Miguel Roa: carta a sus amigos
Querido Arturo, querido Angel Luis. Y también querido José Luis, aunque él no estaba allí. Esta carta es para Arturo Tamayo, Angel Luis Ramírez y José Luis Téllez, que conocieron bien a Miguel Roa. Que se nos ha ido, como ya sabe todo el mundo de la música. ¿Te acuerdas, José Luis, cuando le provocábamos en el Hotel Suecia? Una noche le hicimos notar tú y yo la cercanía en el tiempo de Turandot, Wozzeck y Doña Francisquita. Y le dijimos que, claro, esta última era la mejor. Y nos mandó a… ¿dónde, José Luis? Pero… ¿y lo que nos reímos todos?
Bueno, después de todo, Miguel grabó una preciosa Doña Francisquita, nada menos que con Ainhoa Arteta y con Plácido.
Digo que no estabas allí, José Luis, porque Arturo y Angel Luis sí estaban en Los Goliardos, en 1966, cuando Angel Facio y Miguel Arrieta montaron el espectáculo Beckett 66, compuesto de tres obras breves del maestro irlandés: Vaivén (fugaz), Eh, Joe!(radiofónica) y Palabras y música. Agustín González Acilu aportó la partitura para esa última. Según la disponibilidad y los días, Angel Luis o Miguel empuñaban la batuta. Arturo, recordarás que me dijiste que la primera vez que dirigiste fue en una de esas funciones, cuando no estaban ninguno de los dos. Yo era uno de los actores, un crío de los cuatro o cinco que formábamos el coro de palabras, mientras vosotros erais los adversarios, el conjunto instrumental (que cambiaba según convenía).
Pusimos aquel espectáculo en diversos teatrillos y colegios mayores. Este montaje no viajó, ya ves. El siguiente, sin músicos, sí: el programa de Slawomir Mrozek, autor polaco, con dos obras, Strip-tease y En alta mar. Eran los tiempos que se supone heroicos de Los Goliardos, cuando se sufría o se pactaba. Ambas cosas eran compatibles. Eran sufrimientos muy divertidos. El franquismo se hacía el fuerte y estaba en retirada. Dio coletazos, pero eso nos afectaba solo en forma de prohibiciones. Algunos, desde dentro, trataban de darle otro lustre, y ofrecía teatro público a gente como Los Goliardos o como Bululú. Algunos nombres trataban de ofrecer calidad al llamado teatro independiente (Daniel Bohr, danés aficionado a España que acaso acabó harto de nosotros), y que en realidad era teatro marginal; como ahora las salas alternativas son en rigor marginales.
Querido míos, esto es sobre todo para recordar el medio en que os metisteis sin pertenecer a él, y que capitaneó, creo recordar, nuestro buen amigo Miguel Roa. Lo veo ahora frente al conjunto de Palabras y música, con su autoridad musical ya en marcha, muchos años antes de ofrecernos discos memorables como su versión de La Gran Vía, o antes aún de volverse hacia el público para que cantase (cantáramos) con la solista aquello de “Hay que ver la ropa que hace un siglo llevaba la mujer”.