Bartók en la luna

De todas las pérdidas tempranas que ha sufrido la música italiana, la de Dino Ciani resultó especialmente dolorosa tanto por el talento que el pianista atesoraba como por el margen de desarrollo que su personalidad aún tenía por delante, sin olvidar su singular capacidad para conectar con el público. El 27 de marzo de 1974, Ciani fallecía en un accidente de coche cerca de Roma con tan solo 32 años. Atrás dejaba una carrera aún breve pero jalonada de indudables hallazgos. Tras estudiar con Martha Del Vecchio, siguió los cursos de Alfred Cortot, quien quedó impresionado por las dotes del joven músico.
El repertorio de Ciani se caracterizaba por una amplitud sorprendente en un músico que apenas sobrepasó la treintena, y también por una curiosidad que le llevó a profundizar en obras hasta entonces poco o nada exploradas. Ciani no sólo tocó en vivo la integral de las sonatas y conciertos de Beethoven, o interpretó en una única velada todos los nocturnos de Chopin, sino que fue además uno de los primeros valedores del Rossini pianístico y grabó las cuatro sonatas de Carl Maria von Weber. Actuó bajo la batuta de Abbado, Barbirolli, Muti y Giulini, entre otros. Entre sus grabaciones sobresalen las Novelletten op. 8 de Schumann (1969), que encuentra en el impulso dancístico el elemento de cohesión de la colección. No menos significativa es su lectura de los Preludios de Debussy (1970/73), saboreados con lentitud y declinados sobre los matices de una sonoridad bronceada (ese bronceado que produce la exposición al sol). Encuentro subyugadora la languidez y sensorialidad de sus Danseuses de Delphes o la voluptuosa catatonía de sus Feuilles mortes.
Ciani fue asimismo un notable divulgador de la obra pianística de Bartók. No en vano, su carrera internacional arrancó en 1961 con un segundo premio en el Concurso Liszt-Bartók de Budapest. Del compositor húngaro, entonces muy poco presente en las programaciones, Ciani ofreció con regularidad la Suite op. 14, la Sonata y Al aire libre, además de interpretar el Concierto para piano nº 2. Uno de los elementos que más llama la atención en sus versiones bartókianas es la abundante utilización del pedal. A primera vista, se diría que Ciani enfoca esta música desde una perspectiva aún romántica, subrayando la filiación lisztiana por encima de los elementos más modernistas de su lenguaje.
Más que en la angulosidad de estas páginas, Ciani prefiere ahondar en su saturación sonora. El musicólogo Felice Todde ha hablado de “colores lunares” refiriéndose a cómo el pianista italiano interpreta los movimientos lentos de Bartók. Es en la superficie de la luna, más que en el delta del Danubio, donde Ciani parece situar el comienzo de la Música de la noche. La pedalización envuelve los primeros compases en una irreal iluminación y difumina los contornos sonoros. En vez de coros de ranas e insectos, tenemos aquí ecos fantasmagóricos de incierta procedencia y unos fragmentos de melodías folclóricas acariciados con gran ternura. Por otra parte, el “Sostenuto” de la Suite op. 14 arranca con Ciani en un clima nostálgico que se diría casi de blues.
Escuchado desde la sensibilidad actual, el enfoque de Ciani se antoja profético. No es el suyo un Bartók modernista, tal como lo presenta la mayoría de intérpretes, sino un Bartók posmoderno, situado en una encrucijada de planos lingüísticos y temporales diversos, fundidos en una única entidad. Nunca sabremos todo lo que podría haber dado de sí el talento de Dino Ciani.