El éxito de “Il Postino”
Se hace lenguas Mark Swed, el crítico de Los Angeles Times, del éxito de Il Postino, la ópera de Daniel Catán con libreto basado en El cartero de Neruda, la novela de Antonio Skarmeta, que se ha estrenado hace unos días en la ciudad californiana.
El asunto no es baladí. Cantada en español –con Plácido Domingo- en un ambiente donde lo hispano no es que esté de moda –lo del Premio Nobel no es suficiente- sino que pertenece a la propia esencia urbana –aunque bastante menos a la correspondiente al público que va a la ópera-, se dice de ella sin complejos alguno que se entiende todo –incluida la música- y el resultado es que se trata de la mejor recibida de entre todas las producciones propias que la Opera de los Angeles ha presentado en sus veinticinco años de historia. Swed afirma sin que se le caiga anillo alguno que la música recuerda a Puccini, cuestión esta que en otras latitudes pudiera acarrear sospecha de delito de lesa cultura, y recalca lo bien contada que está la historia. Pero lo importante de ese éxito es que tiene lugar en un país en el que el público siempre tiene razón –lo que no quiere decir que la tenga de verdad pero sí que paga en tanto cree que de verdad la tiene. Por eso esta historia es una buena noticia, incluyendo en ello las posibilidades que la Opera de Los Angeles se proporciona a sí misma de hacer cosas de otro cariz gracias al éxito de estas quizá menos exquisitas –recordemos que tiene un Anilloen marcha. En sitios donde la cultura lo tiene crudo, que pasen estas cosas –ni siquiera había entradas para el director musical de la casa James Conlon o para la mujer de Gustavo Dudamel- es una bendición, como lo es el anuncio de la Sinfónica de Pittsburg de que ve la luz al final del túnel de la crisis. De otro lado, la huelga de los músicos de la Sinfónica de Detroit revela la lucha entre la sociedad que quiere a su orquesta y la inflexibilidad de unos profesionales a los, que, por otra parte, se les va a recortar de lo lindo. Es otro mundo, con desventajas evidentes respecto al nuestro en el que la cultura recibe aún un apoyo sustancial de un Estado que sabe que mucha gente vive de ella porque trabaja de verdad en ella. Pero eso es otra cuestión aunque tenga que ver con la que origina este artículo. No nos pongamos estupendos, dejemos que el público disfrute y pague por ello, confíe en la ópera de su pueblo y que cuando esta trate de atraerle con productos menos fáciles pero más intensos en lugar de recelar, confíe. El otro camino, el de la revolución permanente, suele gustarle menos y hoy seguramente menos que nunca. Si Maquiavelo programara hubiera ido a Los Angeles a ver cómo es aquello.