BARCELONA / OBC: Todo bien, sobre todo Brahms
Barcelona. L’Auditori. 23-III-2024. OBC; Anna Devin, soprano; Denis Kozhukin, piano; Ludovic Morlot, director. Obras de Josep Maria Guix, Sibelius y Brahms.
La OBC ha replicado en este concierto el esquema cronológico que funcionó en el anteúltimo: una obra rigurosamente contemporánea, Songs for Julia para soprano y orquesta, del compositor Josep Mª Guix (Reus 1967), un encargo de L’Auditori ofrecido en estreno absoluto; una obra del siglo XX, la Sinfonía nº 7 de Sibelius, estrenada en 1924; una pieza del siglo XIX, el Concierto para piano y orquesta nº 2, op. 83 compuesto por Brahms entre 1878 y 1881.
Cumple señalar en primer lugar la versatilidad que Morlot supo imprimir a su orquesta para dar más que razonable cuenta de músicas tan diferentes, especialmente los Songs de Guix, en los que la voz de la soprano se eleva, en un canto más cercano al parlando que al aria, sobre una refinada orquesta que juega sofisticadamente con los timbres y con una rica percusión, ésta explotada en ricas combinaciones. Se trata de una obra diáfana, de un lirismo apacible, y la prestación vocal de la soprano Anna Devin fue bella y muy adecuada al clima de la obra por estilo, dicción, y línea de canto.
La Séptima sinfonía de Sibelius fue presentada en su estreno como “Fantasía sinfónica” y es verdad que el hecho de que sea un solo movimiento podría justificar esa apelación. Pero Sibelius la tituló enseguida como Séptima sinfonía. No lo parece si atendemos a su forma, pero sí por su “cohesión orgánica” (Tranchefort). Una especie de concentración de los movimientos de la forma sinfónica en uno solo. Morlot la dirigió de manera que enfatizó la diferencia de agógica y carácter en pasajes y secciones de ella, pero consiguió conciliar con esas incursiones el estatismo severo y brumoso de la obra.
Una rigurosa construcción formal, es en cambio, una de las características sobresalientes del Concierto para piano y orquesta nº 2 de Brahms, hasta tal punto que ha podido calificarse de “sinfonía con piano”. Es, por cierto, una obra gigantesca, compleja y difícil a lo largo de sus cuatro movimientos. El pianista Denis Kozhukin y la OBC dieron una rotunda y excelente versión de la obra, donde Morlot actuó con efectiva sobriedad de concertador, atento a las transiciones de los ricos temas confiados al piano, retomados por la orquesta, a los diálogos entre orquesta y solista, a los tutti. Nada más empezar una muestra de la buena concertación: todos recordamos la majestuosa exposición del tema por la trompa, recogida por las maderas y luego las cuerdas, pero el piano ha entrado desde el segundo compás de ese tema en la mente y las manos de Kozhukin como una idea sigilosa que luego se resolverá en una poderosa cadencia. La gestualidad del pianista, su rostro dirigido hacia los instrumentos o los grupos orquestales, a los que escuchaba y con los que concertaba –sin duda tiene en su cabeza no solo su parte, sino toda la partitura– no tenía nada de gratuita y sí mucho del músico completo, además de virtuoso, que es Kozhukin. La orquesta se “contagió” de la actitud, vehemencia y espiritualidad del solista alcanzando grandes niveles de interpretación y entre sus mejores momentos destacó, era de prever, la cantilena del violoncelo solo con que empieza y termina el Andante. Una gran interpretación, en suma, que conmovió al público cuyos aplausos se prolongaron largo tiempo.
José Luis Vidal
(fotos: May Zircus)