Lenin y la música
A pesar del cerrado determinismo de algunos críticos así llamados marxistas y del dogmatismo revolucionario que juzga las obras de arte sólo por la inmediata utilidad política que se les exige rendir, algunos maestros del pensamiento socialista fueron bastante más matizados en estas cuestiones. Marx se sabía de memoria a Dante, un pensador favorable al Papado. Engels prefería las novelas del reaccionario Balzac antes que los folletines obreristas de Suë o Lafarge.
La música, tan elocuente y ambigua, es un terreno más resbaladizo. Aunque Lenin admitió admirar a escritores tan poco marxistas como Pushkin o Tolstói por encima del vanguardista bolchevique Majakovski, se entregó y se detuvo, por igual, en los umbrales de la música.
Lo sabemos por testimonio de Máximo Gorki. Lenin amaba la Appassionata de Beethoven al punto de querer escucharla todos los días. Le parecía “maravillosa y sobrehumana” y lo hacía sentirse orgulloso de nuestra especie de simios sapiens-sapiens. Mas comentó a Gorki: “No logro escuchar música muy a menudo. Influye en los nervios, estimula el deseo de decir tonterías agradables, de acariciar la cabeza de quien consiguió crear tanta belleza, viviendo en este abyecto infierno. De hecho, no debe acariciarse la cabeza a nadie, pues se corre el riesgo de que te despeguen la mano de un mordisco.”
Es curioso que un feroz revolucionario temiera tanto a la persuasión de algo aparentemente tan inocuo como lo es una sonata para piano. En todo caso, quedan abiertos los interrogantes: ¿debe el político someter la libertad del arte a la valoración ética de la política misma? O, más ampliamente: ¿es capaz la música de hacernos amar a quienes amenazan nuestras manos con sus dientes? Finalmente: ¿es Beethoven un enemigo de la revolución y hemos de prohibirlo, como ocurrió en la revolución cultural china por obra de los maoístas?
Blas Matamoro