BRUSELAS / En La Monnaie de Bruselas, Alex Ollé triunfa con su ‘Nariz’

Bruselas. Théâtre Royal de La Monnaie. 23-IV-2023. Scott Hendricks, Nicky Spence, Alexander Roslavets, Giselle Allen, Anton Rositskiy, Alexander Kravets, Natascha Petrinsky, Eir Inderhaug, Lucas Cortoos, Kris Belligh, Yves Saelens, Maxime Melnik… Chœur et Orchestre du Théâtre Royal de La Monnaie. Dirección musical: Gergely Madaras. Dirección de escena: Alex Ollé. Shostakovich: La nariz.
Para cerrar una temporada que ha sido notable en todos los sentidos, Peter de Caluwe ha elegido la rara Nariz de Dmitri Shostakovich (1930) de Dmitri Shostakóvich, en coproducción con el Teatro Real Danés de Copenhague, dirigida por el alborotador Alex Ollé, miembro de La Fura dels Baus. Y el espectáculo (que dura dos horas y se representa sin intermedio) fue un gran éxito entre el público muy internacional de La Monnaie, a pesar de que la obra es notoriamente poco asequible, tanto musical como dramáticamente. Y seamos claros, todos los implicados en esta velada excepcional comparten a partes iguales el mérito de este loco entusiasmo colectivo.
Al componer La nariz, Shostakóvich hizo hincapié en el aspecto trágico del cuento de Gogol, pues ése era su temperamento. Subrayó la angustia de Kovalev, que sin su nariz no es nada: “¡Ni siquiera un ciudadano! Su música es feroz, y se burla malvadamente, al igual que la multitud que golpea la nariz hasta que ésta vuelve a su forma original. Este es también el planteamiento de Alex Ollé, que hace de la Nariz una sátira grotesca, en la que se ve en diversos grados la ridiculez de la condición humana enfrentada a la masa opresora, ella misma ridícula, toda una humanidad marginal, una fauna sórdida vestida de forma totalmente desaliñada (vestuario de Lluc Castells). Ayudado por su fiel escenógrafo Alfons Flores, que ideó el singular decorado de un gigantesco encaje de acero que evoca la fantasmagórica niebla en la que están inmersos los personajes, Ollé dirige una sucesión de cuadros delirantes con una precisión diabólica. La interpretación, por su parte, es tan variada que el público no reconoce inmediatamente a todos los intérpretes, que comparten una media de tres o cuatro papeles.
El excelente director húngaro Gergely Madaras, director musical de la Orchestre Philharmonique Royal de Liège, obtiene de los instrumentistas de la Orchestre du Théâtre de la Monnaie un magnífico acompañamiento lleno de claridad y garra. El director se preocupa, con una precisión casi maniática, de adecuar cada compás a las situaciones dramáticas y a la interpretación. El Chœur de La Monnaie no se queda atrás. Un impresionante despliegue de acrobacias vocales y de agilidad física, que dice mucho de su talento (aquí bajo la dirección de Jori Klomp).
Vocalmente, la obra está magníficamente servida por un equipo de unos veinte solistas. Imposible nombrarlos a todos aquí. Sin embargo, sería injusto no mencionar el canto virtuoso del tenor británico Nicky Spence y el del tenor ruso-rossiniano Anton Rositskiy, así como así como la asombrosa galería de retratos finamente esbozados por el barítono ruso Alexander Roslavets. La mezzo austriaca Natascha Petrinsky (Pelagaya Podtochina, La Comtesse) demuestra su entrega habitual, mientras que Giselle Allen, Eir Hinderhaug e Yves Saelens son simplemente perfectos en su habilidad para esbozar el retrato de un personaje en pocos compases, sin sacrificar la música a una búsqueda excesiva del efecto cómico.
Por último, en el papel principal (Kovaliov), el barítono estadounidense Scott Hendricks, gracias a su voz rica en sutiles coloraciones, consigue que la personalidad de este estúpido funcionario (aquí disfrazado de político) desprovisto de nariz llegue a resultar incluso conmovedora. En resumen, se trata de una producción que merece con creces reaparecer en otro teatro como la vanguardista Oper Franfkfurt o el Teatro Real de Madrid.
Emmanuel Andrieu
(foto: B. Uhlig)