Dudamel
Dándole vueltas a si alguien mató o no a la música clásica, a cómo está el presente y cómo se presenta el porvenir, nada peor que cargar con la responsabilidad del resultado. No pensaba eso Gustavo Dudamel pero da lo mismo. Una mezcla de envidia, mala intención, errores de cálculo, transferencia de responsabilidad y todo lo que ustedes quieran lo coloca ahora en una especie de picota no ya indeseada sino inmerecida pues el muchacho no movió un dedo aunque sí se dejara llevar, como hubiera hecho cualquiera. Gustavo Dudamel tiene veintinueve años y a esa edad, bueno, la gente empieza a ser madura pero tampoco está del todo como para que le echen demasiadas cosas a la espalda y menos la capacidad de supervivencia de la música clásica en crisis. ¿O será del negocio de la música clásica? Otros se han inmolado en ese altar y ojalá Dudamel no sea el próximo. Antes se esperaba a que las jóvenes promesas maduraran para darles responsabilidades mayores, se les dejaba fajarse en destinos a veces duros pero muchas también capaces de forjar un estilo y un carácter. Ahora nos encontramos con un pequeño gran héroe, surgido de un sistema –El Sistema- que es un modelo para cualquier país pobre y para casi todos los ricos, mediático, de sonrisa ancha y buen músico. Adelante con él, coloquémosle al frente de la reivindicación de la música clásica para que pelee, ¿contra quién? ¿Contra los convencidos de antemano o contra los que no se convencerán jamás? Los medios de comunicación que consideran la música clásica un material en ruinas lo aprovecharán cuando convenga, como a Rattle en sus días de niño prodigio, como a Abbado cuando vuelva a ponerse en manos de los médicos… Muerto el modelo Karajan justo cuando las cosas no podrían ser jamás como antes la búsqueda de un nuevo icono se ha revelado dramática. Y una vez que se encuentra, ¿se le somete a juicio en razón de lo único que cuenta al fin, y más cuando cada quien aporta su grano de crueldad: la verdad de la música? Pero ahí también, me parece, gana Dudamel su propia batalla, la suya, la que le lleva a no dejarse apabullar por su otro yo mediático, la que se ofrece en la sala de conciertos y no en el negro sobre blanco de las noticias de agencia. Uno llega a pensar en que hay que dejar en paz a este muchacho tan lleno de talento, trabajar en sus orquestas: Gotemburgo y Los Angeles, es decir, dos polos bien distintos en los que mantener la audiencia de siempre es una obligación que, en el caso americano, se ha querido complementar con el interés por servir a una comunidad –mayoritariamente hispana- con la que volcarse en los programas educativos. Y ahí parece claro que contar con un Dudamel que habla en español a los chicos de los barrios a los que hay que llevar la música para que se sientan atraídos por ella es algo más que un valor añadido, es un elemento esencial de una política cultural que la sociedad se ofrece a sí misma en un contexto cada vez menos favorable. Dejemos a Dudamel que madure, que se mire de vez en cuando al espejo sin ver en la imagen extraña de un hipertrofiado icono mediático. Él, que sólo y siempre quiso ser músico.