BARCELONA / Maria Kataeva y Javier Camarena dan brillo al retorno de ‘La Cenerentola’ al Liceu
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 18-V-2024. Maria Kataeva, Javier Camarena, Florian Sempey, Paolo Bordogna, Erwin Schrott, Isabella Gaudí, Marina Pinchuk. Cor Madrigal. Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Director musical: Giacomo Sagripanti. Directora de escena: Emma Dante.
La producción de La Cenerentola con el sello de Comediants, estrenada en 2008 bajo la batuta de Patrick Summers, fue un rotundo éxito para el Gran Teatre del Liceu. Había ingenuidad, fantasía y mucho sentido del humor en una deliciosa puesta en escena de Joan Font, trufada de guiños e ingeniosos efectos al servicio del genio musical y teatral de Gioachino Rossini. Como la pareja protagonista del divertido montaje era de lujo –Joyce DiDonato y Juan Diego Flórez, ambos en su mejor momento–, la edición en DVD del sello Decca también fue un éxito.
Dieciséis años después, esta genial ópera bufa, estrenada en el Teatro Valle de Roma en 1817, con libreto de Jacomo Ferretti, basado en parte en el cuento de Charles Perrault y en el libreto de Charles-Guillaume Etienne para la ópera homónima del compositor maltés Niccolò Isourad, regresa al coliseo de la Rambla en un montaje de la Ópera de Roma estrenado en 2016 y firmado por la actriz y directora de escena italiana Emma Dante. El espectáculo es divertido, ágil en el ritmo y original, con un colorido vestuario de Vanessa Saninno, una sencilla y práctica escenografía de Carmine Marigola que, entre otras virtudes, sitúa a los cantantes en primer plano, lo que siempre facilita la emisión y proyección de las voces. Pero la clave de la lectura de Dante no está ni en la dirección de actores ni en la escenografía –en el fondo, todo es de factura muy clásica– sino en la coreografía de Manuela Lo Sicco. Dos grupos de mimos con apariencia de muñecos de cuerda, con una llave de autómatas cual Olympia de Los cuentos de Hoffmann, acompañan a los personajes de Angelina y Don Ramiro en sus intervenciones. Con este recurso, Dante pone el foco en el control represor de una sociedad que manipula a las personas según le conviene al poder. Lo malo es que su frenético movimiento, que hace gracia al inicio y tiene interés en algunas escenas, acaba cansando por exceso y, lo que es peor, distrae y estorba en algunas arias, impidiendo el disfrute del glorioso canto rossiniano. En este sentido, arruina el encanto del fabuloso rondó final Nacqui all’afanno e al pianto, donde, por cierto, dio lo mejor de su arte y sensibilidad musical la mezzosoprano rusa Maria Kataeva.
La otra idea de la regista italiana es denunciar la violencia doméstica que sufre Angelina en el palacio de su cruel padrastro, don Magnífico de Montefiascone, quien, secundado con ganas por sus feas e insoportables hijas Clorinda y Tisbe, muele a palos y puntapiés a la bondadosa Angelina. No se libra de las palizas ni en la escena de la tormenta, en la que, literalmente, le llueven los golpes. Ya sabemos que los cuentos no son inocentes y que en ellos hay mucha crueldad y maldad al acecho, pero todos los excesos son malos y aquí, en el terreno belcantista, tan cargado de lirismo y pirotecnia vocal, el lado negro de la historia no debería pasar al primer plano con tal contundencia. Por lo demás, celebrar el acierto teatral de algunas escenas, solucionadas con ingeniosa sencillez, como el dúo de dos bufos del acto segundo, en el que Dandini revela a don Magnifico que en realidad es el criado del príncipe, o el antológico sexteto silábico Questo è un nodo avvilupatto.
En el foso, Giacomo Sagripanti mostró dominio y cuidado del estilo rossiniano en una lectura ágil, de ricos y delicados matices, brillante en la construcción de los fundamentales crescendos rossinianos, al frente de una bien disciplinada orquesta. Convincente, aunque no siempre bien ajustado, el Cor Madrigal que dirige Pere Lluís Biosca.
Maria Kataeva dio vida a Angelina con gran musicalidad y calidez expresiva y fue, de todo el elenco, la más fiel y cuidadosa con el estilo rossiniano. Falta mayor proyección y volumen para brillar por todo lo alto en un escenario tan grande como el Liceu, pero el retrato del personaje, la delicada expresividad y el dominio de la coloratura le aseguraron un gran triunfo tras su brillante rondó final.
Javier Camarena conquistó al público con la brillantez de su registro agudo y su proverbial simpatía, pero ahora ataca con mayor dificultad las notas de paso, el fraseo es menos pulido que antaño y descuida la línea. Eso, si, los agudos del tenor mexicano son pletóricos, y con ellos desató el entusiasmo del público en un papel que ahora resuelve sin la naturalidad de antaño.
Muy potente el Alidoro del bajo-barítono uruguayo Erwin Schrott, aunque no parece moverse con especial afinidad en el repertorio bufo. El barítono francés Florian Sempey, con una voz bien timbrada, abuso de decibelios en muchos momentos, descuidando la línea y con dificultades en la coloratura de Dandini, del que ofreció un divertido retrato. Quien sí mostró su dominio del repertorio bufo fue el bajo italiano Paolo Bordogna. El buen hacer de la soprano catalana Isabella Gaudí (Clorinda) y la mezzosoprano bielorrusa Marina Pinchuk completó el equipo de una Cenerentola que fue muy aplaudida por el público.
Javier Pérez Senz
(fotos: A. Bofill)