BETANZOS / Carlos López García-Picos: luchar contra el olvido
Betanzos. Iglesia de Santiago. 22-VI-2022. Nicolás Gómez-Naval, trompa. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: José Trigueros. Obras de Carlos López García-Picos.
Con este concierto celebraba el Concello de Betanzos el centenario del nacimiento del compositor Carlos López García-Picos (Betanzos, 1922- Oleiros, 2002), exiliado con su familia al comienzo de la Guerra Civil y alumno en Buenos Aires de Jacobo Ficher —quien, a su vez, lo había sido de Tcherepnin y Steinberg— compositor nacido en Odesa y que también debió tomar el mismo camino, pero vía Polonia y algo antes, en 1923. Toda la obra de López García-Picos se creó en Buenos Aires y luego en España, a partir de su regreso a Galicia en 1984.
Para este crítico se trataba casi de la primera vez que escuchaba la música de López García-Picos. Una música que no es fácil situar entre las de sus contemporáneos españoles —en todo caso entre los menos adictos a las fórmulas de la vanguardia de entonces— si nos atenemos a lo que era la música en nuestro país en los años en los que compone y teniendo en cuenta, además, que se trata de un compositor español, sí, pero que su formación y su entorno se hallan en otro ámbito. Su exilio naturalmente tendría unas características diferentes al de aquellos que debieron irse con una creación en marcha y la suya se incardina desde el principio y hasta su regreso con lo que se hace, se estrena y se escucha en Argentina. Es, valdría decir, un compositor argentino y español y una muestra de la crueldad de nuestra historia.
Parece clara su libertad a la hora de abordar la búsqueda de su propio estilo, la comodidad con que se mueve en un modernismo de amplio espectro, la buena mano para determinadas amalgamas sonoras, aunque también —en el programa de que se habla aquí— una cierta dificultad para abrochar bien las partituras, airearlas, dotarlas, al fin, de unas líneas de fuerza de mayor impulso. Dicho lo cual, el homenaje brigantino es absolutamente merecido, necesario para recuperar con hechos la memoria de un hijo ilustre y la historia de nuestra propia cultura de ida y vuelta. Lo dejó muy claro Javier Ares Espiño en sus bien medidas palabras de introducción al concierto.
De las cuatro piezas escuchadas en la iglesia de Santiago, la mejor, con mucho, me pareció la que cerraba la sesión, Festa. Sinfonieta (1954), que hace honor a su doble título con la evocación en su primer movimiento de una suerte de alborada, apelando al recuerdo de las fiestas en el barrio de A Madalena, mientras el segundo es como una especie de nocturno que se fuera poco a poco poblando de gente y el tercero nos trae un motivo recurrente que se diría tomado del Alla Hornpipe de la Suite nº 2 de la Water Music de Handel. Es llamativo el uso bien protagonista de maderas y metales en una escritura que el autor parece disfrutar, como sabíamos por el disco que a sus composiciones para instrumentos de viento dedicara el Grupo Zoar hace unos años. Esta Fiesta merece, sin duda, otra oportunidad.
El Concierto para trompa y orquesta de cuerdas (1989) —del que fue extraordinario protagonista Nicolás Gómez-Naval, principal de la OSG—, está escrito en diez secciones y es dificilísimo para un solista que, además, debe negociar una buena cadenza. Muy interesante el diálogo con el contrabajo, como la aportación del fagot en Elegía para mi inolvidable amigo Jacobo Ficher (2002), con sus dos temas recurrentes y obsesivos. Los timbales tendrán una presencia muy importante tanto en esta Elegía como en la Oda a meus pais (1997), que abría programa y en la que su primer movimiento plantea a las cuerdas una suerte de respiración casi física.
Para ofrecer estas músicas, que no tienen fácil su vuelta a los atriles y no digamos su permanencia en ellos, se contó con una Sinfónica de Galicia que tocó con entrega y felicidad —el maestro agradeció los aplausos del público recordándonos que a esas horas ya estaban de vacaciones. Estupendos Mary Ellen Harriswangler al fagot, Todd Williamson al contrabajo e Irene Rodríguez a los timbales. José Trigueros volvió a mostrar, con toda naturalidad, su competencia y su clase a la hora de abordar cualquier repertorio.
Luis Suñén