentro de Música y Academia de Santander: la exquisitez de la élite
Burgos. Fórum Evolución. 8-VII-2024. Orquesta Sinfónica del Encuentro de Música y Academia de Santander. Dir.: Andrés Orozco-Estrada. Violín: Anna Lee. Obras de Franz Waxman y Shostakovich.
Entre las actividades del 25º aniversario de la Fundación Atapuerca se incluye este concierto de la Orquesta Sinfónica del Encuentro de Música y Academia de Santander, formación que reúne a jóvenes convenientemente escogidos de entre lo mejor de todo el mundo. Quince serán las ciudades que visitarán los intérpretes de la Escuela Superior de Música Reina Sofía como parte de los actos del 100 aniversario de Telefónica y Burgos ha sido la segunda de la gira tras Santander.
Una rareza para abrir programa: la Fantasía sobre Carmen de Franz Waxman, autor del Hollywood clásico (Rebecca, 1940). Claramente influenciada por la partitura homónima de Sarasate (de forma evidente en el canon de la habanera), el virtuosismo está quizá menos integrado o justificado en la narración que en la obra del navarro. Ahora bien, una orquestación equilibrada en manos de Orozco-Estrada y la intervención limpia y expresiva de la solista Anna Lee ofrecieron la interpretación como el regalo de una partitura bonita e inusual. Anna Lee y Orozco-Estrada convinieron de propina la meditación de Thaïs, de Massenet, tan lenta y expresiva, espectacular en el pianísimo de la reexposición, que, como indicaba Berlioz a propósito de Virgilio: sunt lacrimae rerum, porque hizo creer por unos minutos a la audiencia que se trata de una de las piezas más hermosas de la historia.
Tiene arte el director colombiano hasta cuando habla al público para indicar que, por favor, aplaudan entre movimientos todo lo que quieran, incluso si lo hacen en los calderones, pero, se lo ruego, no lo hagan tras el largo de la Sinfonía n.º 5 de Shostakovich. Hay que felicitar a la Academia por el trabajo de ensayo en busca de la perfección en todos los parámetros, del equilibrio orquestal, de la expresividad y de la limpieza, en especial en los unísonos cristalinos de los violines primeros durante toda la obra. Con Anna Lee ya sentada en uno de los últimos atriles de primeros, el allegretto, poderoso y juguetón, dejó las intervenciones llenas de esa disfrutable intención melódica y rubateo casi ad libitum, que algunos profesores denominan “cachondeo” en precioso timbre del violín de la concertino Anna Csaba. Tras el desconsolador sentido del sufrimiento en los unísonos seccionales del largo, y tras la violencia exacta de sus golpes de arco; tras la intención y resolución de las disonancias en los diálogos en piano y la desolación final del movimiento, el finale vino a levantar los corazones, sin que nadie pudiera hallar o imaginar un compás que pudiera haber sonado mejorable a todo lo que dirigió Orozco-Estrada. Tan solo en este último movimiento, en el que el director exhibió su capacidad para mover los afectos entre el triple piano y el triple o incluso cuádruple forte, pudo haber algún momento en que los trombones y tuba se comieron a la cuerda en algún pasaje especialmente estruendoso (y muy bien logrado, por cierto).
La ovación, entusiasta y ardorosa como en pocas ocasiones, condujo a una nueva propina, un par de valses de El caballero de la rosa, de Strauss que, quizá con el ánimo exageradamente exaltado del final de Shostakovich y de los bravos y aplausos, comenzó con un puntito de más en cuanto a brío y decibelios. La cosa se ordenó sola en la segunda sección, más tranquila.
No pudo ser más exitosa, pues, la presentación de Orozco-Estrada en Burgos, con una orquesta a la que está enseñando a no descuidarse de la exquisitez y la perfección cualesquiera que sean las condiciones de interpretación.
Enrique García Revilla