BAYREUTH / ‘El oro del Rin’: galimatías y cacao
Bayreuth. Festspielhaus. 5-VIII-2023. Wagner: El oro del Rin. Tomasz Konieczny, Christa Mayer, Ólafur Sigurdarson, Arnold Bezuyen, Daniel Kirch, Hailey Clark, Jens-Erik Aasbø, Tobias Kehrer, Okka von der Damerau, Raimund Nolte, Attilio Glaser, Evelin Novak, Stephanie Houtzeel, Simone Schröder. Orquesta del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Pietari Inkinen. Dirección de escena: Valentin Schwarz.
Los amigos wagnerianos ausentes habrían salido bramando en arameo tras el exabrupto mental en forma de cacao que suelta el austriaco Valentin Schwarz en su visión de El oro del Rin, que él convierte en hojalata de la peor estofa. Si escénicamente la estupidez sigue tan viva como el año pasado, cuando se estrenó con el rechazo generalizado de la crítica -también, claro la de SCHERZO-, este año la versión musical, dirigida por el finlandés Pietari Inkinen -que no es Knappertsbusch ni se le parece- ha ganado enteros frente a la tediosa lectura de Cornelius Meister, que le sustituyó a última hora, cuando Inkinen tuvo que cancelar por Covid.
Imagino a los inolvidables peregrinos wagnerianos Guillermo García-Alcalde (“Chico, pero…¿qué birria es ésta?”), Roger Alier -siempre decía que El Oro era su título favorito de El anillo– o Ángel-Fernando Mayo -tan intransigente con la estupidez- abandonando el Festspielhaus cabreados ante este dislate que rebasa todo lo imaginable. Bueno, Mayo no, ¡no hubiera aguantado ni cinco minutos! ¡menudo era! Montajes de este nivel, propuestas escénicas así, no hacen sino arriesgar y deteriorar el presente y futuro de un Festival que precisa a gritos un cambio radical en su línea artística, y recuperar la senda de la reflexión y la reinterpretación lúcida y genial de la obra de arte, pero no el alambicado y huero jueguecito de teatro de muñecas y función escolar que escupe Valentin Schwarz en este engendro tan impropio de la Colina Sagrada y su leyenda.
Los detalles del cúmulo de sandeces, contrasentidos, disparates y violaciones de una obra como el Ring en general y El Oro en particular, en la que la música se hace palabra y viceversa, fueron ya detallados en la crítica del estreno publicada el año pasado en SCHERZO, por lo que aquí no cabe redundar lo ya dicho, pero sí señalar que al galimatías de 2022, Valentin Schwarz añade ahora más gansadas, como el chusco dolor de espalda de Donner en el momento de dar su crucial martillazo (aquí convertido en un ridículo golpe de golf), o el énfasis puesto en el carácter bufo de Loge, en una empanada mental que confunde astucia con payasada y viveza con simpleza. El atrezo es arbitrariamente esquivado: cualquier detalle especificado por Wagner es sistemáticamente omitido, desde las estacas de los gigantes al mismísimo anillo o la propia imagen del Walhalla. Wotan sigue haciendo el gilipollas con su bailoteo final, a mitad de camino entre la Salomé straussiana y la Carmen de Mérimée. ¡No hay palabras!
Musicalmente, el asunto ha ganado enteros frente a la versión de 2022. Sobre todo, por el trabajo en el foso de Inkinen, quien cuidó detalles y otorgó vuelo y espacio al discurso musical, pese a la presión a contracorriente de la escena. Mantuvo y hasta ensanchó los lentos tempi de Meister y se explayó en los grandes decursos narrativos. Desde el foso invisible, calibró bien voces y orquesta, y obtuvo calidades evidentes de un conjunto de sobresaliente sinfonismo, a pesar de algunos patinazos evidentes en momentos de extrema delicadeza, como el final, en la entrada de los dioses en el Walhalla, donde algún trompa erró ostensiblemente.
Inkinen coordinó y trató de compensar las carencias y desequilibrios de un reparto vocal en el que realmente apenas destacaron el poderosamente cantado y dramatizado Alberich de Ólafur Sigurdarson (en escena, su caracterización casi recordaba más a Arturo Reverter que al codicioso nibelungo); la bellísima y bien regida voz del bajo noruego Jens-Erik Aasbø (Fasolt); la veteranía y buen hacer de Christa Mayer (Fricka); la Erda solemne e imperativa de Okka von der Damerau (convertida por el capricho de Schwarz en la “chacha” de los Wotan), y el bien engarzado conjunto de las tres hijas del Rin (Evelin Novak, Stephanie Houtzeel y Simone Schröder).
Cumplieron con rodada solvencia wagneriana Arnold Bezuyen (Mime) y Tobias Kehrer (Fafner). El versátil Tomasz Komieczny fue un Wotan discreto cuya voz en ningún momento logró conmover nada ni impresionar a nadie. Ni siquiera alcanzó a superar al sustituto del año pasado, el veterano barítono-bajo letón Egils Siliņš. La soprano estadounidense Hailey Clark fue una Freia que no despertó la solidaridad de nadie. El Froh de Attilio Glasser y el Donner golfista de Raimund Nolte pasaron inadvertidos, no se sabe si más por los discretos empaques vocales o por el caprichoso tratamiento escénico. Si el antiwagneriano Stravinski llamó a Lohengrin “el Caballero de hojalata”, este fracasado Oro del Rin está hecho del peor latón, y convierte a su irresponsable, Valentin Schwarz, en ajado y oscuro “Caballero latonero”.
Justo Romero
Fotos: Enrico Nawrath