BARCELONA / Rattle y la LSO, pletóricos con Beethoven en el Palau

Barcelona. Palau de la Música Catalana. Martes, 21 de enero de 2020. Beethoven: Sinfonía n. 7 en La mayor, op. 92 .Cristo en el Monte de les Olivos, op. 85 .Elsa Dreisig, Pavol Breslik, David Soar. Orfeó Català. London Symphony Orchestra. Director: Sir Simon Rattle.
Simon Rattle retornaba al Palau, en esta ocasión como titular de la London Symphony Orchestra, para ofrecer un programa monográficamente dedicado a Beethoven. El director británico ha escogido el oratorio dramático Cristo en el Monte de los Olivos, Op.85 como piedra angular de sus conciertos a celebrar en los primeros meses de este ‘año Beethoven’, página que podrá escucharse entre otras ciudades en Londres, París, Manchester, Baden-Baden o en marzo dirigiendo a la Filarmónica de Berlín en su sala de conciertos. Y Rattle ha trabajado a conciencia esta página ecléctica cuyo impetuoso y atormentado inicio en Mi bemol sirve de preámbulo a una partitura que discurre por tintes haydnianos antes de afrontar un coral final con pinceladas haendelianas.
Ante una London Symphony maleable en el sonido, capaz de entrar en la sutileza más prístina o ahondar en una majestuosidad heroica, Rattle ha cuidado con esmero lo concerniente al apartado vocal. Tal como sucede en Fidelio o en la Missa solemnis, la labor de los solistas se ve exigida por la complejidad que aparece en el registro alto de las tesituras. Elsa Dreisig cantó con extrema delicadeza el Serafín –bravísima en los agudos- y un excepcional tenor como Pavol Breslik (Jesús) expuso con una bellísima media voz y unos agudos asimismo portentosos toda la angustia que se desprende de las palabras del libreto de Franz Xaver Huber. La rotundidad del bajo David Soar (Pedro) completó el buen hacer del elenco de solistas secundado por un nutrido Orfeó Català que afrontó tanto el ‘Coro de los guerreros’ o el delicado ‘Coro de ángeles’ con solvencia.
El maestro británico extrajo el sentido más profundo de esta obra, desgranando con una dirección entregada toda la angustia del libreto del que se desprende de la imploración de Cristo ante su Padre ante su inminente muerte que redima a la humanidad. Merced a su meticulosa atención al detalle y a su vehemencia, Rattle contagia su apasionamiento a una orquesta cuyos brillantes metales y cálidos matices de los vientos, así como una cuerda compactada, nos ofrecieron el lado más espectacular de este oratorio tan infrecuente en las salas de concierto.
Como preámbulo al oratorio, orquesta y director se sumergieron en el universo de la Séptima sinfonía, con su rítmica incesante, sus inefables motivos melódicos, su incontestable inspiración… y, pese a haber pasado por sus manos en decenas de ocasiones, volvieron a explorar sus más sutiles y exquisitos matices. Un Beethoven luminoso, que desde el Poco sostenuto-Vivace inicial nos zambullía en toda la dulzura que emerge de la tonalidad de La Mayor, entregándose a un Allegretto de un refinamiento translúcido y pianissimi mágicos que fluctúan admirablemente por la sombría sonoridad ahora surgida del tono menor. El Presto y Allegro final nos plantearon un Beethoven repleto de dinamismo, espectacular, abierto incluso al lucimiento orquestal más absoluto. Los engranajes de una maquinaria como la London funcionaron a la perfección, y más aún cuando ante sí tenían a un Rattle dispuesto a exprimir el más recóndito detalle de una obra tan emblemática como la Séptima. El maestro británico, que volverá a visitarnos el próximo mes de mayo con actuaciones a celebrar en Barcelona y Madrid, conquistó de nuevo el Palau entregando todo su talento a la música de Beethoven.