Pobre Slatkin
Leonard Slatkin es un buen músico y una buena persona. Un maestro tranquilo, que trabaja bien con sus orquestas, que saca lo mejor de las que le requieren como invitado y con las que suele repetir. La Orquesta Nacional de España y sus abonados han tenido agradables experiencias con él en los últimos años. Poco antes de venir a Madrid, Slatkin pasaba por el peor momento de su vida profesional.
El 29 de marzo dirigía La traviata en el MET neoyorquino y en los días siguientes la crítica lo machacaba, como puede comprobarse en el New York Times. Inmediatamente renunciaba a seguir y lo sustituían Marco Armiliato, Steven White e Yves Abel. Se veía venir. O él mismo o sus agentes no calibraron lo que podría ocurrir. Era la primera vez que dirigía esa ópera de Verdi. Sin embargo, siempre ha sido un maestro de garantía, que podía confiar en sí mismo, en el buen criterio del teatro, en su priopia reputación. ¿Qué sucedió para que se consumara un fiasco que asomaba en algún comentario de su página web? La página web de Slatkin ya anticipaba que las cosas no iban a salir bien. Hace falta algo más que unas cuantas semanas para prepararse una Traviata como Dios manda. Y más cuando está por medio la señora Georghiu, ah, claro, además ella, siempre Angela.
Habrá quien opine que fue intolerable, que el público tenía derecho a una representación perfecta pues para eso había pagado. Bien, de acuerdo en principio, pero si descontamos a quienes saben que la perfección no existe y a los que disfrutan por igual contemplando el hundimiento de un ser humano que su exaltación, convengamos en que al resto, sobre todo si le conocían de otras veces, debió de depararles cierta congoja el sufrimiento de este maestro que hasta en su vida privada tiene un punto de debilidad literaria que lo hace digno de especial consideración. Créanme: todos tenemos derecho a fracasar.
El Detroit Free Press resume la historia después de que haya pasado un tiempio prudencial. A Slatkin le da miedo que el desastre salpique a su orquesta, la Sinfónica de Detroit precisamente, con la que vive un idilio y en la que está volviendo a demostrar su legendaria capacidad para obtener patrocinios allá por donde pasa. Pobre Slatkin. Quizá en estos días recuerde otra vez aquella nanas que le cantaba Frank Sinatra, cuando todavía la vida parecía un juego.
A continuación una muestra de aquella Traviata -no hay nada disponible de las nanas de Frank Sinatra-.