Revolución y restauración
Es curioso observar cómo los juicios estéticos acerca de contemporáneos cambian de color y resultado al paso del tiempo. Tomo para ilustrarlo el caso de Rossini. Situado en el filo histórico entre el último episodio de la revolución francesa, es decir Napoleón, y la restauración a cargo de la Santa Alianza, el pesarés fue tomado en sus días como un ejemplo de la reacción artística y compositor favorito de Metternich, el jefe aliancista. El joven Wagner, en Ópera y drama, lo señaló en tanto paradigma de la melodía pura, bella pero vacua y carente de funcionalidad dramática. Las arias rossinianas eran poco más que cancioncillas sofisticadas y adornadas con coloraturas que semejaban lecciones de solfeo.
Este sambenito cubrió la mayoría de la obra rossiniana durante décadas, acaso un siglo largo. Rossini fue tomado como el autor de algunas óperas cómicas, cargadas de bufonerías, divertidas y leves. Hasta el mismo Beethoven suscribió tal opinión. El auge del recitado verista, el atonalismo que borró la posibilidad clásica de la melodía, el culto por los dramas sombríos y angustiosos del siglo XX, arrumbaron al Cisne de Pesaro en el baúl de las antiguallas.
Bastó que se recuperase la técnica del belcantismo y el neobarroquismo de don Gioachino para que se reformulase su enjuiciamiento. El Rossini serio y semiserio fue revalorizado. Es cierto que hay en él una floración melódica realmente tropical pero su melodismo no es gratuito sino expresivo, lo mismo que sus agilidades, según se canten. Además, en materia de renovación, baste pensar que su Guillermo Tell es uno de los cimientos de la ópera romántica, preanunciada en el lirismo poético de La donna del lago y en el franco expresionismo de la segunda mitad de Ermione. Desde luego, el nacionalismo prejuicioso de Wagner le impidió aceptar que no sólo Weber estaba en la fundación romántica.
Todo ello nos obliga a pensar en el valor de la historia respecto del juicio estético. Wagner, tenido por revolucionario, se apuntaba, sin embargo, a la eternidad y a lo intemporal de los mitos. Rossini, aunque llamado el Cisne, andaba más con los pies en la tierra, quiero decir en la tierra de la historia humana. Uno de sus vaivenes lo arrumbó. Otro lo ha rescatado para, tal vez, la inmortalidad.