BUENOS AIRES / Los “coloneros” y el Chopin fogoso de Sergio Tiempo
Buenos Aires. Teatro Colón. 21-VII-2023. Festival Argerich. Sergio Tiempo, piano. Obras de Chopin.
Entre los muchos y muchísimos grandes pianistas latinoamericanos, desde Teresa Carreño a Martha Argerich, Claudio Arrau, Daniel Barenboim, Jorge Bolet, Ricardo Castro, Homero Francesch, Nelson Freire, Bruno Leonardo Gelber, Nelson Goerner, Horacio Gutiérrez y tantos otros, el venezolano-argentino Sergio Tiempo (Caracas, 1972) representa la actualidad palpitante de este talento pianístico que tanto ha vitalizado y revitaliza la escena internacional. Su presencia lógica en el pianístico Festival Argerich de Buenos Aires, con un monográfico Chopin, ha llegado avalada por una importante carrera que le ha llevado por medio mundo y bien poco por España, donde apenas ha actuado en una ocasión. Cosas de la vida.
Como su mentora y guía, la gran Argerich, Tiempo destila fuego, pasión y temperamento sobre el teclado. No se anda con chiquitas y va a por todas con su pianismo arrollador y casi hasta avasallador. Quizá Chopin y sus filigranas y esmeros no sean el territorio más apropiado para este pianista fogoso, que se lanza sin red al vértigo del concierto y casi siempre consigue salir airoso. No se amilana ante posibles tropiezos –que los hubo–, y mantiene la honestidad artística y el coraje virtuosístico de entregarse al dictado de su temperamento centelleante. En ambas sonatas de Chopin, el piano echaba chispas y decibelios, amplificados por la acústica transparente del Colón, que permite apreciar todo todo: lo bueno y lo malo.
Los movimientos vivos de las dos sonatas de Chopin –la segunda y la tercera– se escucharon así con vértigo, asombro y derroche de medios y decibelios. En ocasiones, con exceso de pedal, en otras, con algún emborronamiento y apuro bien resuelto. Siempre, con el decoro y franqueza de un artista falible y genuino; de un intérprete que toca sin reservas y con el corazón en la mano. Como pianista de evidente clase, Tiempo supo congelar tempo y temperamento en una Marcha fúnebre de hondo calado emocional, el mismo que marcó su lírica y efusiva visión del Largo de la Tercera sonata.
Entre ambas sonatas, Sergio Tiempo intercaló un especie de “suite” chopiniana, finísimamente armada, compuesta por cinco páginas, iniciada con el Preludio “Gota de agua” y coronada con la Cuarta balada. De nada sirvió que pidiera antes de comenzar la suite que no se aplaudiera entre pieza y pieza (ya antes, los aplausos a destiempo le masacraron el final de la Marcha fúnebre y el comienzo del Presto final) , para no romper el fino argumento tonal y modal del conjunto. Tras una singular versión del “Gota de agua”, los aplausos –generosos pero impertinentes– rompieron el contraste con el tumultuoso Preludio en fa sostenido menor (el octavo de la colección), como luego con el apesadumbrado y nostálgico Cuarto preludio, cuyo acorde final sí pudo enlazar, maravillosamente, con el comienzo del primero de los tres Nocturnos opus 15. La particular “suite” chopiniana quedó coronada con una Cuarta balada en la que Sergio Tiempo volvió a sacar a relucir la esencia de su pianismo cargado de intensidad y honradez consigo mismo y, sobre todo, ante la obra de arte. Una vez más, el Colón se abarrotó de “coloneros” (así llaman aquí a su afición) para armar la marimorena al final del recital. Tiempo echó leña al fuego para cerrar definitivamente su actuación con el regalo del abrasador decimosexto preludio, cuyo remarcado “presto con fuoco” fue vertiginoso colofón de la noche chopiniana. 3.000 forofos coloneros fueron testigos de ella. ¡Se dice pronto! Fuera, el frío de estas noches festivaleras en pleno “invierno porteño” había perdido gelidez. Cosa de los astros. Quizá…
Justo Romero
(fotos: Prensa Teatro Colón / Arnaldo Colombaroli)