Barenboim vuelve a Elgar
ELGAR:
Sea Pictures. Falstaff. Elina Garanca, mezzosoprano. Staatskapelle Berlin. Director: Daniel Barenboim. DECCA. 4850968. 1 CD
Lleva unos años Daniel Barenboim revisitando para Decca la obra de Edward Elgar, de la que ya fue excelente traductor, en disco y en vivo, en distintas ocasiones. En este empeño nos hemos encontrado con una extraordinaria Primera Sinfonía, una Segunda que no llega a esa altura, un interesante The Dream of Gerontius al que le falta el punto de unción que aportaba, por ejemplo, Benjamin Britten, más un excelente concierto para violonchelo y orquesta con Alisa Weilerstein. Como nexo de unión del ciclo, y probable idea motora del empeño de Barenboim por volver a la música del británico, hallaríamos una suerte de obligación por parte de aquel de llevar definitivamente a este al canon occidental, que diría Harold Bloom. El procedimiento ha sido, en términos generales, destacar la filiación de Elgar a la gran tradición centroeuropea —como una suerte de hermano menor de Richard Strauss a quien no estorbaran ciertos procedimientos brucknerianos a la hora de su interpretación—, lo que si cronológicamente y por pura ósmosis —la que entonces permitía el Canal de la Mancha como metáfora— es perfectamente plausible, corría el riesgo de restar importancia a determinadas invariantes que, a decir verdad, Barenboim no ignora en ningún momento aunque quizá en ocasiones atempere. Quiere decirse que no le falta esa ejemplicación de lo noble que el propio autor reclama como marca en algún movimiento de sus obras aunque sí ella misma quede algo diluida en el nexo que se le reclama respecto de sus contemporáneos —o modelos— continentales. Y precisamente ahí, en la diferencia, es en done reside la personalidad de un músico que la tiene por sí propio y que con la escucha atenta relativiza cualquier a priori retórico —su mal llamada raigambre victoriana o eduardiana. Digamos, como resumen, que Barenboim, a mi modesto entender, comprende perfectamente el lugar del autor en el mundo sinfónico pero quizá quiera hacerlo demasiado asimilable, por puro amor, dejando de lado algunas de las características de lo que Virginia Woolf llamaría su habitación propia. En cualquier caso, este empeño del gran maestro bonaerense revela algo que le caracteriza muy especialmente y que se llama pasión. Esa pasión por la música, por hacerla de la manera que a el le parece la mejor posible, con una intensidad que es difícil encontrar en otro director de orquesta o pianista por más joven que él que sea. Diríamos que hay muy pocos, por no decir ninguno, que al escucharlos den semejante sensación de que estamos viéndolo, que hagan más viva la experiencia de la escucha de la música grabada.
Esta última entrega —ignoro si habrá más, teniendo en cuenta que faltan por revisitar las Variaciones “Enigma” y que del Concierto para violín tenemos ya dos grabaciones, una con Zukerman y la otra con Perlman (DG)— de la faceta elgariana de Barenboim recoge dos obras fundamentales del compositor de Broadheath: el ciclo de canciones Sea Pictures (1899) y el “estudio sinfónico” Falstaff (1913). Sea Pictures es la gran obra vocal de Elgar junto al completamente distinto The Dream of Gerontius y una muestra de su genio en esos años de plenitud que marcaban el cambio de siglo. Con poemas de desigual valor, incluido uno de su propia esposa, el músico escribe un maravilloso ciclo de canciones, de una belleza al mismo tiempo sencilla y sofisticada, suma de una línea muy directa y de una orquestación muy cuidada. Y una obra que es, justamente, una de esas que lo diferencian de sus pares continentales tanto en la expresión como en el estilo, en la búsqueda de una cierta calma idílica frente al drama del otro lado, quizá porque en las Islas la música renacía y en el otro lado entraba en crisis de hipermaduración. Desde el inicio vemos cuál va a ser la tónica de todo el disco, el compromiso absoluto del director con esta música, su deseo por explicarla, analizarla, diseccionarla sin que pierda ni un solo hilo de los que constituyen su trama ni un punto de los que le conceden su emoción indudable. Para ello cuenta con una estupenda Elina Garanca —a la altura de la cada vez más reivindicada Yvonne Minton de la primera grabación del maestro, con Filarmónica de Londres (Sony)—, de una elegancia admirable en el tono —a su fraseo quizá le hubiera ayudado el último punto en la pronunciación inglesa— y de una voz de una belleza que no es cuestión de descubrir aquí. Naturalmente, la comparación surge inmediatamente porque lo que hizo Janet Baker con John Barbirolli fue como de otro mundo. Pero estamos en este y la vida sigue y Garanca se une a la lista de las grandes intérpretes —es, con la citada Yvonne Minton y con Sara Connolly (Naxos), la mejor de las post-Baker— de estas canciones mientras Barenboim nos hace pensar que probablemente, desde Barbirolli, no ha habido alguien tan entregado a que esa música parezca verdaderamente la obra extraordinaria que es.
Falstaff era para Elgar su mejor obra orquestal y de cara a esa posible comparación con las piezas del mismo género de Richard Strauss ofrece una posibilidad apasionante, salvando las distancias, desde las divisiones temáticas al devenir de la acción que propone. Es verdad que llamarlo estudio y no poema exime al autor de esas caracterizaciones por cuya falta de definición final fue criticado por algunos —mientras otros pensaban justamente lo contrario. Pero si tomamos la pieza como pura música sin pretextos o con un pretexto más leve que el que exigían los escuchadores de poemas sinfónicos de la época, la obra se defiende sola con enorme solvencia. La lectura de Barenboim —que ha grabado anteriormente la obra dos veces: con Filarmónica de Londres (Sony) y Filarmónica de Berlín (EuroArts en blu-ray)— incide sin duda en esa cualidad intrínseca sin alejarla de lo que tiene de cuadro representativo, de reflejo de un personaje de una tragicomedia. Pero no es Shakespeare: es Elgar. Como en sus anteriores grabaciones del compositor, el maestro trata en todo momento de que el sonido que la formación lleva en sus genes no aplaste la particularidad elgariana y para ello se sirve de un enorme cuidado en resaltar cada detalle, en analizar y transmitir cuidadosamente cada línea del pentagrama. Como sucede con Sea Pictures, hay grandes versiones con las que comparar esta —Barbirolli (EMI), Andrew Davis II (Chandos)— pero el buen aficionado sabe que cuando nos movemos en estas alturas el juego de las similitudes y las diferencias no es simplemente apasionante sino que nos pone ante nuestra propia capacidad de disección primero y de disfrute después. Así, pues, esta de Barenboim, estupendamente grabada en vivo en diciembre del pasado año, magníficamente tocada por una orquesta que se pliega a su director como un guante a la mano, sobre ser magnífica, debe ser conocida por cualquier amante de la música de Elgar, posea o no las lecturas más reconocidas de la discografía, entre las que ella misma se cuenta desde ahora.
Luis Suñén