La gola
En el terreno de la terminología vocal la palabra italiana gola, garganta, nos indica un defecto, una limitación, un problema sin resolver que impide la realización de un canto pleno y sano. Ya se sabe que el acto de cantar es complejo y requiere una serie de mecanismos enlazados, una diversidad de movimientos organizados, algunos de manera inconsciente o refleja, que acaban por constituir el proceso que produce el sonido, únicamente perceptible cuando sale al exterior del cuerpo humano. Un complicado y rápido juego muscular, en el que intervienen básicamente los abdominales, el diafragma y los intercostales, da como resultado una potente presión subglótica que impulsa el aire almacenado en los pulmones hacia las cavidades altas y hace vibrar, a gran velocidad, las cuerdas o cartílagos vocales, que se unen y separan, friccionan y producen un sonido llamado fundamental, que será enriquecido paulatinamente a medida que vaya ascendiendo por la faringe, la cavidad bucal, los senos frontales, maxilares y nasales y termine por rebotar también en la cavidad craneana; con lo que toda esa parte del cuerpo se convierte en una caja de resonancia. El proceso dura milésimas de segundo y es controlado, insensiblemente, por el sistema nervioso a través del llamado nervio recurrente.
Esta actividad física se completa luego con la intervención de los órganos articulatorios, que enlazan unos fonemas con otros y producen palabras, que han de ser matizadas, ligadas, reguladas, ya convertidas en canto, mediante el control de las intensidades. Lo que implica una técnica muy específica de dominio del aliento, de administración del aire, que es lo que proporciona lo que se denomina fiato, fundamental para que aquellos fonemas y palabras se unan sutilmente, sustentados por la columna de aire, con objeto de que la sonoridad, el timbre sea siempre el mismo y sólo pueda ser modificado a través de la matización, de la coloración que viene dada por la aplicación del comentado juego de intensidades dinámicas. Es lo que otorga, con la base de esta ligadura permanente, de este legato, variedad y animación al fraseo.
En síntesis todo se reduce a un proceso de administración y manejo de aire, que, en una correcta aplicación, ha de fluir puro, sin entorpecimientos, sin limitaciones; discurrir desde los pulmones al exterior a través de laringe, faringe y cavidad bucal, mientras se va enriqueciendo al paso por las cavidades resonadoras. La garganta, es decir, el espacio interno comprendido entre el velo del paladar y la entrada del esófago y la laringe, ha de estar libre, relajada; no tiene que intervenir para nada; es simplemente un mero testigo del paso de ese aire, que impulsa al sonido fundamental y sus armónicos hacia fuera al tiempo que lo proyecta y lo hace reverberar en las cavidades. Con ello el timbre saldrá limpio, sin adherencias.
Cuando una voz no sigue este proceso con rectitud, cuando la garganta, la gola, intenta ayudar, cuando los músculos del cuello entran en funcionamiento de manera ni deseada ni necesaria, entonces algo empieza a ir mal. El sonido pierde calidad y se ensucia, la emisión no tiene ya la direccionalidad adecuada el canto se hace más costoso y pesado; más muscular y, por decirlo así, más leñoso. Esos mecanismos espurios favorecen con los años la aparición de nódulos, ya que el esfuerzo al cantar es mayor. Todo deriva a la postre de la incorrecta administración del aliento, como hemos dicho. O sea, de una falta de apoyo, lo que puede obedecer, y es lo normal, a una técnica deficiente en el manejo del diafragma, de los abdominales y de los intercostales. La escasez de aire perjudica no sólo la calidad del sonido, que es menos aérea y nítida, sino también la línea de canto, que no puede mantenerse incólume al resentirse el legato, la ligazón; al necesitar el cantante respirar con mayor frecuencia para mantener la sonoridad, aun cuando ésta sea deficiente, non sancta, por las limitaciones comentadas.
La gola empobrece y afea por tanto la expresión vocal y, a la larga, acaba perjudicando al cantante. Hay voces bellas de natura que, si no son utilizadas con arreglo a los cánones comentados, nos proprocionan un canto que puede llegar a ser fatigoso y monótono, incómodo porque tenemos la sensación de que el artista sufre de algún modo, y que se ve sin resuello y, para seguir adelante, ha de recurrir más y más al juego muscular incorrecto. Podríamos dar muchos nombres de cantantes de éxito, muy aplaudidos, que no tienen resueltos esos problemas; y que muy probablemente ya no los resolverán; son gente de postín en algunas ocasiones. Citemos en primer lugar al barítono Matthias Goerne, un liederista de excepción, de una expresividad indudable, que emite constantemente con apoyo en la gola, es decir, canta engolado. Aprieta y aprieta, suda la gota gorda, pero, curiosamente, se mantiene. Y, claro, la belleza de su timbre pierde enteros; máxime cuando además no ha sabido resolver su zona aguda. Un compatriota suyo, el tenor que ahora esta de moda en el campo de los líricos, Jonas Kaufmann, que posee un tmbre cálido, viril, pleno y que es musicalmente atinado, tampoco acaba de redondear su canto por una continua aplicación de la gola. Una lástima. Si alguien quiere ver la diferencia entre esta voz, engolada, y una voz similar, algo más cercana a la del líriico-ligero, emitida con total limpidez y ortodoxia, que escuche al tenor actual en el aria de Tamino de La flauta mágica y luego la siga en la interpretación del gran Fritz Wunderlich. La mejor forma de darse cuenta de lo que es una voz engolada y otra libre.