BAYREUTH / Heras-Casado y el ‘Parsifal’ ideal
Bayreuth. Festspielhaus. 10-VIII-2024. Andreas Schager, Ekaterina Gubanova, Georg Zeppenfeld, Derek Welton, Tobias Kehrer, Jordan Shanahan, Jorge Rodríguez Norton. Orquesta del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Pablo Heras-Casado. Dirección de escena: Jay Sheib. Wagner: Parsifal
Volvió Pablo Heras-Casado a triunfar con todas las de la ley en Bayreuth, el santuario wagneriano, donde se ha consolidado como una de las figuras más apreciadas y bendecidas por los miles de fervorosos melómanos que, año tras año, peregrinan a esta localidad bávara, de apenas 75.000 habitantes, en la que el propio Wagner construyó en 1876 un teatro de acústica y características únicas. La atronadora ovación que escuchó el director granadino al irrumpir a saludar al final de la función fue realmente excepcional, incluso en un lugar tan mitómano como Bayreuth. Una ovación quizá solo equiparable a las que en el nuevo Bayreuth escuchaban Barenboim y Levine, y hoy Thielemann o Bichkov De hecho, y ante la perspectiva de dirigir el nuevo Ring de 2028 y otros proyectos en cartera, y su sintonía con Katharina Wagner, Heras-Casado se vislumbra como el heredero natural de Barenboim y Thielemann en el trono hoy vacante de Bayreuth.
El director español ha regresado con la exitosa producción que estrenara el año pasado de Parsifal, el sanctasanctórum wagneriano, firmada escénicamente por Jay Sheib. Oficiada parsimoniosamente, regodeada en sus místicas evoluciones armónicas, en los largos y lentos desarrollos de sus motivos y Leitmotive. Heras-Casado expandió silencios, respiraciones y mesuras fraseológicas hasta donde solo es posible hacerlo en la acústica, compleja pero ideal, de Bayreuth y su foso invisible. También en su silencio único. Versión en la que el tiempo parecía marcar el tempo por sí mismo. Sin prisas ni reloj. El Preludio, la “Música de transformación” del primer acto, o los “Encantamientos de Viernes Santo” en el tercero, fueron episodios sinfónicos de espiritualidad a flor de piel, tan en carne viva como la herida sin fin de Amfortas. Una representación de festival “escénico sacro” cargada de templanza, en la que la portentosa Orquesta de Bayreuth y su legendario coro encontraron la horma de su zapato en las manos sin batuta del maestro granadino.
Fue una función redonda sin rodeos. Ni fisuras ni grietas. En la que todo fue o rozó lo excepcional. Si magnífica sin reservas fue la idiomática dirección de Heras-Casado, cruce y encuentro ideal entre tradición y contemporaneidad, no lo fue menos la respuesta de una orquesta y un coro sin parangón en un repertorio que para ellos, sus instrumentistas y coristas, en Bayreuth es único. La afinada perfección, el ensamble y la sonoridad unitaria de la masa coral son proverbiales. Como las expansiones dinámicas, tan acordes y calibradas con el templado tejido orquestal que proyecta el foso. Heras-Casado, que nació y creció entre coros, calibra con pericia natural estos óptimos mimbres, que tanto protagonismo comparten en una obra de tanto calado coral como Parsifal.
El reparto vocal rozó lo ideal. Andreas Schager, que en Bayreuth se siente y escucha como el mejor tenor wagneriano de las últimas décadas, es el Parsifal ideal. Como su fraseo, entrega, nobleza, belleza vocal, potencia y entrega. ¡Es Parsifal! Tanto como el día antes fue el mejor Tristán de nuestros días. Una heroicidad solo apta para voces de otro mundo, como parece la suya. Quede su estremecedor y herido “Amfortas! Die Wunde!” del segundo acto como síntesis de una actuación hoy sin parangón, en la línea de Parsifales heroicos como Melchior, Kónia, Vinay, Vickers, Kollo, Hofmann, Windgassen…
Si el pasado año Schager compartió escena con la Kundry ideal de Elina Garanča, en esta ocasión ha sido la mezzo rusa Ekaterina Gubanova la encargada de dar vida al seductor personaje, que ya alternó el papel con la letona en 2023. Gubanova, artista curtida y de fino sentido dramático, plasmó una Kundry en plenitud, perfectamente identificada con el gobierno del podio y con la magia de una escena que encuentra en el “rousseauniano” segundo acto su más colorido y sugerente momento plástico. Brilló con fuerza el narrativo Gurnemanz de referencia de Georg Zeppenfeld, el dolido y bien rodado Amfortas del barítono Derek Welton (mejor perfilado que en 2024), el impactante Titurel de Tobias Kehrer y el Klingsor morboso y perverso de Jordan Shanahan. Imposible no destacar el tasado conjunto de las “Muchachas-flor”, y la participación como “escudero” del tenor avilesino Jorge Rodríguez Norton, convertido ya en fijo veterano de Bayreuth.
En cuanto a la escena, su mejor cualidad es que no molesta. No es algo peyorativo: en un tiempo de tanta distracción y hasta tontería escénica, se agradece una visión empeñada, desde un lenguaje propio, en contar la acción sin vericuetos ni “genialidades” de cartón piedra. El estadounidense Jay Sheib (director de escena y escenógrafo) enmarca sin abigarramientos la acción, se ajusta al particular tiempo dramático de Parsifal, crea ambientes propicios. Escucha y se deja inspirar por la música. Precioso, como ya se ha apuntado, el exuberante y sugerente bosque del segundo acto, cuyas deformaciones y tintes verdes dejan entrever tintes entre Dalí y Rousseau. Por otra parte, Dalí, Buñuel y la insoportable escena del ojo de El perro andaluz aparecen retratados en la persistente visión amplifica de la herida de Amfortas y la aguja que atraviesa los puntos de sutura, que tanto recuerda a la hoja de afeitar que secciona el ojo en la famosa escena de Buñuel/Dalí. El invento de las sofisticadas gafas para completar la escena a base de “realidad virtual” es una majadería mercadotécnica que ya casi ningún espectador utiliza. Es quizá, la única tontería de este Parsifal cargado de excelencia y misticismo del bueno.
Justo Romero
(fotos: Enrico Nawrath)