Rolfe Johnson: El arte del canto
Las vacaciones suelen perturbar el orden de las cosas, nos llevan a una suerte de inestabilidad que quisiéramos duradera pero que, al mismo tiempo, es contingente por definición. Desordenan nuestra vida y por ende nuestras obligaciones. Así, pues, no se asusten si estos blogs refleja el estado un poco loco en que caemos los que nos vamos unos días, quiero decir, si ven que la cosa se para un poco, lo mismo en las noticias, como la vida misma.
No quiero, sin embargo, dejar de recordar a un gran cantante muerto hace unos días, que quizá pase demasiado desapercibido a quienes sigan más las grandes líneas del fasto canoro que nos agobia que las otras, seguramente más claras y desde luego más profundas, de los que han sabido devolverle al arte lo que los dioses les dieron a ellos. Se trata de Anthony Rolfe Johnson, el tenor británico a quien vi por última vez en el andén de la estación de Lewis, después de una representación en Glyndebourne, no recuerdo si un Così o un Julio César. Iba tras su mujer con las cestas de la merienda vacías, andando despacio. Enseguida, al verle de frente, comprobé que tenía la mirada un tanto perdida de quien empieza a ver el otro lado de las cosas mientras deja de interesarse por lo que nosotros creemos que es su faz verdadera. Me impresionó enormemente esa mirada que comenzaba a perderse en ese rostro tan inequívocamente inglés, al que había visto cantar tantas veces con un estilo difícilmente superable. Fue en su momento el mejor tenor británico –voz más bella, qué duda cabe, que la de Peter Pears, menos histriónico que Robert Tear, aunque también buen actor-, quizá junto al siempre versátil Langridge, y en cierto modo precursor de Ian Bostridge, aunque con la ventaja sobre este de su carencia de afectación. Mozartiano y schubertiano –recordemos su álbum con Graham Johnson en la serie completa de las canciones publicadas por Hyperion-, también handeliano de pro, fue también un modélico transmisor de la música vocal de Benjamin Britten. Lejos de casa, recuerdo ahora esa larga A la lunade Schubert en su voz que narra y canta al mismo tiempo y levanto mi copa por quien fuera tan gran artista.