BARCELONA / Serena Sáenz triunfa con una espectacular ‘Lucia’ junto a Javier Camarena
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 21-VII-2021. Donizetti, Lucia di Lammermoor. Serena Sáenz, Javier Camarena, Alfredo Daza, Mirko Palazzi, Emmanuel Faraldo, Anna Gomà, Moisés Marín. Coro y orquesta del Liceu. Director musical: Giacomo Sagripanti. Directora de escena: Barbara Wysocka.
Cuando el director artístico del Liceu, Víctor García de Gomar, anunció la sustitución in extremis de una indispuesta Nadine Sierra por Serena Sáenz, se escucharon sonoras muestras de decepción en la sala, que fueron a más cuando, además, informó de que Javier Camarena solicitaba la comprensión del público al no encontrarse en plena forma vocal, un anuncio, por cierto, cada vez más habitual en las actuaciones del famoso tenor mexicano. Por fortuna, el público pasó del escepticismo inicial al entusiasmo muy pronto tras descubrir el talento vocal y escénico y el aplomo técnico de la joven soprano española con una radiante interpretación de Regnava nel silenzo y la cabaletta Quando rapito in estasi.
A lo largo de la representación, Serena Sáenz, nacida en Barcelona en 1994 y formada en las filas del Cor Jove del Palau de la Música Catalana, fue desplegando, con musicalidad, buen gusto en las ornamentaciones y luminosos sobreagudos, un buen nutrido arsenal de recursos belcantistas utilizados con acierto. Hace justo un año debutó en solitario con un memorable recital en el Palau y ahora ha vivido en el coliseo lírico de su ciudad natal un triunfo espectacular, similar al que obtuvo en 2019 con su debut, también in extremis, como la mozartiana Pamina de La flauta mágica en la Staatsoper de Berlín.
Tiene además una gran presencia escénica y se desenvuelve bien como actriz, por eso su Lucia fue tan creíble como emocionante. En la famosa escena de la locura, por ejemplo, la pirotecnia vocal no buscaba solo el lucimiento, sino la expresión del delirio de una Lucia que en este montaje, ambientado en los Estados Unidos en los años del ascenso de Kennedy, tiene la aureola de una Jacqueline Kennedy —muy elegante, con gabardina y zapatos de tacón—, que narra su tragedia manteniendo a raya con una pistola a los atónitos espectadores de su trágico delirio.
A su lado, Javier Camarena derrochó nobleza en el fraseo con un Edgardo de suaves y delicados acentos y mucho arte belcantista. No es, por cierto, un papel ideal para su vocalidad natural, algo más ligera de lo que demanda un personaje que debe afrontar escenas de gran intensidad. Y al forzar la voz en busca de acentos más dramáticos, la emisión se resiente y se echa de menos la prodigiosa naturalidad y el brillo de sus agudos en papeles donizettianos más adecuados, como Tonio y Nemorino. Eso sí, el arte del tenor mexicano es grande y derrochó emotividad y belleza vocal en su gran escena final.
Como actor, sin embargo, Camarena resulta muy discreto. Y en la fallida, trivial y aburrida producción de la Ópera Estatal de Baviera —un salón en estado ruinoso como escenario único, con cristales rotos, muchas sillas y mesas de despacho—, dirigida escénicamente por la actriz y directora polaca Barbara Wysocka, le tocó una papeleta actoral imposible. El salto de la Escocia del siglo XVII a los Estados Unidos de los años 50, antes del ascenso de John F. Kennedy, es una propuesta muy caprichosa que bordea el ridículo en muchas escenas. Edgardo irrumpe en escena en un descapotable color marfil que parecía un Cadillac —así lo indica la información del programa de mano—, pero que es en realidad un Crysler de los años 50, con cazadora de cuero y aires a lo James Dean. Camarena hizo lo que pudo, pero las ínfulas cinematográficas del montaje, tan huecas como poco afortunadas, no le pusieron las cosas fáciles.
Una pena de montaje, porque, mientras Wisocka busca aires de thriller en la escena, en la orquesta Donizetti pinta, con mucha inspiración y belleza melódica, la atmósfera gótica de la Escocia en parte ficticia que Walter Scott describe en La novia di Lammermoor, la novela en que se basa el libreto de Salvatore Cammarano. En el foso, el director de orquesta italiano Giacomo Sagripanti no pasó de discreto, con una concertación no siempre bien equilibrada y renqueante en los tempi. La respuesta de la orquesta fue correcta y en sus filas destacaron las brillantes intervenciones del arpa.
Con voz potente, el barítono mexicano Alfredo Daza fue un Enrico de acentos rudos, más propios del verismo que del estilo belcantista. En el resto del reparto, cumplieron sin levantar mucho entusiasmo el bajo italiano Mirko Palazzi (Raimondo), el tenor italoargentino Emmanuel Faraldo (Lord Artur), la mezzosoprano catalana Anna Gomà (Alisa) y el tenor andaluz Moisés Marín (Normanno). El coro resolvió bien sus intervenciones bajo la dirección de Conxita García, que se despide como titular de la formación liceísta con este montaje que cierra la temporada del Liceo. Asume el cargo el argentino Pablo Asante, mientras que García pasa a ser adjunta a la dirección musical del coliseo de la Rambla.
Javier Pérez Senz
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