BURGOS / Estreno absoluto del drama lírico ‘Minatchi,’ de Antonio José

Burgos. Teatro Principal. 19-XI-2022. Antonio José: Minatchi. Sandra Redondo (Minatchi), Adolfo Muñoz (Rey Chandramathi), Daniel Estévez (Ammacannú), Raquel Rodríguez (Princesa Rukmahni), Ana Serrano (Un ángel). Coro Ars Nova. Conjunto instrumental de la Orquesta Sinfónica de Burgos. Director: Javier Castro.
Posiblemente sea Antonio José (1902-1936) el compositor más talentoso de nuestra Edad de Plata y, por ello, sorprende que aún queden partituras suyas sin estrenar a pesar de llevar ya varias décadas a disposición pública en el Archivo Municipal de Burgos. En su catálogo, más bien breve, como su vida, truncada como es sabido por un fusilamiento en la Guerra Civil, constan dos obras escénicas. Por un lado, su excelente ópera El mozo de mulas, que fue estrenada en versión concierto en 2017 y que aún espera un estreno con su puesta en escena y, por otro, una obra de la que siempre se citaba su curioso título, Minatchi, sin que no se conociese una sola nota de dicha pieza.
El catedrático de dirección de orquesta del Conservatorio Superior de Castilla y León, Javier Castro, tomó la iniciativa para recuperar esta partitura (al igual que hizo con El mozo de mulas, cuyo estreno dirigió en el podio de la Orquesta Sinfónica de Burgos), pero para ello se vio obligado a orquestar la obra, pues la partitura original sólo se conserva con acompañamiento pianístico. Tal como el propio Castro indica en las notas al programa, lo más posible es que el compositor crease una obra de reducidas proporciones para ser representada en colegios o congregaciones, con tres solistas, coro y un acompañamiento.
En aquellos años, Antonio José trabajó de forma fructífera en el Colegio de Jesuitas de Málaga, así que, viendo que el texto de la partitura está escrito por un sacerdote de la compañía y que, además, presenta una traducción en color rojo al inglés realizada por otro jesuita, es posible que en torno al colegio malagueño se hallase el germen de Minatchi. Siguiendo este criterio de ópera de cámara, la orquestación presentada consiste en una reducción a plantilla con un solo solista por sección, tanto en madera, metal y percusión como en cuerda.
Con estos efectivos, Castro presentó una música bien compuesta y bonita, sin grandes pretensiones, pero con unos tratamientos muy personales del coro y de las partes solísticas que recordaban en seguida a El mozo de mulas y que, sin duda, merecen ser rescatados. Es evidente que, a pesar del sentido camerístico con el que posiblemente surgió la obra y de la instrumentación sutil y acogedora, la partitura llama a una orquestación de mucho mayor potencial tímbrico, pues entre las mejores cualidades de Antonio José se encuentra su enorme talento para la instrumentación, aprendido sobre las partituras de Wagner y Chaikovski, además de en sus lecciones con Ravel.
El problema con el que ha trabajado Javier Castro consiste, además de la orquestación de la obra, en que únicamente se conserva en la partitura las partes musicales, es decir, que los diálogos del libretista que pudieran hacer avanzar la acción están perdidos. Nadie ha osado a reconstruir dicha parte dialogada, posiblemente hablada (más como en una zarzuela que como en un drama lírico, tal como se indica en la partitura), por lo que Minatchi consiste en diez números musicales en los que se alternan romanzas de los respectivos solistas con las partes corales.
La soprano Sandra Redondo, que ya estuvo presente en el estreno de El mozo de mulas prestando su voz cristalina al emocionante papel de la Abadesa (acto III) así como al de Mari Blanca (acto II), fue la protagonista de la noche en el rol de Minatchi, una princesa india que tiene como cometido el convertir al cristianismo a su poblado. Muy sobresaliente Sandra Redondo sobre los demás solistas, especialmente por su capacidad expresiva, su dicción limpia y la claridad de su timbre, de afinación siempre precisa. Por su parte, el excelente coro Ars Nova, muy característico como personaje colectivo antoniojoseísta, estuvo rotundo, creíble y bien trabajado en sus ensayos, con un finale de gran efecto sobre el escenario.
En total, una hora de música que, aunque pida una reconstrucción del libreto, funciona perfectamente como pieza musical independiente, tanto en la delicada orquestación reducida de Javier Castro, como en una hipotética instrumentación con la exuberancia y potencial de exotismo de una plantilla grande, a la manera de El mozo de mulas. Mi felicitación a Javier Castro, por haber dado el paso, uno más, hacia la restitución de Antonio José, insisto, quizá el más talentoso compositor de la generación del 27, en el repertorio y cuya El mozo de mulas (sin duda, una de las tres mejores óperas españolas del siglo XX) espera su estreno escénico, como lo soñó el autor, en la temporada operística de alguno de nuestros teatros.
Enrique García Revilla