BUENOS AIRES / Argerich y el Colón. No solo un asunto de amor
Buenos Aires. Teatro Colón. 19-VII-2023. Festival Argerich. Martha Argerich, Nelson Goerner, pianos. Obras de Debussy, Mozart y Rachmaninov.
Asunto de amor. Quizá por ello resulte tan inexplicable la relación magnética de Martha Argerich con la melomanía bonaerense. Uno llega al Teatro Colón media hora antes del concierto y se encuentra la inmensidad del perímetro del teatro invadida por una cola quizá sin exageración kilométrica. Como un estadio de futbol a punto de final de liga. La pasión es total. Como si la Jurado actuara en Chipiona o la Caballé en el Liceu. Y uno se pone en la cola sin fin, y escucha allí hablar de Martha con cercanía familiar: que “¡qué bien que toque hoy con Nelson [Goerner]!”, que “anteayer, en el Quinteto de Schumann, estuvo divina”… Luego, ya dentro, en la inmensa platea y bajo los seis pisos de palcos, impresionaba y fascinaba ver las 3.000 localidades abarrotadas de un público variopinto y muy conocedor. Jóvenes y viejos. Esmóquines y vaqueros. Calvos y melenudos. Todos dispuestos a disfrutar y venerar a su diosa y paisana en esta segunda cita del Festival Argerich, junto con otro genio del piano argentino y universal, Nelson Goerner (1969). En los atriles, obras para dos pianos de Debussy, Mozart y Rachmaninov, al que aún se sumaron los bises de Guastavino (Bailecito) y Milhaud (la “Brasileira” de la suite Scaramouche). El delirio, claro.
Impresiona y admira ver a Argerich tocar como siempre a sus 82 años. El mismo nervio, impulso, temperamento y perfección virtuosa. Cuando irrumpe en el escenario, el teatro se viene abajo. Ella saluda sonriente, con sus sandalias de carmelita y melena imposible, amable pero sin dar pie a ningún exceso. Se sienta en el taburete, lo ajusta nerviosamente, como si no diera con la altura precisa. Comienza la música. Y con ello, todo lo demás resta secundario. La atención queda entonces focalizada En blanco y negro, la suite en tres movimientos para dos pianos que Debussy compone en 1915. Argerich y Goerner se fusionan en un único instrumento de dos teclados para verter una versión de perfecto equilibrio, sonoridades transparentes y claridades y timbres inconfundibles. Los mil matices impresionistas que pueblan el espacio infinito entre lo blanco y lo negro, entre luz y oscuridad, fueron expuestos por los genios argentinos con desenvueltas perspectivas y sutiles alusiones ocultas.
Luego, Mozart, el eterno y transparente Mozart. El de la no solo galante Sonata para dos pianos en Re mayor, K 448, que es la única que el salzburgués compuso –en 1781– expresamente para dos pianos. El dialogo de los dos instrumentos, la comunión entre Argerich y Goerner, y el juego de voces, de preguntas, respuestas, réplicas y contrarréplicas que establecieron en el vivo y “con espíritu” movimiento inicial marcan referencia. Absolutamente inolvidable. Luego, en el Andante central, hicieron levitar al Teatro Colón y a sus miles de moradores a galaxias estratosféricas. No se sentía una respiración. Éxtasis, silencio y emoción totales… Hasta que en plena levitación, un móvil escupió insolente su sucio ring ring. Ellos, Goerner y Argerich, siguieron, tan panchos, levitando en su paraíso, oficiantes felices inmunes a todo. Fue, este Andante, uno de esos momentos que nadie olvida. Al final, tras el vivísimo Molto allegro final, pues se pueden imaginar. Ni la Macarena en la Semana Santa de Sevilla.
Pero aún quedaba, tras la pausa, otro plato fuerte: la versión para dos pianos que el propio Rachmaninov redactó de sus tardías Danzas sinfónicas. Obra particularmente amada por la Argerich, que lleva media vida tocándola y grabándola. Ahora, con su paisano y amigo Nelson Goerner, la obra maestra de Rachmaninov encuentra nuevos colores y acentos, siempre dentro de ese universo virtuosístico, tan intensamente pianístico como sinfónico, que distingue esta versión maestra nacida en 1940, con simultaneidad a la sinfónica. Él y ella, ella y él cantaron, se explayaron y recrearon en los episodios más líricos y cantables, tanto como generaron misterio y fantasía y se volcaron y fundieron en la flexible ligereza del tempo de vals del Andante con moto central. Versión de referencia. De disco, vamos. El mejor final de un concierto legendario, que algún día se publicará sin duda como “Martha en el Colón”, o algo así. Aplausos, bravos y vítores y toda la parafernalia del más caluroso éxito se prolongaron hasta el infinito, por lo menos para quien escribe, que tras muchos y muchos minutos de aplausos y con los brazos ya reventados, optó por abandonar el teatro ante lo que no parecía tener fin. En la calle, aún se escuchaban los rugidos del éxito. Asunto de amor, sí, pero no solo.
Justo Romero
(fotos: Arnaldo Colombaroli)