Bernard Haitink: el suelo que pisábamos
Bernard Haitink ha sido el suelo que pisábamos para unas cuantas generaciones de aficionados a la música. Su capacidad de trabajo, su haber sido titular durante muchos años de una de las mejores orquestas del mundo —la del Concertgebouw—, su relación privilegiada con una casa de discos como Philips en la edad de oro de la fonografía hicieron posible que nos ofreciera todo el gran corpus sinfónico de Beethoven a Shostakovich, de Brahms a Mahler, más Bruckner y Chaikovski, Debussy y Ravel, Liszt y Bartók y buena parte del repertorio más o menos habitual y óperas… Todo ello magníficamente hecho, en versiones que nos sirvieron para admirar su trabajo pero también para saber que esa podía ser muy bien nuestra perfección hallada si no queríamos ir más allá y, en todo caso, la pauta para valorar lo que, nos gustara más o menos, fuéramos encontrando por nosotros mismos. Por eso es superabundante en las discotecas de todos los que amamos la música.
A partir de hoy se dispararán sus enlaces en las plataformas de escucha y seguramente muchos nuevos aficionados para los que el disco es un objeto obsoleto se encontrarán con un músico verdaderamente único. Único porque es muy difícil hacer tantas cosas y todas tan admirablemente. Único porque es propio sólo de los artistas como él saber dónde está el punto de equilibrio entre la técnica y las emociones. Sin olvidar, claro, esa otra forma de ser único que es la causa de que lo quisieran tanto los compañeros de profesión y los músicos de las orquestas que dirigía. Y nosotros, claro, los que hoy le agradecemos haber vivido y haberlo hecho así, sus lecciones sin artificio pero con músculo, su cabeza tan bien amueblada, su hacer música de esa manera y hasta el final. Sin él no seríamos lo que somos.
Luis Suñén