BURGOS / Messiaen soñó con un cuarteto para cinco

Burgos. Iglesia de la Asunción de Villahoz. 10-VI-2023. Cuarteto Fin du temps. José Luis Estellés (clarinete), Aitzol Iturriagagoitia (violín), David Apellániz (violonchelo), Alberto Rosado (piano). Messiaen: Cuarteto para el fin del tiempo.
En 2021 el cuarteto denominado Fin du temps por su formación característica registró esta representativa obra de Olivier Messiaen (1908-1992) para el sello IBS y entre los reconocimientos que recibió se encuentra el de disco excepcional por parte de nuestra revista SCHERZO. En esta ocasión, el mismo cuarteto se desplazó a la localidad burgalesa de Villahoz, dentro del ciclo de conciertos denominado Soledad sonora (soledadsonora.com). Organizado por la Asociación para el desarrollo de la comarca del Arlanza, que lleva conciertos de buena música al medio rural, incluye en próximas actuaciones a figuras como Juan de la Rubia, el Cuarteto Leonor o Schola Antiqua.
La resonancia generosa que ofrecen las elevadas bóvedas estrelladas de la iglesia de Villahoz no impide al público que se encuentre más o menos cerca del foco sonoro el reconocer unas condiciones acústicas óptimas para la audición. De hecho, como si del alma de la propia música se tratase, dicha resonancia, al percibirse desde un lugar cercano a los intérpretes, enriquece cada uno de los instrumentos, en especial al clarinete de José Luis Estellés. Este, en su Abismo de pájaros para clarinete solo (el tercer movimiento) encontró en las piedras góticas un aliado que proporcionó armónicos de todos los colores a su discurso, lentísimo y emocionante como pocas veces se ha escrito para su instrumento solo.

Tras unas pertinentes explicaciones del propio Estellés y de Alberto Rosado, quizá la palabra emoción es la más adecuada para describir esta experiencia musical. No es una iglesia el mejor lugar para interpretar aquella música que no haya sido compuesta para ella (lo que no sea música vocal, órgano o vientos) y, no obstante, he de reconocer que cualquier interpretación en una sala de cámara de este Cuarteto para el fin del tiempo ha de resultar, por ley física, mucho más pobre de lo que es en resonancia de iglesia, siempre y cuando, insisto, el oyente no se encuentre demasiado lejos del intérprete. De hecho, los instrumentos menos favorecidos por dichas condiciones fueron violín y violonchelo. El piano de Alberto Rosado, un rutilante Steinway que aguardaba a los espectadores como un tesoro anacrónico en el presbiterio, podía haberse permitido tocar con tapa cerrada para mejorar las condiciones de equilibrio en el cuarteto. Todos los matices de interpretación de la partitura quedaron felizmente determinados por las condiciones acústicas de la ocasión. Además de escucharse la obra de Messiaen con los detalles que tendría en una sala de cámara (obvio realizar crítica de la interpretación, de la homogeneidad en los ataques, de la fuerza de los unísonos, del juego con el sonido y el silencio del clarinete, etc.: lo resumo con el calificativo de emocionante, e incluso pía), también se disfrutó de otra audición paralela, bien cuidada y tenida en cuenta por los cuatro músicos, como es la resultante de un quinto integrante del cuarteto, esa resonancia que tanto respeto infunde a músicos y oyentes.
Enrique García Revilla