BILBAO / Euskadiko Orkestra: Treviño bajo el conjuro de Mahler
Bilbao. Palacio Euskalduna. 27-IX-2024. Euskadiko Orkestra. Director: Robert Treviño. Obras de Aldave y Mahler.
Una larga fila en las afueras del Euskalduna daba una idea de la excelente entrada que iba a presentar el primer concierto de la temporada de la Euskadiko Orkestra, diseñada en su conjunto en torno a las ideas del contraste y el conjuro: contraste al poner en convivencia obras de repertorio habitual junto a otras más infrecuentes, conjuro al indagar en el fenómeno de la brujería y el misterio que acompaña a la noche. Ambos argumentos se unían en este programa inicial que comenzó con algunas páginas de la Segunda rapsodia vasca del ballet burlesco Akelarre, compuesto por Pascual Aldave (1924-2003) sobre relatos de Pío Baroja. La rapsodia combina un estilo depurado, poético y evocador para describir el amor de sus jóvenes protagonistas con el lenguaje aristado, incisivo y dinámico, dado a algunas sonoridades aceradas, con el que recrea una danza de espíritus vascos.
Fueron fragmentos breves que mostraron el oficio y la buena mano de su autor, pero la Novena de Mahler acabó relegándolos a un plano muy secundario. La sinfonía entera fue como un conjuro, como un encantamiento. La especial afinidad de Treviño con la obra de Mahler viene de lejos y, en su particular relación con la orquesta, se remonta a su primer concierto como titular en la temporada de abono. Siete años han transcurrido desde aquella Primera, siete años convirtiendo al gran compositor en el epicentro sobre el que giran sus programas, cada vez más próximos al ambiente de la Segunda Escuela de Viena que al de la Primera.
La Novena de Mahler es una de esas obras finales que, como el Réquiem de Mozart o la Sexta de Chaikovski, han visto correr ríos y ríos de tinta. Como suele suceder, entre la realidad y la leyenda acaba cuajando la leyenda, o al menos perdurando en el imaginario colectivo, hasta el punto de que es difícil escuchar sus primeras notas sin recordar la famosa comparación con el quebrado pulso del compositor y, por tanto, sentir la pieza entera como un réquiem personal. El propio Treviño reconoce que debe prepararse emocionalmente con meses de antelación por tratarse de una obra que trata “exclusivamente” de la muerte y del adiós.
Toda ella gozó de las virtudes mostradas a lo largo de estos años: suntuosidad sonora, intensidad expresiva y tensiones cuidadosamente graduadas, anticipadas desde lejos. La orquesta, reforzada con doce miembros de la EGO, le tiene muy bien cogida la medida a esta música. No destacó el movimiento inicial por su fuerza titánica, sino por su énfasis en el reposo; tampoco en el segundo mostró el vitalismo del Mahler más joven, del que solo en el tercero se escucharon algunos ecos a través de sus fuertes disonancias. Treviño lo trazó horizontalmente, asegurando una gran claridad de líneas, mientras que en el Adagio final retuvo el paso hasta superar los 28 minutos y logró algo tan difícil como sostener la emoción creciente. Así comenzaba una temporada que guarda para su programa final otra gran sinfonía de Mahler, la moderna y experimental Séptima.
Asier Vallejo Ugarte
(foto: EUSKADIKOORKESTRA © Enrique Moreno Esquibel)