BAYREUTH / El holandés errante fusilado
Bayreuth. Festspielhaus. 11-VIII-2024. Tomasz Konieczny, Elisabeth Teige, Georg Zeppenfeld, Eric Cutler, Nadine Weissmann, Matthew Newlin. Orquesta y Coro del Festival de Bayreuth. Dirección musical: Oksana Lyniv. Dirección de escena: Dmitri Cherniakov. Wagner: El holandés errante.
A este Bayreuth dominado por las féminas -desde su directora, Katharina Wagner, a las tres maestras que dirigen este año tres de los cinco títulos de la actual edición-, ha regresado la historia del Holandés errante, el marinero condenado a navegar eternamente por los mares más remotos. En esta ocasión con final inventado por el director de escena moscovita Dmitri Cherniakov (1970), nombre importante del teatro contemporáneo, quien se carga de un tiro al ahora mortal Holandés, y de paso, el fondo de la ópera: “La redención a través del amor”. Con ello, con este fusilamiento sin nombre, destruye la leyenda, además de dar un susto casi de muerte a los espectadores, que casi brincan de sus duras butacas cuando retumba en el Festspielhaus el disparo con el que la buena de Mary descerraja, con un tiro tan certero como imprevisto, el cuerpo de quien Wagner y una tradición literaria que se remonta al siglo XVII condenan “a vagar eternamente por los océanos del mundo”.
Es esta grave tergiversación el único pero importante inconveniente que se puede poner a una producción clásica, bonita y sin más complicaciones. Cherniakov no se mete en berenjenales y se centra en narrar la ópera fielmente, al pie de la letra, desde un realismo que, a la postre, es más doméstico que mágico. Es una apuesta segura, pero cuya fascinación no va más allá del gusto de ver unas casitas y una iglesia bien construidas, que se mueven por el escenario con fácil eficacia, mutando en un santiamén la escenografía, diseñada por el propio director ruso. Este realismo hace que la sorpresa final, con la buena de Mary convertida en una especie de “Fanciulla del West”, resulte aún más fuera de tono y sentido. Ya en tono menor, es bastante demagógico y oportunista convertir al desesperado Erik en un machito maltratador, que incluso arrea buenos guantazos a la pobre Senta. El Holandés, en su desesperación, tampoco se queda manco en la escena final. En fin, tonterías y detalles que no alcanzan a emborronar el diestro trabajo de Cherniakov, que mueve la escena con maestría y efectividad teatral.
En el foso, la ucraniana Oksana Lyniv, que dirige esta producción desde su estreno en 2021, ha pulido detalles y renovado su dirección, ahora menos plana y más matizada. Ha ganado relieve y carácter, quizá hasta el exceso, con tiempos vivos y dinámicas de contrastes superficialmente exagerados. Tampoco faltaron desajustes entre foso y escena, en una lectura más fogosa que honda, más brillante que sugestiva. Con todo, la orquesta, sin ser el instrumento cuajado escuchado los días precedentes con Semión Bichkov (Tristan) y Pablo Heras-Casado (Parsifal), sonó a alto nivel, y la directora ucraniana disfrutó una gran ovación al final de la representación. De otro mundo, palabras mayores en verdad, el Coro, verdadero coprotagonista de esta ópera temprana de Wagner. Sonó impactante, con afinación y empaste excepcionales. El coro de hilanderas, o los coros confrontados de las marinerías de Daland y el Holandés en la escena final, marcaron momentos álgidos de la función.
Choca que cada año que se ha repuesto este Holandés que toca ya a su fin, haya sido protagonizado por un barítono distinto. Ahora, tras John Lundgren, Thomas Johannes Mayer y Michael Volle, le ha tocado el turno al polaco Tomasz Konieczny, el Wotan del fracasado Ring de Valentin Schwarz. Su voz corpulenta y rocosa, de verdadero barítono-bajo, en la que en ocasiones el temperamento se impone sobre el refinamiento -tampoco el tosco Holandés es la Mariscala straussiana-, sirvió una interpretación de penetrante carácter dramático, en la que asomaron de particular manera los tintes italianizantes que aún quedan en esta “ópera romántica” estrenada en Dresde en 1843, cuando Wagner apenas contaba 30 años. Sorprendió que al final de la función, en los aplausos y saludos, un sector -minoritario- del público abucheara una interpretación plena de honorabilidad, credibilidad teatral y prestancia vocal. ¡Cosas que pasan!
Si la primera Senta de esta producción fue la gran soprano Asmik Grigorian, la noruega Elisabeth Teige cogió el relevo en 2022 y no lo ha soltado desde entonces. Lució entrega, convicción dramática, fortaleza vocal y un arrojada expresión lírica que definitivamente sienta bien al personaje paisano de Senta. Comenzó la famosa Balada en un pianísimo de alta intensidad emocional y largo fiato, cualidades que inmediatamente, en los “Joho, joho”, se tornaron poderosa expresión de orgullo y desesperación en una vocalidad sobresaliente que, en ocasiones, se tensa en el exigente registro agudo hasta casi rozar el grito o el alarido. Su identificación con Senta y con la visión peculiar de Cherniakov -que la convierte en víctima de maltrato de género; en un ser que no se resigna a su destino en un pueblecito de la costa noruega- son absolutas.
Teige, ya una preferida del público de Bayreuth, escuchó las máximas ovaciones de la noche, junto con el coro y el bajo Georg Zeppenfeld, quien volvió a demostrar ser el mejor Daland de la actualidad, bien anclado en una tradición legendaria con figuras como Böhme, Greindl, Ridderbusch, Sotin, Salminen… Su dúo con el Holandés de Konieczny fue otro de los momentos excelsos de la tarde. El tenor Eric Cutler retomó el papel de Erik, que, como ya hiciera en 2022, embadurnó de tintes belcantistas y veristas, en la visión histriónico del arrebatado maltratador que tan gratuitamente se inventa de Cherniakov. La pobre Mary-Fanciulla del West de Nadine Weissmann fue vocalmente el punto más débil del reparto. Aunque, bien visto, bastante hizo con pegarle el tiro al desventurado Holandés. El tenor estadounidense Matthew Newlin atendió un competente Timonel, aunque eclipsado por la dramaturgia de Cherniakov, quien resta relevancia al personaje. Al final, y como hicieran Barenboim, Levine y Thielemann en sus Anillos bayreuthianos, la Orquesta apareció en el escenario. Como siempre, en pantalón corto y camisetas casi playeras, tal como tocan en el foso invisible de Bayreuth. Ovación tan viva como la que tan justamente se llevó el Coro. No era para menos. Maravillas de Bayreuth, aunque el cuerpo del fusilado holandés estaba ya más seco que la mojama.
Justo Romero
(fotos: Bayreuther Festspiele / Enrico Nawrath)