Rigor frente a banalidad
En los últimos días nos han visitado dos artistas que no podrían constituir mayor contraste, creo. Distintos en edad, en planteamientos, en forma de acercarse a la música, en relevancia mediática y, para el firmante, en mundos absolutamente diversos en lo que a categoría se refiere. El super mediático Lang Lang, aparentemente superada la severa tendinitis que le apartó de los escenarios, volvió en el habitual (y para el que firma bastante repulsivo) delirio mediático aderezado con superlativos manifiestamente excesivos del género de “el mejor pianista del mundo” y cosas por el estilo. Tocó bajo Las Meninas, ofreció su versión de Bohemian Rhapsody y se presentó en el Real para dar su visión del Segundo Concierto de Beethoven, tras el que regaló, para derretimiento de sus devotos, su visión de esta bagatela presuntamente beethoveniana (que según Chiantore es un pastiche del profesor alemán Ludwig Nohl a partir de apuntes del gran sordo) titulada Para Elisa, pieza que lidera el último disco del pianista oriental, ahora promocionado a bombo y platillo por el sello amarillo. Hace tiempo que dejé de seguir de forma regular a Lang Lang. Desde que le escuché por primera vez hace años, y desde que vi sus primeros documentales, me pareció evidente que la música le preocupaba más bien poco y el marketing le preocupaba más bien mucho. Como a servidor le ocurre exactamente lo contrario, parecía evidente que “no nos encontramos”. Por lo que he podido escuchar en alguna ocasión (algún Mozart, ciertos fragmentos de este último subproducto que acaba de grabar…), el correr de los años no ha cambiado el panorama. La maquinaria de marketing que tiene detrás, poderosísima, ha sido capaz de vender el producto a la masa convenciéndola (lo que no cuesta mucho hoy en día, porque los tiempos del espíritu crítico que sea capaz de “filtrar” parecen bastante pasados) de que es, en efecto, un pianista superlativo y un músico de primera. En Madrid se han pagado más de 100 € para escuchar su Beethoven, y en Valencia, donde también ha presentado ese concierto, parece haber cobrado 200.000€ por su participación. Algunas críticas, muy especialmente la de Justo Romero desde Valencia, han sido previsiblemente demoledoras para la amanerada aportación de Lang Lang. Pero ha habido buenas dosis de botafumeiro, algo que ya no sorprende aunque sí entristezca.
En el polo opuesto del espectro, ha venido a dirigir la Nacional esta semana Semyon Bychkov, actual titular de la Filarmónica Checa. Tuve la ocasión de asistir a uno de sus ensayos con la ONE y más tarde de mantener una entretenidísima entrevista que verá la luz próximamente en Scherzo. Pero lo que quiero destacar aquí es lo distinto que todo es cuando uno se aproxima a un artista como él. Bychkov trabaja de manera extremadamente puntillosa, detallista y exigente. No hace concesión alguna que pueda suponer merma de la calidad. Y, sin “enemistarse” con las herramientas promocionales que hoy en día, gusten o no, son imprescindibles, las utiliza con mesura y, como todo lo que hace, sobre todo con rigor. El marketing como colaborador del rigor, no para enmascarar su falta, podríamos decir. Así, en este mundo de prisas y donde la promoción prima sobre el resultado (como en el caso de Lang Lang), Bychkov se acerca a las cosas de manera opuesta. En Madrid ha presentado (algo que creo excepcional, yo al menos no lo recuerdo) el ciclo completo de Mi Patria de Smetana, tras dos semanas de ensayo con la ONE (la primera de ellas a cargo de su asistente, Mathieu Herzog). Había interpretado previamente la obra en Colonia y en los próximos meses la ofrecerá, en todo o en parte, en Cleveland, Munich y Amsterdam, para terminar haciéndola en Praga con la Filarmónica Checa. Trabajo concienzudo, que permitirá a la versión evolucionar, crecer y madurar. El fruto de ese tipo de trabajo lo hemos podido apreciar este fin de semana con la Nacional, que ha sonado de manera extraordinaria. El éxito ha sido grande, y quienes lo hemos presenciado hemos sido conscientes de haber asistido a una de las mejores actuaciones de la ONE en los últimos tiempos. Como, creo que hace tres años, pudimos apreciar también en el Real, cuando el maestro ruso dirigió un Parsifal musicalmente extraordinario (lo que no puedo decir de la parte escénica). Aunque entristece que una visita de alguien de tanta categoría no tenga repercusión mediática alguna (no nos inundaron de él en los telediarios, ni en Tele 5, ni en las Radios generalistas…), constituye un soplo de esperanza comprobar que, aun no siendo mayoritario, existe todavía un contingente de grandes músicos, personalidades ricas y rigurosas, que sirven a la música con entrega, honestidad y conocimiento exhaustivo. En ellos reside nuestra confianza de que el futuro no se entregue rendido al marketing incondicional que nos inunde de productos mediocres con etiqueta de excepcionales. Que el rigor venza a la banalidad es lo que hay que desear. No me cabe duda de que lo contrario sería muy malo para muchas cosas, pero, sobre todo, para la música.