BARCELONA / OBC: Complicando el enigma
Barcelona. L’Auditori. 20-IV-2024. OBC. Nikita Boriso-Glebsky, violín; Marta Gardolinska, dirección. Obras de Victoria Poleva, Sibelius y Elgar.
Las Variaciones sobre un tema original “Enigma” de Elgar, obra que llenó la segunda parte del concierto, proponen, como es sabido dos enigmas. El primero, el más difícil y quizá irresoluble, concierne al tema mismo: seis compases en sol menor para las cuerdas, seguidos de cuatro compases en sol mayor. Este tema se supone que puede servir de contrapunto a una melodía, ¿cuál? : ecco el enigma. El segundo, más fácil de resolver, concierne a cada una de las catorce variaciones. Cada una de ellas está dedicada, por iniciales o por un pseudónimo, a un amigo o a un pariente del compositor, pero no hay unanimidad en las atribuciones.
La cosa se puede complicar. Decíamos en anterior crítica qué podría abrirse un concurso ficticio entre Auditori, Palau y Liceu: a ver quien reducía a menos lo que fueron “programas de mano”. Y ganaba el Auditori, donde no se da al respetable ni una tímida hojita. Eso sí, antes de cada obra se proyecta sobre el fondo del escenario de la orquesta el título de la obra y sus partes o movimientos. Tal proyección dura segundos (no minutos). Creo que ni el más avezado en la lectura rápida podría leer y ya no digo retener los nombres de las catorce variaciones, los cuales ayudarían como una guía para explorar y diferenciarlas (sí, ya sé que el oyente podría ver la lista utilizando una aplicación que puede leer “cómodamente” en su móvil, pero todo esto probablemente dificultará un poco más el placer de la audición concentrada).
Puede el lector saltarse el anterior párrafo y el editor suprimirlo, si parece que no viene a cuento. Lo que importa decir es que Marta Gandolinska, principal directora invitada de la OBC, dirigió con autoridad, sobriedad y convicción una obra que tiene algo de difuso o brumoso, pero que permite el lucimiento de la orquesta especialmente en hermosos pasajes de las cuerdas, sobre todo las cuerdas graves, como en la exposición del tema, o en la variación novena, “Nimrod” o en la última. En su versión de estas Gandolinska consiguió crear un ambiente, si no de pompa y circunstancias (un poco, sí), sí grave y solemne.
El concierto había empezado con una obra que se estrenaba: Null, de la ucraniana Victoria Poleva. La obra consta en su mayor parte de explosiones de unísonos de toda la orquesta, repetidas, en una gradación sonora ascendente. Su sonoridad, en la que los metales llevan la mayor parte, hace pensar en el comienzo del Zaratustra de Strauss, y el abrupto final de las cascadas sonoras sucedidas súbitamente por pasajes pianísimos de las maderas, en una de las especialidades brucknerianas. Una obra conservadora bien tocada.
La obra que cerró la primera parte de la velada fue el Concierto para violín y orquesta en re mayor op. 47 de Sibelius. El hecho de que se haya convertido en una pieza maestra del repertorio violinístico no quita que su recepción en principio fue dificultosa y si bien el juicio de críticos como el musicólogo Antoine Goléa (“el vacío musical absoluto…”, “cantilenas desvanadas…”) no se mantiene, en la obra contrasta la importante y técnicamente difícil parte solista, que se aleja del virtuosismo gratuito y se adentra en la búsqueda de la expresión, con la escritura orquestal, que oscila entre un conservadurismo neorrómántico y trazos que algunas veces se acercan a lo banal. El violinista Nikita Boriso-Glebsky dio de aquella parte solista una versión casi perfecta. Con una técnica irreprochable, un sonido redondo, se mantuvo siempre en una ejecución concertante con la orquesta y una brillante excelencia en los pasajes a solo (impresionante su realización de la cadenza del primer movimiento). Entre él y la directora Gandolinska se produjo una suficiente colaboración que consiguió verter lo mejor de una obra desigual.
José Luis Vidal