Charles Bradley: viejo, nuevo soul
La vida del aficionado a la música tiene sorpresas que la hacen más llevadera. La última de las que me han sucedido lleva por nombre Charles Bradley. La sorpresa aquí es, además, de las que animan porque este Bradley es un señor mayor, más que yo, del 48 nada menos. Y siendo del 48, grabó su primer álbum –No Time for Dreaming– en 2011 y ahora saca el segundo: Victim of Love. Me lo compré el otro día en Bilbao, a donde había ido a la ópera. Había escuchado alguna canción del disco en Radio Tres y acudí a tiro hecho. Con el de Bradley compré también un ejemplar de London Calling de The Clash –qué título envidiable el de una de sus canciones: Train in Vain– para sustituir otro anterior perdido en algún mar proceloso, y una caja de cinco compactos –a poco menos de trece euros- de Decca que, titulada The Ultimate Brahms, contenía las cuatro sinfonías en la hoy bien difícil de encontrar versión de Sawalisch con Sinfónica de Viena, los dos conciertos para piano y orquesta –Arrau-Haitink-, el doble –Szering, Starker-Haitink- y el de violín –Szering-Haitink. No tenía las sinfonías en esa versión de Sawalisch –sí con London Philharmonic- y el resto en vinilo, con lo que a ese precio no costaba nada poner mi granito de arena en el intento porque no mueran las tiendas de discos y quedar bien con los clásicos en día que pintaba más canalla.
Pero hablábamos de Bradley. Como los nuevos jazzmen que nos gustan, lo que hace, sobre todo, es evocar. Es el suyo un soul a lo Atlantic, suma inteligente de Brown, Picket y Gaye, con esa efervescencia controlada que se agradece frente a otras variantes más bestias que hoy, por ese camino, no nos llevarían a ninguna parte. Es como si el tiempo volviera, aunque sepamos que ni él ni yo volveremos a aquella versión original de nosotros mismos. Lo que pasa es que gracias a él nos parecemos a aquello. Me encanta este Bradley al que escuché el primero del lote comprado. Luego vino Brahms, tacada completa, todo seguido, con un Sawalisch que siempre será el maestro de la medida y el guiño inesperado, un Arrau imperial, un Haitink marmóreo… Hay quien no lo entiende pero qué felicidad habitar la música en todas su moradas. Incluida esta un poco hortera, un algo bizarra pero bien graciosa del video que acompaña estas líneas y que es una canción de ese Victim of Love que estos días tanto me gusta.