Enrique Viana
Hacer excelente música en serio y jugando a la broma, es algo que tiene ilustres tradiciones. Por citar al voleo: La broma musical de Mozart, la Sinfonía de la despedidida de Haydn, El carnaval de los animales de Saint-Saëns, por no enumerar en plan catastral tantos títulos del jocundo Offenbach. En esa línea está trabajando hace tiempo el humor destilado y erudito de Enrique Viana, con espectáculos de grupo o unipersonales como La locura de un tenor, El tenor en vivo y al rojo, Música y excusas, Rossiniana alta en calorías, Banalités y vianalités. En estos dos últimos casos, al bel canto romántico mechado de citas del género ínfimo se añaden elementos gastronómicos. Mientras cantan y actúan, los artistas preparan o ultimas canapés y rosquillas. Al oído se suma el gusto en un ejercicio de sinestesia, tan caro a los poetas simbolistas, sin olvidar lo que desde el siglo XVIII venimos elogiando: el buen gusto.
Viana es un estudioso del canto florido y virtuosístico propio de la escuela italiana del primer Ochocientos. Ha fatigado archivos, hemerotecas y librerías de viejo para encontrar partituras olvidadas y devolverles su perdida sonoridad. Ha formado y forma a jóvenes cantantes. Todo ello es extremadamente serio y hay que echarle peculiar inteligencia a la adustez del estudio para que nos haga sonreír y aún estallar en carcajadas.
En la siguiente temporada nos anuncia la recuperación de dos piezas breves con música de Ruperto Chapí y letra de Sinesio Delgado: Quo vadis? y Plus Ultra. Las ha revisado, retocado y refundido para hacer una suerte de viaje psicodélico dentro de un horno digital. Sí, como suena y más sonará. Un vagabundo encuentra un panecillo y lo devora sin saber que es mágico y dará paso a un hada que lo llevará en desopilante viaje por épocas y lugares. Por fin, un flip belle époque, como le gustaría formularlo al propio Viana. En cualquier caso, el belcantismo, el canto bello y abundante, está asegurado.
Blas Matamoro