Operas con capita
Los directores de escena de ópera siguen acaparando los comentarios de cada acontecimiento. Ya sabemos que hay directores modernos hasta el radicalismo y directores modernos que respetan las tradiciones. Dicho así, parece fácil, pero los matices son muchos. Lo hemos tratado en las páginas de Scherzo cuando le dedicamos un dosier a la puesta en escena de óperas. A partir de hoy me gustaría tratar algunos de estos matices, que servirán como introducción al comentario de espectáculos concretos. Eso sí, hay que advertir algo importante: todos los directores son modernos, ya nadie se atreve a ser tachado de conservador o algo por el estilo.
Antes que nada prefiero contar una anécdota, que sirve para entender mejor la categoría.
Erase una vez, hace muy poco, un caballero dedicado a la crítica operística que se distinguía por defender lo moderno, en general. Mas no a cualquier precio. No cualquier cosa moderna. Pretendía distinguir “las voces de los ecos” y, sobre todo, la audacia imaginativa del capricho impune. Por decirlo de algún modo. Este caballero dedicó algunas páginas a destacar ciertos abusos de la etapa Mortier en el Teatro Real, multiplicados por la soberbia del por otra parte espléndido director artístico. Uno de los mejores posibles. Posiblemente, también, el más costoso, el más oneroso para una institución. Eso lo explicaba el caballero en sus páginas.
Erase una vez, al mismo tiempo, una dama de edad, como él. Pero, ay, moderna, moderna. Eso era irrenunciable: moderna. Es cierto que no acudía a la ópera sino en raras ocasiones. Y al tener noticia (que no lectura) de esas críticas parciales a una parte de gestión de Mortier, acusó a nuestro caballero, con benevolencia y hasta con afecto (yo estaba allí, puedo asegurarlo): “mira, Pepe, a ti lo que te gusta es que en ópera los cantantes lleven capita”. No hace falta ampliar el sentido de esto, está más que claro.
Aquello era injusto, pero qué importa. A quién le importa. Pero me di cuenta de algo. La insistencia publicitaria a favor de Mortier en tal o cual medio, en alguno con carácter obligatorio para los profesionales de la casa, había surtido su efecto. O eras un incondicional o eras un carca, vamos. Una vez más, la cultura era noticia, y con eso bastaba. Las noticias culturales van dirigidas a los que no consumen cultura. Nos basta con saber que el teatro vive una edad de oro (esta mentira se repite y repite para los que no van al teatro), que tenemos los mejores museos y exposiciones, y que nuestro teatro de ópera madrileño vivió momentos de gloria con el anterior director artístico. ¿Y el cine? ¿Y el IVA aplastante para la cultura? Bueno, eso también recibe tratamiento: ¿o no?
Pero ya lo saben: el público operístico se divide en dos, el que admite a los directores modernos, hagan lo que hagan, porque uno también es moderno; y los que quieren que los cantantes lleven capita. Como en la foto que les proponemos. Así de sencillo. El constante machacar en el engaño por parte de los medios para la gente que más o menos los atiende. Y uno se pregunta al final: tanto esfuerzo para engañar… ¿a quién? ¿A quién le importa?