BAYREUTH / Valquiria pasada por agua
Bayreuth. Festspielhaus. 6-VIII-2023. Wagner: La Valquiria. Catherine Foster, Tomasz Konieczny, Christa Mayer, Elisabeth Teige, Klaus Florian Vogt, Georg Zeppenfeld, Kelly God, Brit-Tone Müllertz, Claire Barnett-Jones, Daniela Köhler, Stephanie Houtzeel, Marie Henriette Reinhold, Simone Schröder, Katie Stevenson. Orquesta del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Pietari Inkinen. Dirección de escena: Valentin Schwarz.
El respetable se reía como si actuara el Dúo Sacapuntas o algo así. Pero no: sobre el escenario “sagrado” del Festspielhaus de Bayreuth, cuna del arte wagneriano, se interpretaba nada menos que el comienzo del tercer acto de La Valquiria. Es decir, la archiconocida “Cabalgata de las Valquirias”. Ocurría que en lugar de heroínas wagnerianas recogiendo y rescatando guerreros heridos, lo que allí se veía era una especie de salón de belleza, peluquería kitsch, esteticién o vaya usted a saber qué, por donde deambulan torpemente movidas unas señoritas estrafalariamente ataviadas. Las señoritas eran valquirias y el director de escena Valentin Schwarz, quien se mofa de la dramaturgia wagneriana en el propio santuario del compositor, en el Anillo del Nibelungo escénicamente más ridículo, estúpido y disparatado de la historia bayreuthiana. Por no ser, no es ni transgresor. La estupidez no alcanza a ello.
En confianza: no perdamos más tiempo ni usted leyendo sobre la bazofia y quien escribe contándola. No merece la pena darle más cancha a esta propuesta escénica de pistoleros y tontería, en la que Sieglinde está preñada de Hunding y, una vez parida, el bebé Siegfried deambula por el tercer acto de mano en mano como las viejas pesetas. Frente al despropósito, musicalmente esta Valquiria tuvo interés, fuerza expresiva, buen canto wagneriano y un maestro en el foso, el finlandés Pietari Inkinen (Kouvola, 1980) que se sumergió en el universo y el lenguaje wagnerianos para extraer del foso invisible colores, fraseos, planos y detalles de verdadera maestría. Fue una versión de tiempos anchurosos y cuidadosamente matizada en la que la orquesta escuchó las voces para cantar ella misma, cómplice con el escenario, en un equilibrio perfecto, quizá solo posible en la acústica complicada pero única del Festspielhaus.
Tras un Oro prometedor, Inkinen (quien ya dirigió un exitoso ciclo completo del Ring en 2014, en la Ópera de Melbourne) se consolida en esta enjundiosa Valquiria como uno de los más valiosos traductores wagnerianos actuales. Hace respirar y traspirar a la orquesta, otorga espacio al tempo y cuida y estratifica con planificada lucidez el complejo entramado de motivos y temas recurrentes. Abraza y fusiona foso y escena con pericia. Todo envuelto en una visión cargada de pálpito, ideas y sugestión. Desde el comienzo del primer acto, Inkinen y la orquesta sumergieron a todos en la tempestad que envuelve la huida a ninguna parte de Siegmund. Maravilloso en verdad el solo de violonchelo y, en general, el empaste de las cuerdas. De ahí hasta el final, con un “Adiós de Wotan” de intensa emotividad, todo fue un fascinante decurso wagneriano, abierto, vivamente recreado y cuidadosamente fraseado. El interés musical de la representación remarcaba aún más la majadería de la escena. ¡Pobres cantantes que tienen que someterse al dictado actoral del “genio” de turno y se ven obligados a hacer el ganso mientras cantan las cosas más sublimes imaginables!
El otro puntal de esta Valquiria fue el antológico Siegmund de Klaus Florian Vogt, en noche ciertamente memorable. Cantó con el bellísimo registro de siempre. Con claridad, precisión, fraseo, potencia, entrega y estilo que remiten a los mejores Siegmund de la historia. Su efusiva “Canción de la primavera” congeló de lirismo y emoción el Festspielhaus y sus 1.974 moradores. A sus 53 años, el tenor de Schleswig-Holstein es un wagneriano en plenitud, y no es aventurado decir, tras lo escuchado y sentido el domingo, que es el mejor Siegmund de hoy y de los últimos años. Incluidos lo que usted y un servidor conocemos. Huelga dar nombres.
Lástima que en esta edición no contara con la Sieglinde excelsa de Lise Davidsen, sino con la soprano Elisabeth Teige, que lo único que tiene en común con la Davidsen es la norueguidad y el calor en el canto. Pero su voz, potente, carnosa y bien proyectada, está envuelta en un vibrato que desdibuja virtudes y calidades. Fue aplaudida con entusiasmo al final de la representación. Posiblemente, más por su entrega en el escenario y su identificación con el papel que por una voz tan seriamente lastrada. Hunding fue dignificado con el buen canto de Georg Zeppenfeld, un bajo ya de referencia en Bayreuth y en el ámbito wagneriano. En la estela de los Hans Sotin, Franz Mazura y tantos otros grandes de su cuerda.
La inglesa Catherine Foster (1975) retomó su Brunilda bayreuthiana de hace una década, con Kiril Petrenko. Los años no pasan en balde para nadie. Tampoco para ella, que, sin embargo, mantiene el brillo, el esmalte y la densidad vocal de entonces. También sus dotes dramáticas, que ella tan hábilmente concilia con el sentido de la expresión musical. Cargó de empaque y drama su “Anuncio de muerte” en el segundo acto, y su vibrante encuentro con Sieglinde en el tercero. Los “¡Joho, joho…!” del comienzo del segundo acto sonaron vigorosos, vibrantes y bien afinados, aunque culminados en el límite agudo con un pueril e ingenuamente expresivo crescendo.
El Wotan del barítono-bajo polaco Tomasz Konieczny creció enteros respecto al del día anterior, en El Oro del Rin. Con más empaque vocal y convicción. A pesar de echarse en falta un registro con más resonancias y amplitud en el registro bajo, menos baritonal, su extenso monólogo del segundo acto supuso un punto álgido en esta función de tantos quilates musicales. Su impactante “Das Ende, das Ende!” fue uno de los momentos más estremecedores de la función, como su emotivo final, que ni siquiera el disparate escénico pudo emborronar.
La muy bayreuthiana Christa Mayer revalidó los méritos de su imperativa y bien entonada Fricka. Luego, en el tercer acto, su resonante y grave voz de mezzo apareció reconvertida en una de las valquirias -Schwertleite-, acompañada por sus siete hermanas, todas empeñadas en la imposible tarea de dar sentido al despropósito escénico en el “salón” de lo que sea. Al final, cuando rondaban las diez de la noche (la función había comenzado a las cuatro de la tarde), el público se desgañitó braveando y taconeando a todos en la sonora tarima de la platea. A los buenos, a los menos buenos y hasta a los malos. Pero el aplausómetro ya se había disparado al final del segundo acto, cuando irrumpió a saludar en solitario Klaus Florian Vogt. Después, los parabienes mayores se los llevaron, por este orden, Pietari Inkinen, Tomasz Konieczny, Catherine Foster, y cerquita, Elisabeth Teige. Cosas de este nuevo Bayreuth que ya aplaude hasta el final del primer acto de Parsifal. Al salir del Festspielhaus, era ya noche cerrada. La tempestad del comienzo y los negros nubarrones presagiados por Wotan cedieron paso al diluvio universal que enmarca este segundo y desequilibrado ciclo del Anillo, escénicamente tan pasado por agua.
Justo Romero
Fotos: Enrico Nawrath