Va de filósofos
El bilioso señor Schopenhauer entendía que la música revela la esencia del mundo. Nada más ni nada menos. Es sabido que un filósofo alemán no se molesta por pequeñeces. El querer humano, hambriento de totalidad absoluta, tiene en la música – sigo todavía a don Arturo – su manifestación inmediata. O sea que cuando escuchamos música se nos revela inmediatamente la esencia del mundo. Es claro: sin palabras, emotivamente, muda pero sonora, iletrada pero elocuente. Lo de inmediato es cuestionable: entre el músico y su escuchante media un complejo lenguaje que poco tiene de inmediato. Pero hoy no toca, nunca mejor dicho.
Un destacado discípulo suyo, el no menos bilioso Nietzsche, comentó estas propuestas invirtiendo su dirección. Para él, pensar no es explicar, como han querido hacerlo tantos filósofos, sino interpretar, o sea lo que hace un músico, que convierte signos escritos, quietos y silenciosos, en una fluencia sonora. Nuestras palabras no alcanzan para nombrar los innúmeros detalles de la realidad, son más pobres que ella. Por eso hace falta interpretar o sea seleccionar detalles y construir una suerte de obra de arte, pues el arte opera escogiendo y conformando. Ya Ortega nos enseñó que la inteligencia es parienta de la elegancia, del arte de elegir (léase: desdeñar).
Entonces: Schopenhauer revisitado por Nietzsche nos viene a decir que la música revela la esencia del mundo pero a través de alguien que media entre dicha esencia y quien escucha y ese alguien es un sujeto llamado músico. Aún más: lo hace sin saberlo, movido por fuerzas inconscientes. A la vuelta de la esquina acecha el doctor Freud, tan poco melómano él, a pesar de vivir en Viena.
Conclusión provisoria: el mundo está lleno de signos y pocos de ellos tienen etiqueta verbal. En cambio, tomado en conjunto, es un Gran Signo vibrátil que se puede traducir a música. Esto asegura su lozanía y deja la quietud de los signos inmemoriales en un asilo de ancianos. Al revelarnos la esencia del mundo sin decir su nombre, la música lo recrea como si acabara de nacer, en una suerte de consagración de la primavera.