Críticos
Ha aludido Cyril Connolly a “los privilegios del crítico, que le permiten considerarse igual a quienes critica y desmontar sus libros como si tuviera su misma estatura artística…”, y agrega: “Esa igualdad es una ficción.” Con matices, podría decirse lo mismo de los críticos musicales. La diferencia, quizá, consista en que la música es un lenguaje especialmente técnico y la literatura se vale, en cambio, de un material como la palabra, que se juzga por todos conocida. En la realidad de la escritura literaria esto no es así, pero no es mi tema de hoy.
La mayoría de los críticos musicales no somos músicos de profesión. Nuestra instrucción en tal disciplina varía mucho entre éste y aquél, ésta y aquélla. ¿Es válido que nos midamos de igual a igual con Beethoven o Debussy, Monteverdi y Berg, todo mezclado y revuelto? Hay un nivel de la escucha musical en que esto sí ocurre. Y aquí los legos son mayoría, lo somos en tanto melómanos. La música existe, en larga medida, por quienes la amamos hasta concederle un lugar esencial en nuestras vidas.
Cabe decirme que unos cuantos críticos musicales son compositores, historiadores de la música o musicólogos. Tienen una instrucción específica mayor que nosotros, los amantes enteradillos del arte sonoro. Sí, pero ¿equivale la instrucción a la educación? Porque mira tú la cantidad de gente instruida que es, al mismo tiempo, muy maleducada. Por otra parte: ¿está cualquier diplomado en música a la altura de Bach o de Stravinski?
Como creo que la dicotomía tiene un lugar conciliatorio, lo esbozo. Crítico es quien, tras haber gustado o haberse disgustado en una sesión de música, es capaz de objetivar su experiencia y preguntarse por qué ha experimentado lo que experimentó. Pero mucho cuidado: su actitud previa ha de ser la del gustador de la música, la del melómano. Si no, su juicio, por más notas al pie que lleve, será inválido.