BAYREUTH / Vuelta a las raíces
Bayreuth. Villa Wahnfried (Sala de cámara). 23-VIII-2022. Sigurður Bragason, barítono. Hjálmur Sighvatsson. Lieder de Wagner, Nietzsche y Listz. Canciones de sagas islandesas.
La tarde siguiente a la grandiosa dernière de Lohengrin en la producción de Yuval Sharon, que pasará a la historia del Festival de Bayreuth como un monolito al poder femenino, el ciclo de conciertos “Wahnfried Konzerte 2022” ofreció un magnífico recital de canciones de sagas islandesas y Lieder de Wagner, Nietzsche y Liszt. La ocasión era la nueva producción de la tetralogía en el festival. El barítono Sigurður Bragason y el pianista Hjálmur Sighvatsson trajeron una música tan emocionante como maravillosa de su patria, Islandia, asombrando y deleitando a los afortunados que pudimos acercarnos a la Sala de cámara de Villa Wahnfried, donde se colgó el cartel de ‘no hay entradas’. Al fin y al cabo, ¿quién conocía mejor que Wagner las heroicas sagas y leyendas populares islandesas del fuego, las brasas y las duras y eternas noches nórdicas? En la época de Wagner, muchos artistas e intelectuales, siguiendo el ‘espíritu de moda’, buscaban en ellas el ideal del ‘heroísmo germánico’, en un anhelo parecido al que se manifestó durante la llamada Goethezeit respecto a la Grecia y la Italia clásicas.
Alrededor del ochenta por ciento de las historias, motivos y personajes que aparecen en el Anillo wagneriano proceden de la antigua literatura islandesa, las Eddas mitológicas y la saga Völsunga. Ya lo anunciaba el programa de mano: “Se interpretarán canciones populares islandesas sobre audaces vikingos, temibles gigantes y cabalgatas de los dioses, pero también canciones que en su día se escuchaban durante las reuniones en el salón de Casa Wahnfried”. De modo que nos encontrábamos en medio de la fuente de inspiración de Wagner y de su reserva de ideas procedentes de tiempos místicos.
Sigurður Bragason y su acompañante de siempre, el pianista Hjálmur Sighvatsson sentado al Steinway de Wahnfried, desgranaron un racimo de miniaturas poéticas y musicales que describen la lucha existencial diaria del ser humano en medio de una naturaleza hostil. Las canciones populares en arreglos de Jón Leins y otros compositores, dispuestas cíclicamente según los títulos de la tetralogía del Anillo, describen los temas que fascinaban a Wagner y a las generaciones posteriores sobre ese país de las maravillas llamado Islandia. Con misterio, perfecta declamación y un sonido profundo, Bragason y Sighvatsson nos introdujeron en los mundos de las fantasías nórdicas.
En Rheingold vivimos la batalla de los gigantes y en el Siegfriedlied la triste añoranza de los héroes: “Tráeme a Ingeborg, antes de que muera. Ahora se aclaran los sueños de los hombres”, escuchamos. En dos cantos procedentes de la Edda poética, saboreamos el elixir de la vida y la eterna sabiduría: “Una vez fui joven, vagaba solo, mi camino se confundió. Me alegré cuando encontré un amigo. El hombre es el consuelo del hombre”. Qué palabras en tiempos oscuros. Tanto antes como ahora.
Se trata, como los haikus japoneses, de auténticas miniaturas sonoras que Bragason desgranó con su profunda y serena voz de bajo barítono. A continuación, la adaptación de Friedrich Nietzsche de Ungewitter, de Chamisso, llegó como un seductor alimento para los oídos. Se trata de una pequeña pieza de bravura compuesta por el filósofo en 1864, completamente bajo el hechizo de la obra de Schubert.
En la exuberancia romántica del poema de Heine Im Rhein, im schönen Strome pudimos apreciar el tierno lirismo de Franz Liszt. La sombría canción de Wagner Der Tannenbaum, compuesta en Riga en 1838, así como sus mélodies parisinas Mignonne y Les deux grenadiers son las primeras piezas vocales del maestro de la Colina Verde. En esta ocasión la famosa balada de Heine Die beiden Grenadiere no se escuchó en la célebre versión de Robert Schumann, sino de un joven Wagner que la musicó en francés con el título Les deux grenadiers. Todo un descubrimiento.
El “intermezzo cultural-político y la transferencia cultural musical”, en palabras de Sven Friedrich, director del Museo Richard Wagner, en su discurso de bienvenida, obtuvo una calurosísima acogida por parte del público que abarrotó el auditorio, y que premió con un caluroso aplauso las soberbias interpretaciones de Sigurður Bragason y Hjálmur Sighvatsson.
Barbara Röder