BILBAO / ‘Cavalleria’ & ‘Pagliacci’: las dos caras del verismo
Bilbao. Palacio Euskalduna. 20-XI-2021. Temporada de ABAO. Mascagni, Cavalleria rusticana / Leoncavallo, Pagliacci. Jorge de León, Ekaterina Semenchuk, Rocío Ignacio, Ambrogio Maestri, Carlos Daza, Mikeldi Atxalandabaso, Belén Elvira, Elena Zilio, Gexan Etxabe. Coro infantil de la Sociedad Coral de Bilbao. Coro de Ópera de Bilbao. Euskadiko Orkestra. Director musical: Daniel Oren. Director de escena: Joan Anton Rechi.
Aunque frecuentemente vilipendiadas en ciertos círculos por su “pathos exagerado” (Plantinga), Cavalleria rusticana y Pagliacci son dos óperas que sobrevivieron al siglo XX entero y aún continúan recorriendo los primeros teatros del mundo como piezas maestras de un verismo más refinado de lo que se suele dar a entender. Tan unidas han permanecido siempre que la idea de Joan Anton Rechi consiste precisamente en vincularlas en base a una línea argumental, como si fueran dos capítulos de una misma historia, de manera que ambas se desarrollan en la misma localidad, pero con la distancia temporal de una generación: Turiddu y Santuzza son los padres de Canio, que vuelve al hogar natal al frente de su compañía de payasos. Ello no le impide diferenciar nítidamente y con buena mano las atmósferas, que pasan de la radical sobriedad de la ópera de Mascagni al mundo luminoso y colorista de Pagliacci, de un clima profundamente religioso a la alegría de una comunidad de personas corrientes en un ambiente festivo.
La unidad vino dada también por el criterio que aplicó Daniel Oren en ambas óperas: ritmo teatral, ausencia de agresividad (que no de intensidad) y pureza en el sonido, imprimiendo lirismo en todos los frentes y respirando con los cantantes como debían de hacer los viejos maestros. De la orquesta no siempre sacó chispas, pues la Euskadiko Orkestra no suele llegar tan lejos en el foso del Euskalduna como en el repertorio sinfónico, pero con ella logró (especialmente en Cavalleria rusticana) detalles de gran clase. Tampoco se puede hacer verdadera justicia al coro cuando canta con mascarilla, pues en la práctica supone hacerlo con sordina, pero sus grandes escenas (Regina Coeli; Don, din, don) estuvieron magníficamente aseguradas.
Jorge de León presentó cualidades de auténtico spinto, empezando por una voz de las que no abundan en la escena actual por su potencia, su expansión y su sonoridad, además de una entrega incondicional a sus dos personajes, y así compensó la escasa variedad de su fraseo, el carácter algo elemental de un canto que no reconoce la ascendencia verdiana de ambas óperas. Siendo toda su escena final de Pagliacci una exhibición de energía vocal a lo grande, la verdadera lección de verismo vino dada por Ekaterina Semenchuk en una Santuzza que antepuso la templanza a la visceralidad, intensamente humana, delicada en la medida justa. Su cantó descubrió los infinitos pliegues del papel, sacando oro puro de cada una de sus frases (impresionantes las súplicas a Turiddu) al tiempo que lucía una voz con cuerpo y volumen en toda la tesitura. De Rocío Ignacio hay que destacar su desenvoltura escénica en una Nedda que tuvo sus mejores momentos, junto al Silvio de Carlos Daza, en el dúo central de la ópera. Maestri distinguió admirablemente las personalidades de sus dos roles, más rudo Alfio y más perverso Tonio, dotándolos de sentido tanto dramático como musical. Por lo demás, Atxalandabaso bordó la serenata de Arlequín en una nueva evidencia de su categoría como cantante y Elena Zilio afirmó en Mamma Lucia que la veteranía es un grado cuando se trata de llenar la escena con la sola presencia, simplemente estando ahí.
Aunque ambas óperas fueron muy aplaudidas, el tono contenido, la sobriedad escénica y su excepcional protagonista hicieron de Cavalleria rusticana la más conmovedora, la más poderosa en su desarrollo, la que dejó una impresión más profunda y duradera.
Asier Vallejo Ugarte