BURGOS / Haendel y la Academy of Ancient Music: grandes como una catedral
Burgos. Catedral. 17-VIII-2021. Academy of Ancient Music. Director: Richard Egarr. Obras de Haendel.
Se me ocurren pocas músicas más adecuadas para una gran conmemoración como la de los Reales fuegos artificiales de Georg Friedrich Haendel. Compuesta en 1749, por encargo del rey Jorge II de Inglaterra, para celebrar el final de la Guerra de Sucesión Austriaca y la firma del Tratado de Aquisgrán, se ha convertido en una de las obras más universales de todos los tiempos. Este año la Catedral de Burgos cumple ocho siglos y, como parte de los fastos organizados por este acontecimiento, se celebraba anoche en ella, en su altar mayor, un concierto que incluía la Música para los Reales fuegos artificiales junto a su ‘hermana’, la Música Acuática, con la que casi siempre aparece emparejada, aunque sean dos obras que no tienen más conexión entre sí que el haber sido alumbradas por el mismo genio.
Quizá en estos tiempos de desmedida y, en la mayor parte de los casos, injustificada corrección política alguno pueda ver en esta aseveración algún tinte xenófobo (la piel de nuestra sociedad cada día es más fina), pero sigo pensando que no hay todavía nadie como los ingleses para interpretar la música de Haendel (sí, otra paradoja: un músico nacido en Alemania es el compositor más notable en la historia de Inglaterra). Y, en concreto, toda esta música que escribió para los grandes festejos de los tres reyes británicos a los que sirvió: Ana Estuardo, Jorge I y Jorge II. La presencia de la Academy of Ancient Music en la Catedral de Burgos era, por tanto, un reclamo irresistible, máxime teniendo en cuenta que se trataba de la última gira de la formación londinense (aunque ahora su sede oficial esté en la Universidad de Cambridge) con el que ha sido su titular desde el año 2006, Richard Egarr, quien el próximo 1 de septiembre cederá la batuta a Laurence Cummings.
La AAM no solo no defraudó, sino que condujo al paroxismo a todos quienes tuvieron la dicha de poder asistir al concierto en la catedral burgalesa, que, dicho sea de paso, sorprendió a todos (músicos y público) por su maravillosa acústica. No son las grandes catedrales ojivales, por su enorme reverberación, las más indicadas para acoger actos musicales, pero también en esto la de Burgos resulta ser una bendita excepción.
Si la lectura de la AAM de la Música acuática (o más concretamente, de varios movimientos de sus tres suites entremezclados, sin atender a los criterios de agrupamiento que se siguen hoy en día y que no son, desde luego, los del día de su estreno, pues nadie sabe realmente cuáles fueron aquellos) fue soberbia, lo de la Música para los reales fuegos artificiales resultó inenarrable. Había que ver las caras de felicidad de los que escuchaban (y de los que tocaban) para darse cuenta de que se estaba viviendo uno de esos momentos musicales que tardan mucho tiempo en olvidarse.
¡Madre mía qué vientos! Y no solo las trompas (con la increíble Anneke Scott al frente) y las trompetas naturales (entre ellas, el alborayense Ricard Casañ haciendo diabluras con la trompeta bajo), sino también los oboes y los fagotes más satinados que uno ha tenido la dicha de escuchar en mucho tiempo. ¡Y qué cuerdas, con ese inasible concertino que es Bojan Cicic, capaz de nadar sobre las aguas más procelosas con la elegancia de un cisne! Su lectura del Concerto grosso en Sol menor op. 6 nº 6 HWV 324, que separó el agua de la Watermusic del fuego de los Fireworks, fue absolutamente modélica.
Quizá lo mejor de todo fue comprobar que, a punto de cumplir 50 años (fue fundada por Christopher Hogwood en 1973), la AMM sigue igual de vigorosa que entonces y que, por fortuna, con la llegada de Egarr se disiparon los negros nubarrones que se habían cernido sobre ella durante el breve, pero un tanto aciago, periodo en que ejerció (es un decir) de director titular Andrew Manze. Y es que hay orquestas que no nacieron para ser dirigidas por violinistas, sino por clavecinistas. Hogwood era clavecinista, Egarr es clavecinista y Cumming también es clavecinista. Aprovecho, como colofón, para ensalzar a Egarr: ¡que talla musical tan enorme la suya! A veces hay orquestas que funcionan de manera tan prodigiosa que casi nadie sabe apreciar la labor que desarrolla el que está al frente de ellas. Es ese, creo, el mejor elogio que se le puede hacer a un director.
Eduardo Torrico
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