BUENOS AIRES / “¡Qué barbaridad lo que hace esta mujer!”
Buenos Aires. Teatro Colón. 15-VII-2023. Festival Argerich. Martha Argerich, piano. Freddy Varela, Tatiana Glava (violines), Fernando Rojas (viola), Stanimir Todorov (violonchelo). Obras de Schumann y Rheinberger.
“¡Qué barbaridad lo que hace esta mujer!”. Lo decía una dama bonaerense envuelta en suntuosas pieles al abandonar el sábado el Teatro Colón tras el concierto inaugural del Festival Argerich. Y no exageraba en absoluto la encopetada señora, porque lo que hizo Martha Argerich con el Quinteto para piano de Schumann es de otra galaxia. No por el hecho ya en sí asombroso de que a sus 82 años mantenga intactos ante el teclado el vigor, el nervio pianístico y la entrega de siempre. La diosa del piano marcó pauta, impulso y columna vertebral en un Quinteto de Schumann en el que fue dueña y señora. Impuso su gobierno a un disciplinado cuarteto de cuerdas bonaerense regido por la voz y categoría virtuosa de su pianismo. Pura seducción.
Y fue, claro, una versión excelsa. Cálida, apasionada, de enorme dinamismo musical y absoluta frescura. Una versión tan juvenil y abrasadora como cuando Clara Schumann –su antecesora– la estrenó en Leipzig, con músicos de la Gewandhaus, en la mañana del 8 de enero de 1843. Tenía Clara 23 años, como los que pareció tener Argerich el sábado ante un Teatro Colón abarrotado de argeriches que adoraron a su diosa en una noche en la que el otro Buenos Aires –el futbolero– se echó a la calle, a la inmensa 9 de julio, para celebrar el triunfo del River en la liga. Argentina adora a sus mitos, futboleros o pianísticos. Messi y Argerich. Maradona y Barenboim.
Clara Argerich, o Martha Schumann, tanto da, se lanzó al vuelo romántico schumanniano entregada más al dictado de su alma de artista que a la norma estética. Fue, como aquella legendaria grabación de la Sonata en sol menor de junio 1971, un Schumann de fuego. Incandescente y abrasador. De tiempos volubles y brillante vocación cantable, que supo replegarse en los episodios más introspectivos. Lo hizo, ¡y de qué modo!, en la dramática marcha en modo menor y de tintes casi fúnebres del segundo movimiento, donde replegó la sonoridad de su piano para dejarse envolver por la sonoridad de las cuerdas. Desde un pianísimo no por ello menos poderoso, como si fuera un bajo continuo, supo ser base y guía discreta del movimiento.
Luego, en el Scherzo, reapareció el impulso libre y hasta avasallador de la artista total, que marcó y fijó tiempos y carácter. El cuarteto de cuerdas se antojaba desbordado por el impulso innegociable, acaso inalcanzable, del teclado. Argerich, virtuosa tan lozana como la Clara de 1843, extremó la indicación “Molto vivace” e imprimió ley y sentido. Velocísima y centelleante. Pianismo refulgente y jubiloso marca de la casa. Luego, en el esplendoroso Allegro ma non troppo conclusivo, aunaron fuerzas y energías para recapitular y cerrar el Quinteto enfatizando los “felices” y contrapuntísticos rasgos mendelssohnianos que en su día tanto irritaron a Liszt.
Lo que pasó tras el último acorde roza lo indescriptible. Un teatro inmenso abarrotado hasta el último rincón aplaudió, vitoreó y braveó a la diosa hasta lo indecible, como en las antiguas grabaciones de funciones de ópera en las que el público del Colón se volvía loco tras escuchar a Kraus, Varnay o Victoria de los Ángeles. La Argerich, con su eterna melena –ahora canosa, pero tan característica como siempre–, recorría el inmenso escenario junto con sus compañeros de viaje, en un intento imposible de personalizar las gracias por sectores. Es la enormidad del Colón, abrazada a la inmensidad de una artista única e irrepetible. Luego, tras el éxito, tras las flores (lanzadas finalmente al público), tras el clamor de cerca de tres mil personas, se encerró en la soledad del camerino y se puso a estudiar hasta las dos y media de la madruga. ¡La noctámbula Argerich! Eterna genio y figura. Mientras, fuera, a pocos metros, los hinchas futboleros seguían vociferando y lanzando cohetes y mil cosas más.
Aún quedan bastantes jornadas y conciertos en este Festival con tantas presencias de renombre y relumbrón. También actuaciones de Ella, en dúo, en más música de cámara, con orquesta, con su ex marido Charles Dutoit. Nombres como Goerner, Kremer, Nakariakov Perianes, Vasili Petrenko o Sergio Tiempo son algunos de sus coprotagonistas que actuarán hasta la clausura, el 30 de julio. El sábado, un Buenos Aires festejaba el triunfo del River, pero otro, en absoluto menos relevante, disfrutaba y festejaba la fiesta de la música de la mano de su leyenda. En la calle, en la viva noche bonaerense, hacía frío y se agradeció la bufanda ¡Qué mundo!
Justo Romero
(fotos: Prensa Teatro Colón/Arnaldo Colombaroli)