BARCELONA / Yuja Wang, pianista inconmensurable
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 3-VI-2024. Yuja Wang, piano. Obras de Barber, Shostakovich y Chopin.
Yuja Wang es como una fuerza de la naturaleza encarnada en una persona, en una inconmensurable pianista. Y, como es propio de la naturaleza, de su naturaleza, todos los recursos de la ejecución pianística están a su alcance: técnica irreprochable, digitación y velocidad escalofriantes, dominio de la gama sonora, desde pianísimos al borde del silencio hasta rotundos fortes, y un exquisito mezzoforte. En una palabra, el toque, casi mágico de perfecto.
Propuso Wang un programa de extensión, diversidad e intensidad audaces. La Sonata de Barber, ocho piezas entre los Preludios y los Preludios y fugas de Shostakovich y las cuatro Baladas, todas, de Chopin. Añádase tal cantidad de bises que perdimos la cuenta, y que iban desde el torrente sonoro de transcripciones de fragmentos sinfónicos de Chaikovski o Mendelssohn, hasta el puro lirismo de la transcripción de Liszt del bellísimo lied de Schubert Gretchen am Spinnrade.
Para empezar de forma contundente, la Sonata para pianos en mi bemol menor, op. 26 de Samuel Barber. Se diría que el Allegro energico con que comienza parece estar escrito para Wang (la Sonata la estrenó Horowitz en 1949), que lo abordó con un ritmo punteado, marcadamente preciso, desbordante de cromatismo. A partir de aquí empleó todos los recursos necesarios para dar una versión cabal de esta difícil obra, pasando por las sonoridades cristalinas que supo sacar en el maravilloso scherzo (Allegro vivace e leggero), hasta llegar al final, la difícil fuga (Allegro con spirito) que conduce “stringendo e crescendo “ a la brillante conclusión.
Hay en la sonata de Barber un irrenunciable (neo)romanticismo tanto en el fondo como en la forma, matizado con elementos de modernidad, entre ellos las concesiones diríamos irónicas al dodecafonismo, pero nunca hasta el punto de que el sentimiento tonal quede oscurecido. Y por aquí podemos relacionarla con el Shostakovich que siguió. En efecto, los Veinticuatro Preludios op. 34 y los Veinticuatros Preludios y Fugas op. 87 de Dimitri Shostakovich vuelven, después de las experimentaciones de los Aforismos op. 13, a la tonalidad. Yuya Wang escogió entre las piezas de ambas colecciones, tocadas en un orden que, sin que sepamos su razón pero seguros de que la intérprete la sabía, conviene recordar: Preludio y fuga op. 87 nº 2 en la menor, Preludio op. 34 nº 12 en sol sostenido menor, Preludio op. 34 nº 10 en do sostenido menor, Preludio y fuga op. 87 nº 8 en fa sostenido menor, Preludo op. 34 nº 24 en re menor, Preludo op. 34 nº 5 en re mahor, Preludio op. 34 nº 16 en si bemol menor, Preludkio y fuga op. 87 nº 15 en re bemol mayor.
Tomemos como ejemplo de la interpretación de Wang dos piezas de carácter bien distinto: por ejemplo el Preludio nº 12 del op. 34, aparentemente de lo más plano y casi intranscendente, sí, hasta que Wang hace correr, deslizarse, la mano izquierda en remolinos de arpegios modulantes, cuidando amorosamente de pequeñas frases que de otro modo serían insignificantes. Recordemos ahora la interpretación del Preludio y fuga nº15 del op. 87: Wang imprime al Allegretto un aire de vals mientras que pasa al Allegro molto de la fuga a cuatro voces con una manera que está en el extremo opuesto de ese ligero comienzo, una fuga compleja armónica y rítmicamente y de enorme dificultad pianística. También parece estar hecha para Wang la extrema velocidad del pasaje y la anotación “fortissimo marcatissimo sempre al fine.”
Al final, Chopin. Podríamos creer que en la poética pianística de Chopin, tan diferente de los planteamientos del pianismo del siglo XX en que tanto brilló Wang, la intérprete se encontrara menos en su mundo… podríamos creer y nos hubiéramos equivocado. Para empezar Wang escogió tocar las cuatro baladas, quizá las obras más ambiciosas de Chopin: Balada op. 23 nº 1 en sol menor, Balada op. 38 nº 2 en fa mayor, Balada op. 47 nº 3 en la bemol mayor, Balada op. 53 nº 4 en fa menor. Por decir en pocas palabras en qué consistió la maestría de Yuja Wang en la interpretación de ese monumento pianístico, podemos afirmar que tocó dentro del más puro estilo de Chopin con personalidad propia, latente ésta al servicio de la obra. Sobre todo la interpretación de la primera y la cuarta fueron muestra de un estilo extraordinario. Esta última, por perfectas que fueran las tres anteriores, corresponde a la manera de los últimos años de Chopin, en que la belleza de los temas, la complejidad de las armonías, el carácter alado de los ritmos integran una expresión artística que llega a conmover. Todas esas variantes y perfecciones alcanzaron en manos de Wang sus cotas más altas. Ella es precisa, ágil y brillante en la resolución de los torrentes de tresillos, de las notas dobles, de las terceras cromáticas, de las octavas. Pero todo eso lo pone al servicio de la música, a la que sirve y a la que nos invita a compartir.
José Luis Vidal