BARCELONA / Orquesta de Cámara de Viena: un Mozart poco idiomático
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 29-IV-2021. Temporada de Ibercamera. Varvara, piano. Orquesta de Cámara de Viena. Director y violín. Fumiaki Miura. Obras de Mozart.
La Orquesta de Cámara de Viena eligió para esta visita al Palau un programa Mozart. Concretamente, un Mozart de juventud, con tres obras creadas en 1774, 1775 y 1776, cuando el compositor tenía, respectivamente, 18, 19 y 20 años. Es la etapa salzburguesa, la del Mozart súbdito del difícil arzobispo Colloredo. Está a punto de concluir esa etapa, de dejar Salzburgo, para emprender un periplo que le llevará, en busca de una situación de mayor independencia, a Múnich, Augsburgo, Manheim y París. Sin menoscabo del valor de cada una de estas obras –el relativo poco interés del Concierto para piano nº 8, concierto de Lützov; la excelente factura y brillantez del Concierto para violín y orquesta nº 5, el mejor de la serie; la perfección, ya anunciadora de las grandes sinfonías posteriores, y la altura de inspiración de la Sinfonía nº 29–, la proximidad temporal y de circunstancias de las tres es evidente y lo resalta el hecho de la idéntica formación de la orquesta en todas ellas. Formación sobria, con solo dos oboes y dos trompas y la cuerda, sin clarinetes, ni flautas, ni trompetas ni timbales. Mozart todavía no ha conocido la excelente orquesta de Manheim, que tanto influirá en él.
Un concierto, pues, planteado de una manera interesante y resuelto correctamente. No mucho más. Lo mejor, la actuación de los solistas, Fumiaki Miura al violín y Varvara al piano. Sobre todo, esta última, que interpretó su parte del concierto con autoridad técnica y estilística y con adecuada versatilidad, de forma brillante los tiempos extremos, subrayando su ligereza y estilo galante –un precioso ejemplo de ello la pequeña fanfarria de los vientos sobre el piano, pulsado como buscando la manera del fortepiano– y con intensa y delicada sobriedad en el Andante. Fumiaki ejerció como solista de violín –muy bien– y como concertino –más bien poco–. Obtuvo de su Stradivarius los mejores resultados, un sonido desde lo más delicado hasta lo poderoso, siempre seguro y afinado, brillantez y pureza del canto, agilidad. Como director no pasó de ser correcto, plano bastantes veces, como si no tuviera una concepción personal de las obras. Esto afectó sobre todo a la versión de la sinfonía, cuya evidente personalidad, casi cerrando el ciclo de las salzburguesas, pero vislumbrando la evolución posterior, quedó velada.
En general Miura obtuvo poco de un conjunto del que mucho se esperaba, dado el prestigio y alcurnia vienesa. Escuchamos, con las excepciones señaladas, un Mozart poco idiomático. No es preciso aclarar que una orquesta ‘convencional’, es decir, sin instrumentos originales y con criterio tradicional, puede alcanzar excelentes resultados en la interpretación del Clasicismo del siglo XVIII, pero la aportación de las interpretaciones filológicas e historicistas puede y debe ser tenida también en cuenta también por este tipo de orquestas. No pareció entenderlo así la de Cámara de Viena –nadie niega la valía, por ejemplo, de Böhm, pero tampoco nadie debería ser indiferente a la de Harnoncourt, no menos ‘vieneses’ el uno que el otro–. En otras palabras, fue un Mozart un poco anticuado, aunque básicamente válido.
José Luis Vidal
(Foto: May Zircus)