BAYREUTH / Un Siegfried de los de antes

Bayreuth. Festspielhaus. 8-VIII-2023. Wagner: Siegfried. Andreas Schager, Tomasz Konieczny, Daniela Köhler, Olafur Sigurdarson, Arnold Bezuyen, Tobias Kehrer, Okka von der Damerau, Alexandra Steiner. Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Pietari Inkinen. Dirección de escena: Valentin Schwarz.
Prosigue el fallido Anillo del Nibelungo del director de escena Valentin Schwarz su inexorable camino hacia el ocaso total. Tras el iconoclasta trabajo en El oro del Rin y La valquiria, en Siegfried recala en la misma estupidez, en ese inventarse lo que sea aunque no tenga razón ni relación con nada. Schwarz se empeña en buscar “genialidades”, pero solo genera tontería y lugares comunes desde una ingenuidad propia de casa de muñecas. Todo, absolutamente todo, se aparta de la realidad wagneriana para plantear sin pies ni cabeza una escena y un desarrollo dramático que son un atentado a la obra de arte y al instinto dramático de Wagner. Incluso el avezado espectador de Bayreuth, que se sabe de memoria lo que ocurre en escena, se pierde en el sinsentido del capricho y del disparate.
El atentado de Schwartz afecta incluso a la propia partitura, y se desarrolla en una escenografía (Andrea Cozzi) fea con avaricia, que no dice ni sugiere nada, que sirve para un roto y para un descosido. En ella, Siegfried anda haciendo gansadas por el escenario en lugar de forjar la espada, por lo que los martillazos en el yunque proceden del foso de la orquesta y no de la mano de Siegfried, quien tampoco puede hacer sonar su inexistente corno, ni el pájaro del bosque volar, ni Brunilda despertarse, ni fuego mágico, ni murmullos del bosque… En su lugar, pistolas, tiros, puño americano, la incursión del personaje de Hagen (que en Wagner solo aparece en El ocaso de los dioses), Alberich convertido en colega y amigo de su “hermano gemelo” El Caminante… Por no haber, no hay ni cueva ni dragón, aunque sí un moribundo Fafner en una cama hospitalizada, que acaba asfixiado con un cojín por el “Joven Hagen”. Por supuesto no hay tesoro ni anillo. Y, desde luego, ningún sentido común en este grotesco disparate. No es extraño que en la platea se viera algo tan inaudito en Bayreuth como localidades vacías. Gravísimo toque de atención.
Como en las dos entregas anteriores, lo único valioso radicó en la música. Pietari Inkinen sigue sacando oro de la orquesta, con una narración que se explaya en los mil detalles de la partitura. Calibra con pericia la fastuosa grandiosidad de la orquesta wagneriana con la ternura de tantos momentos memorables. En medio, infinita gama de matices, coronados con una desequilibrada escena final de resplandecientes intensidades y reflejos. Cantó con el pájaro del bosque y se cargó de misterio inquietante en el boscoso comienzo del segundo acto, con el encuentro del Caminante y su “hermano gemelo”, el nibelungo Alberich.
Vocalmente, Andreas Schager volvió a demostrar que es el Siegfried por excelencia de la actualidad. Pletórico de voz, sin jamás forzar ni flaquear, con emisión clara y natural, maravillosamente proyectada y fraseo siempre adecuado al carácter del texto y la partitura. Es un wagneriano genuino. Un Siegfried de los de antes. Por voz, carácter, cuna y presencia. Ni siquiera el dislate escénico pudo desdibujar la credibilidad y empaque de un Siegfried que hay que situar junto a los mejores de ayer y anteayer.
Lástima que no contara con una Brunilda a su altura, por lo que la gran escena final quedó seriamente descompensada. La soprano Daniela Köhle pasó apuros serios en su corta pero comprometida y exigente intervención, y sus carencias quedaron subrayadas al lado del Siegfried heroico de Schager. Como el año pasado, la suya fue una deslucida Brunilda, escasa de anchura, intensidad y apoyo, de agudos estridentes y destemplados cuando no fallidos, y un vibrato excesivo que afecta seriamente la emisión. Una Brunilda, en definitiva, sin la raigambre que reclama el lugar, el personaje y el poderoso Siegfried que tenía al lado.
Como paradoja, a medida que este Anillo se sumerge más y más en el ocaso, el Wotan –“Caminante” aquí- del barítono-bajo Tomasz Konieczny crece y en este Siegfried ha crecido aún más hasta culminar una actuación memorable, de referencia en el entorno contemporáneo. Impresionante en toda la función por voz y teatro, por estilo y prestancia escénica. Soberbio en su encuentro último con Siegfried en el tercer acto, pero también, antes, con Erda y el convincente Alberich de Olafur Sigurdarson. Reconocimiento y aplauso también para el Mime de Arnold Bezuyen, el Fafner no solo vigoroso del bajo Tobías Kehrer y el mejorado Pájaro del bosque de Alexandra Steiner. La mezzo Okka von der Damerau supuso una Erda correcta, pero sin el fuelle ni el grave peso vocal que requiere su intervención única como profunda diosa de la tierra.
Al final, como ya es costumbre inevitable en el Bayreuth de los últimos años, aplausos para tutti quanti. Triunfo colectivo y sin reparos. Pero de verdad de verdad, quienes triunfaron en esta nueva tarde bayreuthiana de lluvia y frío, fueron Andreas Schager con su referencial Siegfried y la dirección musical, meticulosa y espaciosa, de Pietari Inkinen. Y, aunque sea una obviedad, el gran fracasado no es otro que Valentin Schwarz. Y de su mano, el propio Bayreuth.
Justo Romero